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Pensar y no caer (Ramón Andrés)

Pensar y no caer significa pensar y no cejar, perseverar en la pregunta, no consolidarse, no quedarse ahí, no abonar lo estático, no poner el oído a la tonalidad de la complacencia, no darse por concluido, porque nunca se llega a ser. No asentar, no sentenciar, no solidificar, no tener reparo en hacer estallar la burbuja que nos ha envuelto en su asepsia. No hacerlo indicaría un espantoso terror a la muerte, trabajar en ella y para ella, ser su asalariado. Pensar y no caer es no admitir que los cataclismos y las revoluciones perfeccionan el devenir universal humano, tal como querías Schlegel. Esto es tan erróneo como primario. Tiene algo de infame. Es dar por bueno el castigo, ver ejemplar la corrección que viene de las masacres, propiciadas por los huracanes, las epidemias o por la violenta defensa.

Pienso caer en Ramón Andrés y seguir disfrutando de ensayos como los presentes: amenos, agudos, filosos, certeros.

Ensayos que hablan de la muerte, de la nada, del pan, de la calumnia, de Europa, de la escritura y la tierra, de Dostoievski…

Acostumbrarse a malvivir en grandes núcleos de población, suponer que la naturaleza cumple el cometido de un vertedero al que van a parar los restos del exceso, entender la realidad como confort, da la bienvenida a un mundo que se deteriora velocidad de los utensilios que utilizamos, soñar la seguridad, lo programado, la abundancia y la aspiración almacenarla pertenecen a este hombre posthistórico cuyo inicio anuncia el retorno a lo animal. No por otra cosa ha puesto todas sus fuerzas en idear una felicidad artificial y a hacer de ésta una industria pesada.

Desde la Segunda Guerra Mundial no se habían instalado tantos kilómetros de concertinas, esas alambradas de cuchillas -a una empresa española le cabe el honor de ser hasta hoy el único fabricante europeo- capaces de sajar hasta lo hondo de la condición humana. Si se las llama de este modo es por analogía con el instrumento musical del mismo nombre, un pequeño acordeón octogonal que hizo bailar sobre todo a la Inglaterra del siglo XIX; la alambrada se despliega gual que su fuelle; pero ahora su melodía cambia el canto por el grito.

Porque el libro, al fin y al cabo, no es más con encuentro de voces; lo es la página, lo es el poema, lo es el relato, la memoria, también el pentagrama. Su presencia puede sugerir, por más exagerado que parezca una apetencia antropofágica. Francis Bacon admitía en uno de los Ensayos que ciertos libros deben ser devorados, mientras que otros, más delicados y extremos tienen que masticarse y, después, digerirse.

Hay quienes dedican una vida entera y a veces hasta libros, en descalificar a alguien. El chiste fácil, el apodo lacerante, el diminutivo de menosprecio, el chascarrillo cáustico son el pan de cada día, una especie de gula a la hora de engullir al otro. Flota en el aire un continuo recelo, la costumbre de mirar con el rabillo del ojo, la precariedad del que quiere haber nacido dueño entre los semejantes.

Reflexiones e ideas engastadas en estos ensayos que se sustraen a la mórbida complacencia, a los lugares comunes, al discurso oficial, y merced a la música, la pintura, la historia, la filosofía, la mitología…, convierten su lectura en puro regocijo, en un aprendizaje gozoso, porque el estilo de Ramón -que te saja como si fuera una concertina- y su erudición compartida es admirable, sí admirable, y quizás podamos entender su mirar como amargo, pesimista, aciago (ahí aparecen Nietzsche, Sloterdijk…) pero viendo ahora mismo las noticias de la sexta, solo puedo dar la razón a Ramón, pues constato que esto se va a pique: las barbaridades humanas crecen exponencialmente y la estupidez 2.0 es ya viral.

Editorial Acantilado.2016. 224 páginas.

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Un año en los bosques (Sue Hubbell)

A pesar de que la novela se titula Un año en los bosques, el título creo que atiende a razones comerciales, puesto que en la narración se nos hace saber que son 12 años los que ella, Sue Hubbel (Kalamazoo, 1935) lleva viviendo allí en los bosques, en los Ozarks, al sur de Missouri. Aunque la narración comprende las cuatro estaciones del año, sus recuerdos comprenden esos 12 años (a mediados de los años 70 del pasado siglo XX), tanto el nacimiento de su hijo, como su afincamiento junto a su marido en esas tierras boscosas, aunque posteriormente su marido la abandonara. Si bien de este aspecto se habla más en la contraportada del libro que en el propio texto.

Las abejas y su oficio de apicultora se convertirán en su único y siempre precario medio de vida, que le da lo justo para vivir.

