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Anagramas (Lorrie Moore)

Vengo de leer Berg de Anna Quin escrito con 28 años. Recién acabo Anagramas de Lorrie Moore escrito con 29. Entre ellas media al menos un pársec. La literatura no es una copia de los objetos del mundo, escribe Tavares en su Enciclopedia. Cierto. Hay ciertas ideas que suenan bien como esbozo, luego en la práctica son un desastre. Anagrama: Procedimiento que consiste en crear una palabra a partir de la reordenación de las letras de otra palabra. El título de la novela parece guardar relación con esta idea, porque en Anagramas Moore con un buen número palabras hace algo con forma de novela, en donde los personajes son los mismos pero le suceden cosas distintas en cinco historias que me resultan muy pasadas de moda, insulsas, infantiles, tanto como lo son las relaciones de pareja aquí explicitadas, que quedan muy en la superficie, pues aquí todo es superficialidad y banalidad. Un texto literario previsible no es un texto literario es una guía turística, apunta Tavares. Cuando un cirujano ha de intervenir lo que más le molesta es la grasa, la misma que encuentra el lector en el presente texto, en el que Moore no hace otra cosa que marear la perdiz. Se nace y se muere sólo y en mitad de ese camino, quiero un rato divertido, podía decir Benna. Otros ya lo cantaron en un single de tres minutos. Andarás perdido (aquí perdida) por el mundo se puede decir Benna. Ya fue el título de un libro. Benna no encuentra dónde ahorcarse que suele decirse y Moore aquí precisa casi 300 páginas para expresar ese sentimiento. Ocho años después de Anagramas Moore escribiría ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? ahí sí había músculo, una historia, una reflexión, una escritora.

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Berg (Ann Quin)

Recuerdo cuando leí Cosmos que uno de los personajes soltaba, o graznaba «Berg» una y otra vez, una especie de mantra que leído tenía su gracia, quizás porque en tiempos del instituto en clase un grupo de amigos haciamos lo propio con «yoduro«, una tontada que en aquellos momentos nos hacía troncharnos, una palabra en un contexto que no era otra cosa, supongo, que la punta del ice-«berg».

Ann Quin escribió Berg en 1964 con tan solo 28 años. Me sorprende un libro de estas características a tan temprana edad, habida cuenta la agudeza y profundidad psicológica en la que bucea Quin, una novela que se principia así: Un hombre llamado Berg, que cambió su nombre por Greb, llegó a una ciudad costera con la intención de matar a su padre

Un inicio prometedor, sugerente, que sin ser novela negra supura humor negro. Berg tiene la intención de matar a su padre, el cual se volatilizó del nucleo familiar de la noche a la mañana. Berg lidió su niñez y adolescencia con su madre como única, amorosa y férrea (Las madres de un solo hijo eran eso, leviatanes femeninos, las víctimas de cuyo monstruoso amor podrían formar el friso más dramático para rodear la cintura del infierno, como escribiera Armonía Somers en La mujer desnuda) compañía y de su madre Berg va bien pertrechado de cartas cuando decide ir a la busca y captura de su padre. No tarda mucho Berg, ya Greb, en reconocer, o mejor, conocer a su padre de nuevo, bajo una identidad en la que su progenitor no alcanza a ver (o eso parece) a su vástago en una turística ciudad costera inglesa.

A Berg lo separa de su padre el tabique de la habitación contigua de una pensión, en la que éste vive junto a una mujer, Judith. Un tabique que es una ventana abierta por la que se filtran los decibelios sexuales que intercambian los dos tórtolos, también la hiel pringosa de las algaradas parejiles. Berg asume su precaria independencia (lejos de la férula materna) sumido en toda clase de desvaríos sin tener muy claro si será capaz de cumplir con su letal propósito y Quin en su narración, en un mismo párrafo irá alternando la tercera y la primera persona, en un mareante y subyugante cambio de perspectiva entre lo que el narrador piensa y como la autora (otra vez, pero desde otro punto de vista) nos lo presenta. Los ires y venires tanto físicos como mentales (desfilan por estas páginas palabras sacadas de textos de Shakespeare, Esopo, Ovidio, Horacio, François de La RochefoucauldNi al sol ni a la muerte se los puede mirar de frente«, presente también en El mar indemostrable…) de Berg-Greb son un magma desopilante; Quin sitúa un gato espachurrado por aquí, una periquito disecado por allá, un muñeco-espantajaros-presuntomuerto por acullá y Berg hace el resto, imagina cosas, se ve (con)sumido en toda clase de elucubraciones, participando al lector que asiste atónito a un proceder de Berg que resulta, al igual que la narracion, delirante, a medida que Berg entre en la vida y en el cuerpo de Judith, para alterar aún más su fragil realidad, para quien ir al pasado, a los punzantes recuerdos de la niñez, opera a modo de rampa de lanzamiento, que lo devuelven a la calidez del ahora, entre las piernas de Judith, entre las paredes de una casa, una relación, una domesticidad que lo asfixia tanto como el libre albedrío.

El flujo narrativo es vertiginoso, los diálogos van tan engastados que no pierde el tiempo Quin con esto tan manido de dijo, dije, dijo, digo, dime, direte y el lector ha de casar la voz a cada personaje, y no es fácil, porque Quin maneja la trama con mano de prestidigitadora y exige al lector estar al tanto todo el tiempo del cubilete, para no dejar escapar nada, no porque aquí haya un cuerpo serruchado en dos, o porque éste desaparezca ante nuestros ojos, sino porque quizás no haya ni cuerpo.

