Hay autores que fían sus relatos a un léxico abundante y deslumbrante como Escapa (Mientras nieva sobre el mar) u Olgoso (Los demonios del lugar). Otros demuestran su fértil imaginación como Chirinos (La manzana de Nietzsche) o Pàmies (Si te comes un limón sin hacer muecas) y otros sacan a pasear su lado más salvaje como Sergi Puertas (Estabulario), Valeria Correa Fiz (La condición animal) o Jon Bilbao (Estrómboli). En el caso de Alejandro Morellón, su estilo me parece una incógnita para la que no tengo, de momento, ecuación. Leyendo esta gavilla de relatos que forman La noche en que caemos (ganador del 51º premio Fundación Monteleón Libro de cuentos 2013) tenía todo el rato la sensación de que las narraciones se sucedían a medio gas, que precisaban algo más salvaje, más bestia, algo que me removiera de veras, pero una vez finalizada la lectura creo que el estilo de Morellón es este, el de un terror o desazón asordinado, como se manifiesta en relatos como La noche en que caemos (ese elemento espacial me trae en mientes el fantástico relato de De Lillo, Momentos humanos de la tercera guerra mundial) o La herida, aunque sí es cierto que hay también alguna concesión a una vis más burra y humorística en Una máquina excelente. El palíndromo de Nadia es un experimento curioso, que me recuerda en aquello de jugar con la temporalidad de la narración al relato Wife in reverse de Dixon. En Plato de sopa sin retorno parte de la sorpresa nos la hurta el mismo título. Ta i sí que me ha sorprendido, pero una vez pasamos de lo real a lo fantástico el relato ya va como gallo sin cabeza o como un taxi sin paradas, que viene a ser lo mismo. Cuando el niño era niño me recuerda a una novela que leí hace nada de Moyano (La hipótesis de Saint-Germain), que abordaba también la inmoralidad. El relato de Morellón ofrece muchas posibilidades pero no las explota, pues juega con pólvora mojada. Diana sigue sin venir me recuerda bastante a otro relato de Morellón, a El estado natural de las cosas, con un final que cambia la estratósfera por el abrazo con ese manto gaseoso y postrero que es la atmósfera.
No sé si la novela con la que Morellón quedó finalista del Nadal, Y he aquí un caballo blanco, verá la luz algún día.
Una cosa más antes de acabar. No entiendo por qué motivo este libro tiene una letra tan chica (algo así como una Arial 9) cuando hay unos márgenes generosos que podrían reducirse y que permitirían así aumentar algo más el tamaño de la letra sin que se sumasen muchas más páginas, lo cuál tampoco creo que fuese un mayor problema, pues el libro tiene apenas 140 páginas.
Las reseñas de todos los libros citados están en el blog, por si queréis echarle un ojo. O los dos.
Eolias ediciones. 2013. 140 páginas.