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Vida secreta (Pascal Quignard)

Intento escribir un libro que me haga pensar al leer. He admirado sin reservas lo que Montaigne, Rousseau, Stendhal o Bataille intentaron. Mezclaban el pensamiento, la vida, la ficción y el saber como si se tratase de un solo cuerpo.
Los cinco dedos de una mano agarran algo
.

La primera lectura la considero una mera aproximación, una toma de contacto. El texto, suma de aforismos, microensayos, etimologías, autobiografía y ficción, da cuenta del ser humano, de su nacimiento y muerte, y en medio de este camino, el horizonte copulativo, y el amor, concepto sobre el que Quignard se explaya, casi tanto como lo hace sobre el lenguaje y la escritura: «La mejor manera de pensar es escribir«.

Nada rebaja y envilece tanto como dejar de ser amado.

En primer lugar, el amor es un dolor, a la edad que sea. A la edad que sea, porque lo que los hombres reconocen como amor es una segunda vez.
El dolor tan agudo de sentirse de nuevo enamorados, a pesar de la edad, el desgaste, el saber, la memoria, el pesar.
¿Qué es el amor? No es la excitación sexual. Es la necesidad de estar todos los días en compañía de un cuerpo que no es el propio.
En el angulo de su mirada.
Al alcance de su voz
.

Quignard cumple con creces el objetivo que se fija en el primer párrafo. Es este un libro que hace pensar, que incita a la reflexión, con el que uno aprende muchas cosas, aunque haya algunos párrafos más inaccesibles, más escarpados, donde ahí sí que cuesta avanzar.

Seguiré pues releyendo, pues creo que esta es la naturaleza de este texto, que me da pie para coger con ganas sus Pequeños tratados que se acaban de publicar por vez primera en castellano, en dos volúmenes, en más de 900 páginas.

Espasa. 2004. 296 páginas. Traducción de Encarna Castejón.

Acantilado

El equilibrista (Andrés Neuman)

Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) es un escritor precoz. Con 20 años comenzó a publicar libros de poesía, novelas, relatos y libros de aforismos como el presente, escrito entre 2000 y 2004.

Los aforismos o te llegan o no y en muchos de ellos tengo la sensación al leerlos de que se podría cambiar una palabra por otra y el resultado sería parecido, pues el aforismo es terreno fértil para las ocurrencias.
En ellos el autor reflexiona sobre el paso del tiempo, sobre nuestros silencios, vanidades, egos, la relación con nuestros mayores, sobre la moral y lo políticamente correcto…

Los que más me interesan son los que tienen que ver con la escritura, la literatura, la poesía, donde dice cosas interesantes sobre el acto de corregir, que él considera el segundo turno del talento, dice que un escritor cuando lee reescribe, que el sentido de una novela llega a posteriori, que los personajes el escritor tiene que sentirlos como propios, como unos nietos que algún día pudieran leer ese texto, que nada hay peor en un escritor que la autocompasión, que se escribe desde el agradecimiento o desde el rencor, que escribir no es un deseo: es una orden, que hay más literatura en la vida de cualquier lector que en las lecturas de cualquier vida, que el cuento es un dardo y la novela un radar….

Tras los aforismos, el autor, en prosa, habla acerca de cómo siente él cuando un libro está ya listo para ser publicado y puede entonces desentenderse del mismo y ponerse con el siguiente.

Habla también del buen lector, aquel que salva el libro, aquel que va más allá en el leer de acumular información y se sirve de su memoria y su capacidad crítica para mejorar con su crítica el libro, pues sirve como ayuda al escritor. Dado que a todos los escritores jóvenes se les han proferido siempre los mismos reparos alega que al menos, los prejuicios sean otros. Y surge, como era de esperar, el debate entre realidad y ficción. Según Neuman aunque el escritor registre una realidad, esta hay que ordenarla, y el autor aporta al escribir su estilo, su estética, por lo que hablemos de ficción o no, el autor siempre elabora y crea.

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El arte de conversar (Oscar Wilde)

La lectura de este libro ha sido muy placentera. Lo edita Atalanta, con traducción de Roberto Frías, quien al final escribe también «Una especie de autobiografía» que aporta muchos datos de interés sobre la vida de Oscar Wilde.

En todo momento Wilde es consciente de su talento y de su ingenio. Así, cuando pisa suelo americano y el agente de aduanas le pregunta si tiene algo que declarar, él replicará: «No tengo nada que declarar, excepto mi genio«.

