Archivo de la etiqueta: Abelardo Castillo

www.devaneos.com Editorial Carpe Noctem

El que tiene sed (Abelardo Castillo 2013)

Abelardo Castillo
Editorial Carpe Noctem
2013
222 páginas

Carpe noctem es una editorial de reciente creación. Si todos los libros que publican son como El que tiene sed de Abelardo Castillo, leeré más libros suyos. Otra cosa es que vendan muchos libros, visto que la tendencia es que las grandes editoriales se coman a las chicas: ahí está el monstruo Penguin Random House. En formato e-book, en Carpe Noctem, venden los libros por menos de cinco euros (y explican en su web por qué fijan estos precios y no otros, y uno comprende cómo el resto de las editoriales se llenan los bolsillos a manos llenas, merced a lo digital).

El que tiene sed ¿qué hace? Bebe y se sacia.

Esteban Espósito es un treintañero alcohólico, como otros tantos escritores: Dylan Thomas, Baudelaire, Bukowski, Hemingway, y por mucho que bebe y se destruye, Esteban ni se sacia ni se muere.

El tiempo, en esta narración es una cosa viscosa, informe, donde el antes y el ahora se funden. El tiempo es algo que simplemente sucede, más allá de ciertos mojones temporales que permiten anclar los episodios de la narración en 1972. El tiempo es como una media de esparto, emplazada sobre una pierna, que va enrollándose y desenrollándose sobre la piel. El tiempo es una tierra cuarteada, terrones secos, territorio yermo, como el alma de Esteban, que tiene alergia a vivir.

Esteban, maldito y alcoholizado va camino de su destrucción, inflamando su hígado, apartando a Mara, la mujer de su vida, de su lado, pintando con palabras certezas, un paisaje desolador.

Lo que no decían los libros, lo que nadie había escrito, era esto que Esteban sentía ahora: lo innoble, lo sucio, lo infame que es el lugar por donde deambula, como por su jardín, el alcohólico. Su jardín. La ropa manchada, sudorosa y maloliente, desparramada por todas partes. El olor a orina, y a algo peor que a vómito: a podredumbre. A pura y nada poética mierda, sí Señor. Esto es lo que no habían escrito ellos…. Esto era finalmente el alcohol, y quizá sobre todo era esto. Sólo un alcohólico podía deambular por su inmundicia sin que lo matara el asco. (página 143)

Esteban acude a dar una conferencia a un pueblo de mala muerte, y mientras tanto, bebe, cada latido un trago, cada respiración un trago, cada minuto, otro trago más, alimentando así sus lagunas (etílicas) mentales, convencido de que los ángeles buenos, como la conciencia, como la sinceridad, como el amor, son solubles al alcohol. Y se aparece en su camino, zigzazgueante, un ángel blanco, La Sirenita, de quien se prenda, hasta que la deshace en su mente, y la orina, y la vomita, y es otro espacio en blanco más en su biografía, diezmada, poblada de desmemoria. Y juntos, él y La Sirenita van en un taxi, hasta que ella se baja y él sigue su camino, hacia ninguna parte, hasta que al negarse Esteban a pagar la carrera, lo corren a hostias, el gremio de taxistas, corresponsales en su belicosidad, y de allí a la trena y luego defecado de nuevo a la calle, porque Esteban, que tiene una curda del diez, olvida lo que vive y vive para olvidar, e irse borrando poco a poco, sin encontrarle sentido alguno a esto de vivir, hasta que en un bar, mientras está trasegando, mantendrá una charla con El hombre de los ojos de plata, que le pondrá frente a un espejo en el que se reconoce.

Siempre puede ocurrir algo peor. Vale la pena vivir sólo por eso. Para ver dónde está el límite de la degradación, la infelicidad y el sufrimiento. Hasta dónde somos capaces de humillar y hacer sufrir a los demás, o hasta dónde la vida es capaz de vejarnos, envilecernos y hacernos padecer. Pero sobre todo hasta dónde somos capaces de llegar, hacia abajo sin ayuda de nadie, nosotros mismos. (página 83)

Abelardo Castillo
Abelardo Castillo

Esteban se podría arrojar a las vías de un tren, defenestrarse, volarse la tapa de los sesos o buscar cualquier otra forma rápida y directa de morir, pero en lugar de hacer esto, acude a un psiquiátrico, de manera voluntaria, como turista, acompañado por La Sirenita, para entrevistar a Jacobo Fiksler, el Viejo Poeta, de quien tomará notas (notas que el Viejo Poeta asemeja a pescados muertos, algo que Jesús, Pitágoras y Sócrates, supieron entonces), erigido en su Virgilio, de cuya mano recorrerá las dependencias de la locura, hasta el Árbol de la Vida, donde sus conversaciones se mantendrán en un plano de irrealidad manifiesta, donde Jacobo no permite que nadie a su alrededor vaya de raro, ¡el loco es él!, emplazando a su interlocutor a formularles preguntas raras. La Paradoja de Poincaré, y su error, por ejemplo, mientras cantan los pájaros, mejor, canta un ruiseñor en la tiniebla.

Y allí Espósito logra desintoxicarse durante más de seis meses, si bien, un alcohólico como él lo será siempre, tome o no. Y sus recuerdos y alucinaciones se pueblan de fantasmas, hasta que parece que nos va a dejar, que Esteban va a lograr su objetivo de irse, de borrarse del todo, pero como la naturaleza es terca y el corazón va por libre, Esteban vuelve de las fauces de la Parca y Paula, una de las enfermeras, nos aclara qué pasó.

Y de inmediato su lengua terrenal pasó a informar, tumultuosamente, sobre cierto doloroso chacamento que casi le descuajeringa a Esteban la busarda, cólico renal ocasionado. O altitudo!, por tanta falta de escabio o por brusco cambio de forraje que le escrachó el metabolismo, aunque, a decir verdad, lo peor de todo habría sido el biandaso que en el quirófano le erró la cardiaca…..Los fanguyos, mimoso: los zapatos; en fin, se le había fruncido de tal manera el cartucho, que un poco más lo yugulan (página 189).

Abelardo Castillo mezcla el lenguaje coloquial con otro más culto, hace referencias a la Ofanin, a la sonata de Tartini, a los sueños de Coleridge, a toda la literatura, música, arte, que nace de los sueños, y pone en la boca del alcoholizado Esteban, o bien en su pluma, páginas densas, intensas, inteligentes, impregnadas de humor, acidez, lucidez, acerca del acto de beber y la desintegración humana.

Abelardo Castillo es dueño y señor de una narración potente, compleja, de una combinación de registros, que te obligan a estar alerta en todo momento, para apurar este libro crudo, descarnado y sarcástico, como bien se merece; gota a gota/párrafo a párrafo/palabra a palabra, porque este libro, amigos, no se lee, se decanta.

Huelga decir que gracias a Abelardo Castillo, me he empapado y saciado, de su buena literatura.

Brindemos pues por el autor, por Esteban, por la editorial que lo publica (este libro ronda por ahí desde 1985) y por la literatura capaz de producir fiebre lectora.