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Pablo Katchadjian

Amado Señor (Pablo Katchadjian)

61 formas distintas de manifestarse con el Señor, las que propone Pablo Katchadjian (Buenos Aires, 1977), en Amado Señor (editado por Hurtado & Ortega, en su Biblioteca K) , al cual su interlocutor no sabe de qué le está hablando, ni para qué, pero siente que éste le escucha, y así se lo agradece. La escritura aquí se convierte en confesiones que le permiten abrirse a sí mismo para abrirse al mundo, pues el señor aquí es algo polifacético que puede ser relámpago, vida, escarabajo, bendición, sueño olvidado…, porque allá donde el narrador, que habla por escrito, fija su mirada o su pensamiento o sus recuerdos (con sus historias familiares, todo ese palimpsesto genealógico de raíces gitanas, que tras alumbrarnos nos conforma) encuentra la manifestación de la divinidad, que adopta aquí la forma de una conciencia, una aptitud, una actuación, como si ese señor no fuera otra cosa que una proyección, una protección, a veces también una defección de sí mismo. Alguien a quien rendir cuentas del estupor y la maravilla que es la vida, de aquella incerteza que no desaparece cuando se resuelven las dudas, esa tensión entre libertad y falta de libertad a la que nos entregamos, la tensión entre la vida y destino, como si éste último fuese la muerte y la vida todo lo que hacemos, inútilmente, para distraerla o apaciguarla.

Una vivaz narración escalonada, de capítulos enhebrados, que como cuentas de un rosario, recitados cada capítulo en voz alta, quizás operen como mantra, pero que yo la siento (su Voz y su Escritura) como flujo, reflujo e influjo.

La literatura, así agraciada y transmutada, deviene Uno y Trino.

Hurtado & 0rtega. 2020. 152 páginas

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Edén, Edén, Edén (Pierre Guyotat)

Leer Edén, Edén, Edén sin marcapáginas es un puto infierno, infierno, infierno. Es posible que este libro de Guyotat (escrito en 1970 con 30 anos) lo haya «leído» un par de veces, o más.
Si este libro fuese un cómic, los bocadillos serían (de) salchichas, anhelantes de orificios, sin importar cual. La lefa es el pan suyo de cada día. Los cuerpos buscan sexo una y otra vez de manera incansable, entre humanos, con canes. Tras el orgasmo vuelven otra vez a la carga. En su mayoría son relaciones entre hombres en el desierto de Argelia; la palma se la llevan dos putos, Khamssieh, Wazzag, seguido del follamaestre, el pastor (que esconde a lo Copperfield un jaramillo en su ano) y los soldados, siempre prestos para el acoplamiento. Las escenas se repiten, sin apenas variación, en este edén triplicado, que de Edén tiene poco, pues viene a ser un desierto, donde humanos y animales se la pasan copulando. Es posible que no haya nada mejor que hacer. Guyotat pone toda la carne (salchichas y morcillas humanas) en el asador, con un menú compuesto de prosa seminal/espermática, sanguínea, sudorífera, excremental, vomi-tónica. Los cuerpos son sumideros de entrada y salida. Aquí la moral ni está ni se la espera. El sexo es solo eso, no sabemos qué experimentan al hacerlo, al darlo y recibirlo, y únicamente parece atender a la satisfacción irrefrenable de ese impulso. La narración simplemente trata (y lo hace de manera sumamente explícita) de describir y encadenar estos actos sexuales hasta la saturación, sin páginas en blanco, ni interrupciones, todo en bloque; un muro de palabras sin asideros, pasando del acoplamiento al desacoplamiento sin transición. Y en este infierno lector, el céfiro viene de la mano del monumental traductor Giráldez, autor también del epílogo. No le debe haber resultado nada fácil lidiar con un Victorino como este.
Lo del fardel sexual y otras tantas expresiones aquí derramadas serán imposibles de olvidar. Considerada pornográfica en su día gracias a editoriales como Malastierras este triplete edénico lo tenemos ahora disponible en castellano para leerlo y sufrirlo como se merece. Aquí me quedo pues, tras la lectura como una vaca mirando al tren, reamorcillado, estomagado e incluso arcádico.
Y después de esto, qué.

