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Una boda en Lyon y otros relatos (Stefan Zweig)

Publicado por Acantilado en 2020 con traducción de Berta Vías Mahou, Una boda en Lyon es un relato acompañado de otros tres más breves: La caminata, Un ser humano inolvidable, Dos solitarios.

El último de los cuatro, Dos solitarios, se me antoja el más simple. Dos almas gemelas un buen día deciden juntar, no sé si sus existencias, pero sí al menos sus cuerpos.

En La caminata, Zweig nos lleva a los tiempos de Jesús, El redentor.
El protagonista se pega la paliza padre siguiendo los pasos del Mesías, pero tras una parada nocturna entre las piernas de una mujer, se verá privado de conocer al Señor en vida.

En Un ser humano inolvidable, Zweig plantea una distopía humanista, un mundo en el que las personas se tratasen con cordialidad, intercambiasen favores, y el dinero fuera lo de menos, donde cada cual solo tomara aquello que le fuera estrictamente necesario. Zweig que en su época fue uno de los escritores más celebrados, que más libros vendía, y por ende millonario, aliviaba su conciencia siendo generoso, muy generoso.

Una boda en Lyon nos lleva a Lyon, a noviembre de 1793. Las algaradas callejeras, el enconamiento hacia unos lugareños rebeldes y hacia una ciudad traidora, se resuelven de una manera drástica, Fouché mediante, ajusticiando a miles de personas. La historia se sitúa en una cárcel, a la cuál por cosas de la vida (por la pluma de Zweig) van a concurrir una pareja. El autor desata su vena más humanista, sensible, amorosa y trata de hacernos ver que a pesar de que las condiciones de vida sean infaustas, a pesar de que la muerte esté ahí a la vuelta de la esquina, siempre hay una oportunidad para el amor. Que vale que el amor no consigue aquí vencer a la muerte, pero sí que hará de esa última noche una noche especial para los esposados.

Centroeuropa

Centroeuropa (Vicente Luis Mora)

Centroeuropa la última novela de Vicente Luis Mora es una espléndida y divertidísima fábula ambientada en una localidad prusiana en la primera mitad del siglo XIX que cifra bien la posibilidad de cambiar de vida y hacer borrón y cuenta nueva, auxiliándose en valores como la inteligencia, la determinación, y la sagacidad, atributos con los que se engalana nuestro protagonista, Redo, el cual un buen día decide abandonar su Austria natal para mudarse junto a su amada Odra a tierras prusianas, tras un inopinado y ventajoso asunto que le permite dicha mudanza, que como se verá será tanto física como espiritual.

La condición de recién llegado, no se reviste de una extranjeridad nociva, pues Redo caerá en suerte a los lugareños formando rápidamente parte del paisaje y el paisanaje local. Entrando rápidamente Redo en la órbita de Jakob, quien encarece aquellos valores que Vicente vindicaba en su ensayo La huida de la imaginación (El fenómeno creado por unas pocas personas archiformadas, cultísimas, que se han dejado los ojos toda su vida acumulando un especial dominio sobre una faceta del arte, especialmente si se trata de escritura, se llama, para algunos, «elitismo», en vez de denominarse, simplemente, «literatura»). Jakob es un historiador culto, crítico y se relaciona con todo el mundo, pues no se posiciona por encima de nadie y prefiere una relación inter pares con sus vecinos. Jakob encarna el acicate que Redo necesita para abrirse a la cultura, para pulir su escritura, para saciar su ansia de saber.

La novela es el testimonio que Redo nos ofrece en el otoño de su vida, toda vez que entiende que ese es el momento en el que ya tiene cosas que decir y sabe cómo expresarlas. Las digresiones en el relato sitúan a Redo en el burdel materno, en la travesía que lo conducirá hasta Prusia, y luego ya en Oder (¿ven el palíndromo?) y sus más y sus menos con las autoridades locales (Redo es un campesino libre, algo inédito para un estado acostumbrado a los siervos; también una suerte de pionero, cuyo amor es incluso ultratómbico), cuando descubra que el terreno en el que se afinca es algo parecido a un cementerio, al aparecer bajo tierra muertos helados que tienen la particularidad de que no se ven afectados por las condiciones climatológicas. Muertos, ya insepultos, que se convierten en una especie de “memento mori” para cualquier observador, y que le abre al autor, más que un derrotero fantástico, una línea de pensamiento que lo acerca a las tesis de Tolstói en Guerra y Paz, en cuanto a la idea que tenía este de los emperadores y reyes que como Napoleón condujeron a sus ejércitos propios y ajenos a la destrucción, a su aniquilamiento, a contar los muertos por millones, abonando sus cuerpos la tierra por todo el orbe o recurriendo en sus reflexiones a Kant y La paz perpetua, pensando más en los muertos que en quienes los abocan a la muerte.

Crees que aprenderemos, Jakob, le pregunta Redo. ¿Te parece que estamos aprendiendo algo?, replica Jakob. Una pregunta y una respuesta en forma de pregunta que no han perdido un ápice de vigencia, a cuenta ahora mismo del coronavirus. ¿Aprendemos de nuestros errores? O hemos de resignarnos a la pugna de dos fuerzas: la bondad y la maldad que siempre están a la gresca anidando en nuestro ser desde el comienzo de los tiempos. ¿Progresamos en cultura o lo hacemos en barbarie? ¿Son inversamente proporcionales?.

Centroeuropa, una lectura tan amena como estimulante.

