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In memoriam. Posesiones de un exflamenco (Niño de Elche)

In memoriam. Posesiones de un exflamenco
Niño de Elche
Hurtado & Ortega editores
Año de publicación: 2020
132 páginas

Estos devaneos librescos, mi particular autobiografía de papel o diario de lecturas, va orillando toda la novelería (la cual aún hoy me sigue deparando alegrías, y pienso en Panza de burro, Centroeuropa, Imposible, El síndrome de Diógenes, La ciudad que el diablo se llevó, San, el libro de los Milagros, Vida económica de Tomi Sánchez, Nada es crucial, Canto yo y la montaña baila…) y se abre a otros horizontes, ensayos sobre el arte como Contra Florencia de Mario Coleoni, o de novela&arte como Línea de penumbra de Elvira Valgañón, biografías como la de Artemisia a cargo de Anna Banti o la de Robert Walser, El señor de las periferias a cargo de Jesús Montiel, me lleva incluso a sonetos de una monja mística riojana, Sor Ana de la Trinidad en Dolor humano, pasión divina e incluso sin poner freno a una curiosidad insaciable me veo leyendo una biografía-ensayo de un torero (Urdiales) de Ánjel Fernández y finalmente, hoy, las posesiones de un exflamenco llamado El Niño de Elche, al cual conocía únicamente por su reciente colaboración con Los Planetas.

Ni el toreo ni el flamenco son santos de mi devoción, pero reconozco que hay ahí cierto misterio que me interesa.
En la portada, el Niño de Elche (Francisco Contreras Molina) sale ataviado con una camisa, que en la expresividad corporal del sujeto asemeja una camisa de fuerza. Sus memorias se componen de capítulos cortos de una, dos o tres páginas, hasta sumar algo más de 120. Entremedias algunas fotos similares a las de la portada, en las que se aprecia cierta mudanza y espíritu de performance. No me parece que sea esta una autobiografía al uso, quizás porque no lo es y resulta más un sumatorio de posesiones que pueblan su carro de chamarilero, recuerdos que a menudo son más una memoria de la sensación, recuerdos engastados que no siguen un orden cronológico.
El texto es algo más parecido al Me acuerdo de Perec, aunque con más cuerpo. El Niño (ahora adulto) recuerda su paso por los tablaos (jornadas en la ciudad condal en las que acababa exhausto), la primera vez que enarboló una guitarra a los ocho años, su primera paguita tras una actuación, la cosecha de los primeros aplausos… también el sentirse un mono de feria, explotado por dueños de locales que le dejarán a deber (y también ayuntamientos como el de Torrevieja) o formando parte de un reality show en la televisión andaluza que sacará lo peor de cada familia. Todos muy flamencos.
Si nos atenemos a la portada, El Niño de Elche (no de El Ché, aunque se sienta muy comunista y muy de izquierdas) es un exflamenco si bien sigue siendo cantaor, ojo, no cansautor.

Leyéndolo no parece la suya la infancia de un niño prodigio, aunque parece ser que sí lo fue. Esto le acarrea ir obteniendo premios desde que deja de ser un churumbel, a los dieciocho años, como cantaor, ya tenía una peña con su nombre. Premios y becas como la concedida por Fundación Cristina Heeren. En Elche (una de esas ciudades que parece que al igual que Teruel tampoco existe: –Niño de Elche, ¿de dónde eres?. Es una pregunta que mucha gente dice formularle, sin parar mientes en toponimias) sin tradición flamenca es una rara avis. La beca le permite salir de Elche e ir a la patria del flamenco: Andalucía. Aunque parece que el idilio dura poco. Su espíritu iconoclasta y expansivo, sus performances, una creatividad difícil de domeñar, parece no amoldarse al flamenco de toda la vida cuando enseña la vena más recalcitrante y deja al autor como un enfant terrible, quizás porque los patrones están para saltárselos.

Los textos, canto hondo de su prosa, los siento impregnados de una melancolía y nostalgia más propios de una edad otoñal y por tanto impropios en alguien que ahora tiene 35 años (si bien es cierto que no depende tanto del número de años sino del número de experiencias vividas y pienso en Rimbaud o en su antagonista, Balzac, que escribió de la vida en cantidades ingentes sin apenas haberla vivido), y al que si todo le va bien tiene mucha más vida por delante que por detrás, pero el autor siente que la vida se va, que nada se repite y rememora a su abuela, cuando escuchaba en la SER las voces de Antonio Mairena, Juan talega, o Manuel Agujetas, la música flamenca en los casetes del coche, casetes que vendían en las gasolineras, las innumerables fiestas flamencas a las que tuvo la suerte de asistir, y el éxito (echando la vista atrás) parece consistir para él en el reconocimiento de los suyos: todos aquellos que apreciaron pronto sus dones y se alegraron por él. Aunque no es un camino fácil. Escribe el autor: Es justo querer vivir de algo que realmente sea rentable.
Con todos estos artistas la pregunta que me hago es cómo lograrlo sin traicionarse a sí mismos. Cómo soportar, por ejemplo, el estar cantando durante dos horas ante un japonés dormido.