Malas tierras editorial. 2020. Traducción y epílogo Rubén Martín Giráldez. 309 páginas

Estamos en el borde

Estamos en el borde (Caroline Lamarche)

Estamos en el borde suma nueve relatos (Frufrú, Embuste; Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio y Cipriano; Ulises, Elad, Horacio, Tosco, Merlín, Rudi) de Caroline Lamarche, publicado por Editorial Tránsito (que publicó también la novela de Lamarche La memoria del aire), con traducción de Raquel Vicedo.

Se queja Caroline Lamarche en una entrevista de que en Francia los relatos son un género que no goza, a su pesar, de mucha aceptación entre la masa lectora, ni cuenta con el suficiente apoyo editorial. En España, a pesar de contar con excelentes cuentistas creo que sucede algo parecido. No obstante desde este rincón libresco sigo apostando por los relatos, máxime cuando son de calidad, como los aquí presentes.

La autora belga presta especial atención a los animales, todos ellos presentes con mayor o menor entidad en los relatos. Ligando ese espíritu animalista, naturalista, con el título del libro, lo que la autora explicita es una situación en la que la naturaleza se halla al borde, al borde de la extinción podemos pensar. Una situación agravada que afecta a la fauna, la flora… Ese discurso se concreta en los relatos yendo a lo particular, a lo minúsculo.
En Lino […] Cipriano, vemos cómo casualmente unos niños descubren un hormiguero y lo destrozan alegremente. La suerte de las hormigas a los críos les importa un bledo, pero para ellas ese ataque humano supone una brutal amenaza a su existencia y el desbaratamiento de décadas de desapercibidos trabajos.

En Frufrú se establecerá una relación especial entre un hombre que labora en un refugio y un ave que recoge con el ala rota. Abandonar el nido, de forma literal, supone algo necesario para ambos, pero siempre es doloroso, como se ve y siente.

La muerte de un caballo, en Embuste, es a su vez también metáfora de ese mundo del que hablamos antes, camino de la extinción, cuando los caminos y terrenos son borrados por las autovías/autopistas y los animales ven achicado su hábitat natural. Un mundo que pierde su inocencia, tanto como sucede en las relaciones cimentadas sobre las arenas movedizas de los secretos, las mentiras y la desconfianza.

El amor en los relatos adopta distintas manifestaciones, ya sea la confianza, o el verse cuidado o amparado en el otro, aunque a veces, como sucede en el relato Rudi, la muerte súbita de un hijo lactante, deja a una pareja echa trizas, asaeteados por la ausencia irreparable y un indeseado porvenir que nunca será tal.

En Ulises, la protagonista del relato confiesa que no pudo leer el famoso libro de Joyce, que lo arrojó al mar, que aquello aún es un estigma, un socavón en su carrera lectora. Esto nos da pie para pensar acerca de cómo considerar aquellos libros llamados clásicos, convertidos a veces en paredes verticales de puro hielo.

Horacio nos conduce a las tragedias griegas, a su encontronazo con la realidad, cuando deja de ser divertido y dramático lo visto sobre un escenario para devenir patético e incómodo sobre el asfalto presentista.

La muerte está presente en Elad. No como algo físico, sino como una pulsión, un sentimiento, una amenaza, como el resultado de la combinación de la plenitud y el vacío que nos depara la dependencia amorosa, como si de una planta carnívora se tratase que cuidamos y alimentamos a diario con mimo extremo.

Leyendo Tosco pensaba en lo que escribe Nietzsche en su Aurora acerca de la compasión, la bondad, la necesidad natural que sentimos por querer mejorar la vida de los demás. A quién ayudar, cómo hacerlo, cómo dar, cómo recibir. En qué situación queda el ayudado, y el ayudador. Esta situación experimenta el protagonista del relato, convertido en un demiurgo de andar por casa, ante la posibilidad de mejorar, o mejor, alterar, la vida de dos jóvenes okupas. Al final cada una seguirá su propio camino, y las interferencias ajenas no operan resultado alguno, más allá de saciar el sentimiento de la compasión (¿o es egoísmo, al permitirle vivir nuevas experiencias?) del presunto auxiliador.

Mi relato preferido es Merlín, ahí Lamarche aúna el espíritu humano con el de la naturaleza, cuando una mujer descubre en la casa para cuyo cuidado ha sido contratada dos presencias masculinas, inesperadas, que la ocupan (la casa, atendiendo a razones profesionales) confortan, al sintonizar la misma onda, al tiempo que (se) da cuenta de su soledad, de su anhelo de ser cuidada, de alcanzar corporeidad, de ser algo más que una conciencia.