Galaxia Gutenberg. 2020. 178 páginas

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Línea de penumbra (Elvira Valgañón)

Metamorfosear la nada y convertirla en algo: una melodía, una escultura, una pintura, un texto. Poblar el silencio, habitar el espacio, adensar la historia, un ejercicio creador capaz de todo esto. Y de mucho más. Hacer aflorar una pintura en una cueva prehistórica, como brotada de la piedra, pero de la mano del artista. No son Los Once personajes del cuadro de Michon, sino trece los cuadros con los que Elvira Valgañón pergeña esta delicada, absorbente y fascinante novela, una Línea de penumbra deslumbrante. Me pregunto si novelas como esta no deberían formar parte desde ya de los planes de estudios. Ya que la historia que se nos enseña hoy atiende a un memorizar-olvidar convertido en acto reflejo.
Me pregunto si un libro como este, además de azuzar nuestro interés y curiosidad por el pasado, no nos brinda a su vez la magnífica posibilidad de a(ho)ndar en la historia, desde la prehistoria y las pinturas rupestres, hasta mediados del siglo XX con el arte moderno, de la mano de autores como Bacon, pasando por Hopper, Juan de Flandes, Artemisia Gentileschi, Ghirlandaio, Caravaggio, El Bosco, José Arrúe… El punto de partida en cada relato es como preámbulo un cuadro. Cada cuadro tiene una historia delante y detrás. La mayoría son encargos, obras que explican la historia o la falsean; algunos permiten explicar la naturaleza casi idéntica entre la obra del artista y su vida como en el caso de Caravaggio, siempre al límite, como le sucede también a Bacon en su Retrato de George Dyer en el espejo. Cuadros que encierran un misterio como el Automat de Hopper, y también el nuevo signo de los tiempos; Podemos experimentar la rabia y la desolación del verdugo en Salomé con la cabeza del Bautista o la determinación del suicida en La tumba del nadador.
La vida entra y sale de los cuadros, y pasa al observador que la acomoda a su vida y a las hechuras de su existencia, y si el cuadro no nos dice nada por sí mismo o así estamos de sordos, entonces Elvira nos cuenta una historia, la del cuadro, la de su autor, la del retratado, la de su época, y aquí no hay fárrago, más bien precisión y detalle (algo que uno viene apreciando con agrado desde que en su día leyera Luna cornata y después Invierno), sutileza en el trazo, vida bullente en las bien seleccionadas palabras, misterio, arrullo y sugerencia: literatura alada, para entendernos.

Todo lo que cabe en un cuadro cabe también en un libro. Un espacio infinito, el que abre este libro.

Pepitas de calabaza. 2020. 158 páginas

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Amianto (Alberto Prunetti)

Alberto Prunetti escribe sobre su padre Renato, trabajador soldador itinerante durante más de 35 años por toda la geografía italiana, que murió con 60 años. El amianto parece ser el responsable de su muerte, y así se dictaminará en una sentencia, que siempre llega tarde. Cuando el muerto ya está en el hoyo. Una sentencia según la cual Renato debería haberse jubilado (prejubilado) siete años antes, siete años que se hubiera evitado de exposición al amianto, al zinc, al plomo, lo que hubiera alargado seguramente su vida.

«Justicia es no morir en el trabajo, no morir ni ver morir a tus propios compañeros. No tener que morir en los términos que establece la ley. Es trabajar sin ser explotado. Y que lo que es un derecho estando vivo no te sea reconocido cuando ya has muerto».

Prunetti para evocar la figura su padre también nos habla de su infancia, adolescencia, y adultez, sus años como futbolista de niño, su época en la universidad y su estado actual como traductor, «trabajador cognitivo precario», se autocalifica; lo que Alberto nos viene a decir es que las condiciones laborales se han empobrecido, aliado con un lenguaje que blanquea las cosas. El complemento de penosidad de la obra que Renato cobraba 1976 pasaré a renombrarse luego como «prima». La penosidad, claro está, sigue existiendo.

«La memoria para mí es algo vivo que se preserva pasando la lijadora sobre el óxido del tiempo».

«Nací entre el amianto de Casale y el acero de Piombino, entre el polvo asesino y las colas de los altos hornos. Venir al mundo fue como nacer bajo la lona de amianto, crecer significa dar el salto del tocho. Porque crecí en la costa del fango rojo, jugando a la pelota en el campo asfaltado de la antigua Ilva donde fui al colegio. Durante años acudí al trabajo bordeando una fábrica de titanio y ácido sulfúrico, el camino que me llevaba la universidad que seguir el curso del Merse, que es un pequeño río lleno de arsénico y de otros metales pesados liberados en las minas inundadas, en las que se ha almacenado toneladas de cenizas del pirita. Bajo el signo del amianto y de la nocividad. Soy acero, ascendente amianto».

Amianto es la primera parte de una trilogía que Prunetti está llevando a cabo sobre la clase obrera.

Amianto es la vida de Renato y también su pronta muerte, igual a la de muchos, víctimas todos ellos de un sistema que los extermina y acalla sus muertes en pos siempre de la productividad, el rendimiento, el beneficio, sin evitarles la nocividad, la penosidad, la peligrosidad; el capitalismo nuestro de cada día, en suma.

La traducción impecable como siempre va a cargo de Francisco Álvarez. Y pienso en los excelentes traductores del italiano que tenemos en nuestro país: Xavier González Rivera, Pepa Linares, José Ramón Monreal, Carlos Gumpert, José María Micó…

Hoja de Lata Editorial
Año de publicación: 2020
Traducción de Francisco Álvarez
200 páginas
Prólogo de Isaac Rosa

Lecturas periféricas | La mano invisible (Isaac Rosa)