Me gusta el tono del libro -esa clase de libros, que nos permite descansar de nosotros mismos durante unas horas- , Sue no va de nada, asume sus contradicciones, cuenta su historia, sus anécdotas, sus peripecias, su estancia en un lugar apartado, rodeada de muy poca gente.

No hay un tono épico en la narración, más bien podremos hablar de un relato franco y mundano. Sue, que vive sola, debe sacarse las castañas del fuego por sí misma, pero la suya no es una actitud de eremita, de salvaje en estado puro (no tiene el espíritu del protagonista de Hacia rutas salvajes, víctima de una soledad aniquiladora), que se aparta de la sociedad, que se encastilla en su soledad, porque dice Sue que la vida rural requiere cooperación. Porque todos se necesitan. Así, Sue no vive al margen de la sociedad, y recibe visitas, participa en veladas, ágapes, en encuentros con sus vecinos y de vez en cuando acude a las grandes ciudades a vender su miel. El contacto episódico con la vida urbana, la refuerza en la decisión adoptada (esto me recuerda a un testimonio que aparecía en el libro Los últimos. Voces de la Laponia española, donde un joven decía que en un entorno rural desolado, esta circunstancia actuaba como un amplificador emocional, tal que si estabas bien la soledad y el retiro todavía te hacían encontrarte aún mucho mejor y si estabas mal te hundía en un pozo negro) en su vida alejada del mundanal ruido. Afirma que incluso se está asilvestrando, que los lugares salvajes le atraen con más fuerza que hace unos años, que vivir en la casa, limpiar el polvo, y cocinar no le interesan lo más mínimo.

«Esta es una buena época para ser una mujer madura con personalidad, fuerza y agallas. Somos increíblemente libres. Vivimos mucho tiempo. Nuestros hijos son ya los adultos independientes en los que los ayudamos a convertirse, aunque puede que sigan queriendo nuestro amor, no necesitan nuestros cuidados. Las normas sociales son tan flexibles hoy en día que nada de lo que hagamos resulta chocante. Ya no tenemos barreras políticas. Siempre y cuando conservemos la salud y dispongamos de los medios para tirar adelante, podemos hacer cualquier cosa, tener cualquier cosa e invertir nuestro talento como nos plazca».

Sue concilia el hábitat humano con el hábitat animal, sus narraciones no son introspectivas, no sabemos lo que Sue siente o quizás sí y esos escritos van referidos a lo que ve y escucha, a la flora y fauna (en lo tocante a su relación con los insectos me venía en mente el relato El orden de los insectos de Gass) que la circunda, que conoce al detalle, que la , que la sosiega: su mundo, en definitiva.

Leía el otro día que escribir es sobre todo crear atmósferas. Aunque el estilo de Sue sea corriente, sí que es capaz de crear una atmósfera, transmitir muy bien lo que es vivir al margen de la sociedad de consumo, de las grandes ciudades, apartada y sola en un territorio boscoso, donde poder llevar una vida no tan sencilla, la vida que siempre ha deseado.

errata naturae. 2016. 300 páginas. Traducción de Miguel Ros González.

9789877120882

Escritos críticos y afines (James Joyce)

Estos Escritos críticos y afines de James Joyce (1882-1941) publicados por Eterna Cadencia creo que serán de interés no sólo para los lectores de Joyce sino para todos aquellos que amen la literatura. El mayor interés de estos textos reside en apreciar la evolución del pensamiento de Joyce, iniciándose con las redacciones escolares que datan de cuando Joyce tenía 14 años, en 1896, hasta otras más postreras de 1937, cuatro años antes de su muerte.

Como dice el traductor y editor Pablo Ingberg, estos textos tienen un carácter documental. Textos en los que Joyce abunda en las erratas e incorrecciones ya sean en inglés, como en italiano –lengua en la que están escritos la mayoría de los textos- erratas que luego al ser vertidas al castellano se traducen con erratas, a fin de poder apreciar así el desliz original, a tal punto que al leer, uno no sabe si las erratas advertidas son consecuencia de la traducción o no. Hay abundantes notas a pie de pagina, en auxilio y beneficio nuestro, que facilitan una mejor comprensión de lo leído.

Las redacciones escolares sorprenden, al ver lo que un Joyce de apenas catorce años es capaz de dar de sí. Si bien su pensamiento ahí es muy pueril y epidérmico a media cocción, como no puede ser de otra manera. Las reseñas que hizo de otros libros son bastante pobretonas, si bien no se sustrae al dar su opinión a menudo desfavorable sobre libros infumables, aunque en alguna reseña como la que hace del libro de Ibsen, “Cuando los muertos despertamos”, se esmera más, tanto que le vale el reconocimiento de Ibsen, que enviará una nota de agradecimiento al medio que la publica, el Fortnightly Review. Joyce lee esta pieza teatral en francés, la reseña en inglés y contesta a Ibsen –agradeciéndole sus palabras-, en dano-noruego.