Leía el ensayo El misterio de la creación artrítica artística de Zweig y pensaba en ejemplos y este libro de Quin me viene al pelo. Cuando una escritora como Quin es capaz de quintaesenciar y segregar todo su talento y vis creativa sobre el papel, pasan cosas mágicas, únicas, irrepetibles como Berg.

Y se preguntarán quién está a cargo de la traducción, o de la interpretación, como afirmaría uno de los traductores, Ce Santiago. El otro es Axel Alonso Valle. Obras como esta precisan traductores o escritores de la misma talla. La conjunción de dos editoriales malastierras_underwood ha permitido al lector tener a su disposición una obra como esta.

malastierras_underwood, 2020, 207 páginas. Traducción de Axel Alonso Valle y Ce Santiago.

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La claridad (Marcelo Luján)

La claridad es un muy buen conjunto de relatos de Marcelo Luján que se alzó con el VI Premio Ribera del Duero en su última edición. Incluye cinco relatos: Treinta monedas de carne, Una mala luna, Espléndida noche, El vínculo, La chica de la banda de folk. Se decidió añadir de cara a su publicación otro relato más: Más oscuro que tu luz.

Todos los relatos presentan elementos escabrosos, terribles (que me traen ecos de otros relatos leídos de autoras como Vera Giaconi, Samantha Schweblin, Guadalupe Nettel, Andrea Jeftanovic…), secundados por decisiones que adoptamos y que resultan infaustas, fatales. Y lo curioso es que casi al comienzo de algunos de los relatos ya sabemos su final, su trágico desenlace o bien se nos anticipa lo funesto, pero esto no va en detrimento de la eficacia de todas estas narraciones cortas.

En Treinta monedas de carne una excursión en bicicleta de lo más inocente se convierte para dos jóvenes en una experiencia terrorífica, a medida que van dando pasos en la dirección equivocada, alentadas por todo tipo de pasiones y sentimientos perniciosos, como la envidia, los celos, la venganza…

Una mala luna explicita la relación entre dos hermanos que se irá malogrando cuando la hermana mayor se convierta en alguien dificil de domeñar, dispuesta a llevar sus experiencias al límite, una alma conflictiva que colisiona con todo aquel que tiene cerca; fallas tectónicas que no respetan ni siquiera a su madre. Esa clase de personas capaz de sacar del espejo nuestro vivo retrato. La vis menos agradable de cada cual.

Espléndida noche es un título con retranca, aunque bien cierto que se puede morir aunque haga una espléndida noche. De nuevo decisiones que se toman apresuradamente, azuzado por las circunstancias, y un destino fatal a la vuelta de la esquina, el que está reservado para un camionero. Un relato con elementos de intriga a cuenta de un personaje misterioso que comparte con el camionero la cabina durante unos kilómetros y le ofrece un pacto, con el diablo, y sin retorno.

El vínculo nos sitúa en el ojo del huracán incluso se menta el coronavirus. Otra vez el no actuar a tiempo, el no hacer la llamada oportuna, no hace sino ir embrollando las cosas, complicarlo todo, mediante malas decisiones, virales, contagiosas, letales.

La chica de la banda de folk nos lleva a la plaza de un pueblo en noche de concierto. Allá dos jóvenes. Uno de ellos le tiene echado el ojo a una joven rubia. De pronto la confesión de un secreto, una grieta en la relación de los dos jóvenes y sangre en las narinas, oscuridad, ladridos, incertidumbre, violencia, miedo, una aventura amorosa reducida a nada.

Más oscuro que la luz abre la puerta a lo sobrenatural. Es curioso el poso, el peso que tiene una ausencia materna, la estela invisible que ésta deja, los alfileres que clava de por siempre en el ánimo de los deudos.

Páginas de espuma. 2020. 176 páginas

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El mar indemostrable (Ce Santiago)

Sentado en el escritorio, girando la cabeza, mi mirada se propulsiona a través del cristal hasta dar con una formación geológica con forma de león dormido, quizás el mismo al que hace mención el autor de la novela, Ce Santiago, traductor que no debuta como escritor (todo traductor es escritor) con esta novela, traductor de obras como Los terrenautas, lectura que estoy practicando simultáneamente a esta, doblete que atienda quizás a que algunos tenemos Ce en la escritura, aliterando lo que cantan los Viva Suecia, y es posible la simpleza en el nombrar, pero no es menos cierto lo que decía Linneo, que si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas, por eso hay que nombrar, etiquetar la realidad, aprehenderla a través de palabras, destazarla y describir como hace Ce, con palabras que son relato y ensayo, sobre la metafísica del mar y la relación con los hombres que en ella viven, relación estrecha, obsesiva, transformadora, tanto que para algunos ya da igual estar en el mar que no, cuando el mar ya está dentro de ellos, como le sucede a uno de los personajes, un tipo despreciable, bajo esa filosofía de que la letra con sangre entra o lo que viene a ser lo mismo que la vida con sangre entra (y sale), y así endurecer atormentando a su retoño, ningunear despreciando a su mujer, ajusticiar perros, aniquilar todo a su paso, flotando en el mar muerto de su propio ser, como escribiera aquel luso nada iluso, y el mar indemostrable es aquí flujo y reflujo, e intermitentemente influjo, es prosa nudosa y descoyuntada, para que el lector complete los huecos, encuentre acomodo en los espacios en blanco, tome conciencia del aliento de la nada que bate contra nuestro casco, varados en el ahora incierto y quién sabe si a(b)negados de futuro, oponer no obstante la escritura al silencio con urdimbre de palabras animosas, sugerentes, que dejan su estela sobre el papel, y pienso que vengan a cubierta libros aunque «obra muerta» sea, que en este caso no lo es, en absoluto.

La Navaja Suiza. 2020. 130 páginas