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Nada es crucial (Pablo Gutiérrez)

Nada es crucial (Pablo Gutiérrez)

Hace unos días leí Cabezas cortadas (2018) para ponerme a tono con la prosa de Pablo Gutiérrez. Releí también lo que había escrito sobre otras dos novelas suyas: Rosas, restos de alas (2008) y Democracia (2015). Ayer acabé Nada es crucial, publicada hace diez años y reeditada ahora por La Navaja Suiza con prólogo de Isaac Rosa.

Me queda claro que Pablo ha construido ya un universo propio (aún no he leído Los libros repentinos ni Ensimismada correspondencia), con personajes sólidos y una prosa chispeante, de esas que te suelta latigazos a medida que lees. A Pablo le interesa la gente corriente, lo mondo y lirondo, eso que dista mucho del éxito que nos venden, de la dicha escrita con letras de oro, de la falsa fama que no es otra cosa que un diente de león bajo la lluvia, algo mucho más normal, más nuestro, próximo al fracaso, la soledad, la comezón, los jugos gástricos rumiando un presente a menudo hostil, el polvo en las rodillas, el polvo a medio echar, el polvo con consecuencias, la jeringuilla en los brazos de aquellos yonkis de los ochenta con hijos pero sin hijos, la religión y su palabra ramificándose por la sociedad por boca del Señor Alto y Locuaz con los neocristianos salvadores de niños desamparados como Lecu, un superhéroe de extrarradio, un Sísifo para el que la piedra va por dentro, que mandará ya manumitido mensajes al vacío exterior, morse mediante, para obtener no el auxilio del salvador que bien podría ser cualquier superhéroe de la Marvel, sino de otra heroína, y así se trenzan los destinos y el mundo avanza a trompicones: MundoLecuMagui, Magui que vivía entre vacas con un padre inexistente y una madre a la que le lavan el cerebro a quien se le ocurre la peregrina idea de hacer lo que le plazca, en compañía de un hombre, un pionero, un indio, un indiano, un retornado, otro zumbado como ella, pareja que da la espalda a la papilla de la realidad que han ingerido siempre, hasta que Magui deja el pueblo y se muda a Ciudad Mediana a estudiar, convivir, follar; Y todo este entramado lo va manejando Pablo con endiablada soltura, no hay capítulos, sino los lindes que marcan las letras en negrita que nos sumergen en otras vidas, cogiéndonos del cuello y metiendo nuestras cabezas en el barreño hasta que el aire escasea.

Pablo alumbrado el 78 del siglo pasado describe muy bien ese mundo que en mayor o menor medida los que somos de esa generación hemos conocido, con una prosa que se torna cámara, viñeta de cómic, pensamiento-zumbido, una prosa en cascada, torrencial, que me trae en mientes Los príncipes valientes de Andújar y la más reciente Sur de Antonio Soler. Una terna fantástica.

Si en una novela de Gopegui el anhelo de uno de los personajes pasaba por esconderse en un agujero, Lecu hace lo propio en una rendija en la pared, guarida, topera, bajo, en la que uno puede desaparecer sin dejar rastro, emparedado, ya sólo argamasa, pero aquí no se trata de salvar a nadie, nada de salvación, pecado, culpa, nada de todo eso, a la mierda esa faramalla de castigo-recompensa, pecado-redención, Lecu es piedra, puro pedernal, indestructible, mientras el cuerpo resista, y resurja de sus cenizas merced a una caricia, un seno caliente, un regazo cauterizador, toda esa vida bullente, al margen de la siemprencendida, que tan bien describe Pablo Gutiérrez con su prosa divergente.

Nada es crucial. Cierto. También lo es que unos libros nos son más necesarios que otros. Y no miro a nadie.

La Navaja Suiza. 2020. Prólogo de Isaac Rosa. 240 páginas

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Las zonas comunes (Nicolás Dorta)

Las zonas comunes es un libro de Nicolás Dorta (Guía de Isora, Tenerife, 1978) que consta de cinco relatos: La grieta, El río, Palmira, La fuga y Árbol de Navidad. Dorta despliega sus relatos en lo prosaico, en lo costumbrista, sus personajes son personas corrientes. El reto está en lograr que los relatos no lo sean.

Presente la enfermedad en una mujer que va perdiendo la cabeza, mudada a una residencia de ancianos en La grieta (para mí el mejor relato).

El pasado es un peso, un lastre, comunicado con el presente sin alteración, como siente una mujer en Árbol de Navidad, quien ya adulta e inserta en un lienzo familiar con marido e hijos, siente que la frustración sigue ahí latente, la incandescencia de esos mundos posibles, las opciones no consumadas son ahora un ronroneo, una voz que no se acalla, que inquieta e impele a hacer cosas imprevisibles o al menos a barruntarlas, a rumiarlas como idea.

Un joven en El río recuerda el tiempo pasado en una banda de música que opera como la banda sonora de su vida, y ahí las primeras salidas del pueblo, los primeros besos, amores, la vida bullendo. Sobre todo esto, común a la mayoría, llega el cierre con un detalle importante, porque cuando alguien dice nuestro nombre en voz alta, más allá de dar cuenta de nuestra presencia actúa en este relato como una magdalena de Proust, para ir en busca del tiempo vivido.

En La fuga un hombre que vive apartado en un lugar de la isla de Tenerife (en la que se desarrollan todos los relatos) se obsesiona con los ruidos de las cañerías, las manchas en las paredes, que lo mantienen entretenido en su soledad, como si la vida se expresara en estas manchas, en estos ruidos, esa vida que se niega a desaparecer, unos pensamientos recurrentes sin principio ni final.