Hay una entrevista a Fourier que luego le serviría a Joyce para su cuento “Después de la carrera” de su libro de relatos Dublineses. Muchos de los pensamientos que aparecen en las conferencias aquí transcritas formarían luego parte, literalmente, o reformuladas en obras posteriores como Ulises o Retrato del artista adolescente.

La parte mollar, con la que más he disfrutado, más que con sus escritos históricos y políticos sobre una Irlanda que se quiere independiente, son los escritos literarios, aquellos en los que con sagacidad y agudeza, Joyce habla de Defoe, Oscar Wilde, Mangan, Shakespeare, Dickens
Dejo unos párrafos que me han parecido muy jugosos:

James Clarence Mangan era uno de esos extraños extraviados espíritus los cuales creen que su vida artística no debe ser más que la continua y verdadera revelación de su vida espiritual, los cuales creen que su vida interna vale tanto como para no tener necesidad alguna de apoyo popular y por eso se abstienen de proferir confesiones de fe, los cuales creen, en fin, que el poeta es suficiente para sí mismo, heredero y poseedor de un legado secular, y por eso no tiene alguna necesidad urgente de hacerse gritón, predicador o perfumista.

Shakespeare, con su paleta tizianesca, su facundia, su vehemencia epiléptica y su furia creadora es un inglés italianizado.

El primer escritor inglés que escribe sin copiar ni adaptar las obras extranjeras, el cual crea sin modelos literarios e infunde a las criaturas de su pluma un espíritu verdaderamente nacional, el cual fábrica por sí mismo una forma artística que quizá no tiene precedentes, excepción hecha de las monografías sumarias de Salustio y de Plutarco es Daniel Defoe, el padre de la novela inglesa.

Según Joyce, desde los tiempos de Shakespeare, ningún escritor ha influido en la lengua hablada de los habitantes del Imperio Británico como lo ha hecho Dickens.

Cuenta Joyce, que William Blake poco antes de morir decidió aprender la lengua italiana con el único fin de poder leer en el original la Divina Comedia y para ilustrar la visión de Dante con dibujos místicos.

En los escritos finales es curioso ver lo necesario que a veces es el aliento y ayuda que un escritor infunde y ofrece a otro, como hizo Ezra Pound con Joyce cuando esté estaba escribiendo el Ulises o bien ayudándolo a conseguir becas y subsidios cuando llegó a Zurich en 1915, sin trabajo alguno. O la relación entre Joyce e Italo Svevo dándose a leer ambos sus escritos y cómo a través de los parabienes que recibe la obra de Svevo por parte de Joyce, éste empezará a ser reconocido fuera y apreciado dentro de Italia.

Eterna Cadencia. 480 páginas. 2016. Traducción de Pablo Ingberg.

William H. Gass

En el corazón del corazón del país (William H. Gass)

De William H. Gass (Fargo, 1924) solo había leído el prólogo que este escribió para la novela de William Gaddis, Los reconocimientos. Novela que Gass animaba a leer en bucle. Encuentro similitudes entre Gass y el JR de Gaddis en el relato Carámbanos, una crítica certera a la sociedad de consumo capitalista de mediados del siglo XX.

La novela, editada el año pasado, es el primer título que pone en el mercado una nueva editorial, La Navaja Suiza, con una plausible traducción de la también escritora Rebeca García Nieto.

El libro lo componen una novela corta, El chico de Pedersen y cuatro relatos. Al leer El chico de Pedersen no podía dejar de pensar en Faulkner y en El ruido y la furia. Un texto que se nos va deshaciendo en las manos a medida que lo leemos.

En La señora Ruin, un observador implacable se monta su propia película sobre la vida, obra, milagros y desvaríos de su tirana vecina a la que conoce como la señora ruin, si bien su comportamiento, su proceder, sus fabulaciones, lo muestran (al narrador) como un perturbado, un hocicador, alguien que (mal)vive su vida a través de la de los demás.

El orden de los insectos, es el relato que más me ha gustado, por su temática extraña, ornitológica, por la capacidad de sacar brillo algo tan “trivial” como la muerte.

En el último relato, el que da título al libro, En el corazón del corazón del país, Gass muestra la América más profunda, la idiosincrasia del pueblo americano, aquel capaz de votar en contra de sus intereses, de llamarse o sentirse católico, pero sin que le duelan prendas en el caso de que desaparecieran del mapa países como China o Cuba, dice el narrador. Deporte, política y religión son las tres pasiones de los ignorantes. Estas son las lacras del Medio Oeste… Tienden a apoyar a su país igual que jalean a su equipo local: tienen un deseo insaciable de victoria, lo suyo es gritar, y si las cosas se ponen feas, piden la cabeza del entrenador…

La Navaja Suiza Editorial. 2016. 278 páginas. Traducción y epílogo de Rebeca García Nieto.

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