Una voz la de Lamarche muy sugerente, dotada de una gran sensibilidad, que aflora en los pequeños detalles, en los apuntes que describen nuestra naturaleza humana (y así nuestros temores, afanes, deseos…) siempre en equilibrio, aunque cada vez más imposible, con la madre Naturaleza, a la que vamos dañando sin miramientos día a día.

Editorial Tránsito. 2020. 152 páginas. Traducción de Raquel Vicedo

Y hablando de bordes, afueras y fronteras vale mucho la pena leer el discurso de ingreso en la RAE de José Luis Sampedro, “Desde la frontera”.

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Los amigos (Ánjel María Fernández)

Un espíritu nada taurófilo como el mío se ve leyendo Los amigos (editado por Pepitas de calabaza o por Los aciertos ediciones, no me queda muy claro) de Ánjel María Fernández (Arnedo, 1972), libro escrito a la mayor gloria del torero arnedano Diego Urdiales, amigo del autor.

Ahora que las plazas de toros pierden gente entre sus gradas, que hay algunas comunidades autónomas en las que incluso están prohibidas las corridas, que la denominada Fiesta Nacional está en entredicho y que los animalistas entienden el sacrificio de los toros como una aberración, el libro de Ánjel es una vindicación de Urdiales, el urdialismo es un humanismo, en el que trata de trazar puentes y conceptos que parecen irreconciliables, leo: Y porque entiendo que ser taurófilo no solo demanda sino que exige ser animalista, estoy seguro de que todo el animalismo ha de ser taurófilo más pronto que tarde; no me cabe duda […] la tauromaquia devendrá en ejemplo a seguir, se constituirá en el horizonte y allanará la senda que marcará nuestra relación como especie humana con el resto de especies.

El propósito de Ánjel es seguir en 2016, a Urdiales un año por los ruedos, pero como este objetivo se malogra, se conforma con seguir las corridas por televisión, otras de forma presencial y echando mano también de grabaciones antiguas, para trazar una suerte de biografía que nos explique a Urdiales en particular y la tauromaquia en general. Ya sea con apuntes historicistas, apuntes y anécdotas en las que se manifiesta lo dificultoso que les supone a los diestros pisar un ruedo y poder ejercer de toreros. Incluso ya con cierto prestigio y reconocimiento, el traje de luces lo es también de sombras pues como se lee, sin toro no hay torero, y cuando los toros no son buenos (en el libro se habla acerca de los encastes) poco puede hacer el torero más allá de sumirse en la desesperación. Vemos años de sequía en los que es difícil ir teniendo continuidad en los ruedos para lo que se precisa una gran fortaleza. Leyendo a Ánjel escribir sobre Urdiales uno parece encontrarse ante algún héroe o Dios griego del que por muy humanos que se presenten, hay algo que los conforma y los hace, no distantes pero sí especiales. O al menos con estos ojos parece contemplar al diestro -como el que ve y se extasia ante un David de Miguel Ángel- el autor.

El toreo se sueña, el toreo se piensa, el toreo se entrena, pero exige después culminarse en plaza verdadera, ante público cierto y delante de animal para concluir lo nunca hecho, para materializar una novedad, para publicar lo inédito.

El texto también se puede entender como un anecdotario (sobre toreros paracaidistas o pánicos, por ejemplo), poblado el texto de una galería de personajes singulares y literarios que dan su juego, gracias al humor sostenido y chocarrero que destila Ánjel, que irá conociendo en ese ambiente taurino personas de lo más granado, como el Chisporrote: estrella mejicana del reguetón, Diana y su falotesis, Aldonza, la pareja del narrador, la señorita Flórez, que permite a la narración buscar los derroteros del suspense.

Sin que la tauromaquia me llame lo más mínimo, el libro de Ánjel me ha mantenido entretenido, y quizás en un futuro la novela, ya sin estar bajo los efectos de la dietilamida, puede abocar en otro texto, en un ensayo (el autor quiere romper con esa imagen que tiende a tildar a los taurófilos de paletos, ignorantes, salvajes, de derechas, etcétera), aquí ya esbozado, a cuenta de la integración de la tauromaquia en la modernidad y su nueva sensibilidad, si esto es posible y no nos hallamos ante un oxímoron.

Los aciertos Ediciones. 2020. 191 páginas