Palmira es el relato más largo y sorprende que siendo el protagonista del relato un escritor fajado en toda esa tarea de «limpiar» palabras, en una página leamos: La marea ha bajado hasta sus últimas consecuencias y en la siguiente página leamos: Cuando quieres a alguien lo haces hasta las últimas consecuencias. Ahora podríamos hablar de los matices, la palabra justa, y todo eso que va asociado al «limpiar» al «pulir», al «desbastar», todo aquello que hace que relatos sobre personas y situaciones corrientes o comunes no lo sean. No hay tal mudanza.

Comenta Almudena Sánchez en el epílogo que celebra el nacimiento de este autor bautizándolo como el escritor del viento. Leyendo estos relatos el único viento que he experimentado ha sido un ligero cosquilleo en las pestañas cuando pasaba las páginas de este libro tan bellamente editado como siempre por Ediciones Franz.

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La guerra de los pobres (Éric Vuillard)

La guerra de los pobres de Éric Vuillard se lee de un tirón y conteniendo el aliento. El galo imprime a su narración un ritmo endiablado, la combustión y convulsión de las palabras es aquí un puro frenesí. Vuillard nos lleva a 1524 a Alemania y nos sitúa ante la obra del predicador Thomas Münzter, todo un personaje, que se la tiene jurada a los poderosos, a los ricos, a los príncipes, a los eclesiásticos parapetados tras sus prebendas y privilegios, adecuando las palabras de la Biblia (el Apocalipsis mismamente) a sus belicosos fines y le mueve el odio, la venganza, una enrarecida sed de justicia, y consigue movilizar a otros como él, los desheredados que pueblan el orbe, los desposeídos que nada tienen, y creen que es posible cambiar el orden de las cosas, ya saben, el derecho de pernada, las narices cortadas, los ojos reventados, los cuerpos quemados, apaleados, atenaceados, la servidumbre, los feudos, los diezmos, el hambre, la enfermedad, la humillación, todo eso, pero como en un sueño la cruda realidad abre los ojos para ver una cabeza rodando que luego será empalada, la de Münzter. Luego esa Reforma se convertirá en una nueva Inquisición con personajes como Calvino a la cabeza, chamuscando en la hoguera por «hereje» a figuras como Servet, pero esa ya es otra historia, pero la misma Historia.

Tusquets. 2020. Traducción de Javier Albiñana. 92 páginas.

Éric Vuillard en Devaneos

Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill
El orden del día
La batalla de Occidente
14 de julio

La mujer desnuda (Armonía Somers)

La mujer desnuda (Armonía Somers)

Trampa ediciones publica La mujer desnuda (escrita en 1950) de la escritora uruguaya Armonía Liropeya Etchepare Locino (1914-1994), más conocida como Armonía Somers, novela que mezcla con magníficos resultados elementos fantásticos, terroríficos y eróticos. Una mujer de 30 años, Rebeca Linke, quiere romper el día de su cumpleaños con su pasado y su memoria y nada mejor le viene a la cabeza que perderla, decapitación mediante; una forma un tanto bruta, no vamos a engañarnos, de resetearse. Lo curioso es que una vez decapitada puede volver Rebeca a insertar la cabeza en su sitio y seguir funcionando como si tal cosa: el mismo cascarón pero ya otra.

La mujer, en su estampida, irá a dar a una casa abandonada, adquirida por cuatro gordas, a la que llegará en tren, circundada el inmueble por el clamor de los bosques: pura vida y aliento que Rebeca percibe y asume. Cerca de la casa un río con el que maridarse y un pueblo con el que poner a prueba la naturaleza humana. Despojada del abrigo con el que se dio a la fuga, abandonará la casa sin más amparo que su piel. Desnuda como vino al mundo la narración incidirá luego en lo bíblico, yendo hasta el Génesis, hasta Adán y Eva, la serpiente, el pecado original, el castigo divino y hay aquí una situación análoga cuando Rebeca, desnuda, se muestre a los demás de esta guisa, entendida su desnudez como una afrenta, agitando a su paso demonios interiores, avivando las pesadillas y removiendo la sangre turbia de los circunstantes, poblando sus negras mentes de fantasmas y fantasías, de deseos sus cuerpos que creían sino inertes al menos apaciguados por mortecinas y castrantes rutinas. Ella es un espejo al que todos por una razón u otra quieren hacer añicos.

Un hombre, renacido al menos nominalmente, caerá bajo la radiación amorosa de Rebeca, y le surge la oportunidad de seguir el rastro de sí mismo, un rastro perdido bajo la toneladas de cascotes que deja la convivencia, el trabajo agotador, la inclemente lluvia ácida de la moral, la costumbre, la tradición.

Armonía hace gala de una gran concisión para en poco más de cien páginas y con un lenguaje primoroso, trabajado, sinuoso, ofrecer una historia aquilatada, que hace gala de una sensibilidad que se explaya en lo sensual, la voluptuosidad como pendón. Una lectura que me causa tanta extrañeza como atracción ante la concienzuda exploración por parte de la autora de los límites del deseo humano y su contrapeso, actualizando los mitos, pues dos milenios después ciertos pensamientos son impermeables al paso del tiempo: Eva presa ave. Adán nuestra Nada.

Trampa ediciones. 2020. 128 páginas. Prólogo de Marina Sanmartín. Imagen de cubierta: Julia Malkova