Genio e ingenio es lo que se manifiesta tanto en los relatos como en los aforismos del libro. En los relatos -muchos de ellos son orales, y referidos en veladas, a personalidades del mundo de las letras, como por ejemplo, André Gide– Wilde recurre a menudo a la Biblia para contarnos en un relato como Judas se ahorca, no porque esté arrepentido, sino porque las 30 monedas que recibe por oficiar de Chivato, son falsas. En otro relato Lázaro vuelve del más allá y le cuenta a Jesús que allí no hay nada de nada, que a la muerte le sucede más muerte, una nada infinita. Jesús le pide a Lázaro que no propale esa mala nueva; o ese joven que con obras y milagros parejas a las del Mesías, se lamenta de no haber sido también él crucificado. Hay lugar para lo trágico, como el relato del poeta que se queda sin palabras; para la maldad como ese Diablo tentador que vence las resistencias de un ermitaño duro de pelar, refiriéndole la buena suerte de su hermano; para lo poético como en El espejo de Narciso. Me gusta encontrar en los relatos – la mayoría breves- el golpe de efecto final, la capacidad de sorprender de Wilde, de plantarte una sonrisa en el rostro por menos de nada.

En cuanto a los aforismos, estos están agrupados por distintas materias, a saber: Hombres, Mujeres, Gente, Familia, Matrimonio, Religión, Estados Unidos , Conversación, Egoismo, Relaciones, Pobreza, Amistad, Emociones, Pensamiento, Simpatía, Pecado, Comer y beber, etc…
Así agrupados, leyéndolos, uno tiene la sensación de que su lectura es algo parecido a sacarle la pulpa a un ensayo -que a menudo se sirve de mucha palabrería, y mucho ejemplo redundante para transmitir una idea, un concepto, una reflexión, que bien pudiera concretarse en un aforismo-.Leyendo lo que Wilde escribe sobre las mujeres y los hombres, sobre el matrimonio, sobre las emociones -algo que parece primordial en su obra, y que por otra parte parece lógico, siendo él un artista, cuya materia prima son las palabras y cuyo resultado es la emoción sobre el lector- sobre el pecado, la religión, la literatura o el arte, atisbamos un carácter que va contracorriente, que lucha por afirmar su sexualidad-mantiene una relación con Robert Ross y más tarde con Bosie, que sería su perdición-, por evitar cualquier atisbo de restricción, que detesta la moralidad hipócrita, un Wilde que vive y deja vivir, que no se mete en camisas de once varas, a pesar de que no esté libre de soltar unos cuantos puyazos -algo lógico en un espíritu libre, crítico, hastiado de las convenciones sociales, de los matrimonios aburridos, de la gente buena y tediosa- un Wilde que parece ser amigo íntimo del Argumento injusto de Las nubes de Aristófanes, y que apuesta por la vida licenciosa, por darse al vicio, a la voluptuosidad, por amorrarse a los placeres mundanos, a todo aquello que la vida nos ofrece, a toda esa belleza, que se manifiesta en el placer y que sería un crimen orillar, un error desoír esos cantos de sirena. Nos dice «La única diferencia entre el santo y el pecador es que el santo tiene un pasado y el pecador un futuro».

Hilarantes son sus comentarios sobre el pueblo americano, sobre sus compatriotas británicos a los que pone a caldo. No muy bien paradas salen las mujeres, a quienes tengo la sensación que trata como seres inferiores, objeto de burla, y menosprecio, y no como iguales a él. Pasa mucho Wilde de la religión, entiende la Democracia como la opresión de la gente por la gente y para la gente. Respecto a la educación dice que nada que valga la pena saberse puede ser enseñado, que los matrimonios después de treinta años se convierten edificios públicos y en temas literarios apunta que entre Hugo y Shakespeare agotaron todos los temas, tal que la originalidad es imposible, incluso al pecar, que ya no quedan verdaderas emociones, sólo adjetivos extraordinarios

Es el libro un texto fértil, cuyos aforismos, estemos de acuerdo con ellos o no, sí que creo que nos iluminan, que nos hacen pensar o nos animan a ver las cosas de otra manera, pues como dice Wilde «Una idea que no es peligrosa no es digna de ser llamada idea» y Wilde quiere provocarnos, y nos ofrece un goce intelectual, que solo puedo alabar.