Desnudarse significa quitarse nudos, pero también portar tus vergüenzas al aire. Una máscara que consiga que el rostro no se caiga por motivo del bochorno será tu gran compañero.

En la escritura el autor se va desanudando, desenmascarando, hasta lograr finalmente descamisarse.

Entendida entonces aquí la escritura como algo terapéutico, liberador, una onda que será expansiva y tendrá sentido en tanto llegue al lector y su lectura se convierta en escucha activa.

Y ahora Que os follen. Que no lo digo yo, que lo canta el Niño de Elche.

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Un pedigrí (Patrick Modiano)

Volver a Modiano una y otra vez. En esta ocasión con Un pedigrí, novela de 2007 publicada en Anagrama con traducción de María Teresa Gallego Urrutia.

Las novelas de Modiano son breves y ésta autobiografía también lo es, algo más de cien páginas. Modiano hace un recorrido por su árbol genealógico: padres y abuelos. Finaliza el relato cuando Modiano tiene 21 años, al cumplir la mayoría de edad.

Modiano hace una descripción analítica, objetiva, aportando en tropel y con urgencia (como si precisara descargar su memoria de todos estos acontecimientos para dar testimonio y poder pasar a otra cosa) un alud de nombres y lugares (que cifra bien la errabunda existencia de Modiano esos años); toda aquella miríada de personas que pululaban alrededor de los padres los años posteriores a la finalización de la segunda guerra mundial, quienes después de casarse tomaron caminos distintos, ella como actriz y él como empresario, sin que les sonriese la fortuna a ninguno de los dos. Lo único en lo que están de acuerdo sus progenitores era en que ninguno quería hacerse cargo de su hijo, así que Modiano pasará temporadas con los abuelos y desde sus once años permanecerá en distintos internados (en los cuales lidiará con las horas muertas leyendo: El príncipe de Zenda, El oficio de vivir, Las ilusiones perdidas, Madame Bovary, Viaje al fondo de la noche…) librando los meses de verano. De toda esta infausta situación Modiano hace hincapié en la pérdida de su hermano, que sí le marcó. También refiere que se sentía poco apoyado por sus padres, abandonado a su suerte, sin encontrar nunca el más mínimo cariño paternal ni maternal. Su padre primero lo quiere en el internado y luego al cumplir los 18 en el ejército, pues no ve la forma de quitárselo de encima. Modiano dice no guardarle rencor al padre, tampoco a su madre. La narración concluye en 1966, cuando Modiano cumple 21 años, genera sus propios recursos económicos como corredor de libros y le dan la noticia de que le publicarán su primera novela. Es en ese instante cuando Modiano se siente dueño de su vida, de su presente y futuro, pues hasta entonces tenía la sensación de haber vivido una vida fugitiva, de ser un mero espectador de la obra de su vida.

Patrick Modiano en Devaneos | Un circo pasa, El callejón de las tiendas oscuras, La hierba de las noches, Accidente nocturno, En el café de la juventud perdida, Más allá del olvido, Recuerdos durmientes

Tony Judt

El refugio de la memoria (Tony Judt)

Tony Judt (1948-2010) murió dos años después de ser diagnosticado de ELA. Antes de morir, menoscabado por una enfermedad que le imposibilitaba escribir, pero no seguir pensando, irá dictando sus textos. Así publicará Algo va mal, de marcado contenido político.

En El refugio de la memoria, con traducción de Juan Ramón Azaola, escrito también en sus postrimerías, Judt a modo de testamento, pensado en un principio como una carta hacia su mujer y sus dos hijos adolescentes hace un repaso de algunos momentos cruciales de su vida que en gran medida lo han conformado y que tan bien cifran el mundo que conocieron los nacidos a finales de los años 40 del siglo pasado. Judt nos pone al hilo de su enfermedad, en el capítulo Noche, muy consciente de lo que se le avecina y de la manera en la que se irían desarrollando los luctuosos acontecimientos (para muestra, lo que refiere de lo largas y tediosas que se le hacen las noches, en su soledad o esos picores que lo desesperan, en los albores de la enfermedad) a la par que su cuerpo se debilita, fortalecerá su mente, y creará en su cabeza, el refugio de la memoria: un surtido escaparate profuso en experiencias, de las que Judt echa mano para pergeñar esta amena, emotiva y sucinta autobiografía desarrollada a lo largo de 25 capítulos.

Los recuerdos que evoca Judt son prosaicos, poco alardea de su notoriedad como historiador, en especial la que le acarreará la publicación de su monumental libro Postguerra, publicado en 2008, y que nos permitió a muchos lectores conocer mejor el desarrollo de Europa tras la Segunda Guerra Mundial -no sólo la occidental, sino también (y ahí está la novedad) la oriental, con el auge y caída del bloque comunista- y se centran en la evocación de las comidas y su predilección por la comida india, las primeras veces que recorrió sólo , muy de niño, Londres en autobús, la austeridad que reinaba en su casa en los años de la posguerra (los ricos mantenían un prudente perfil bajo. Todo el mundo tenía el mismo aspecto y se vestía con los mismos tejidos: estambre, franela o pana), la querencia de su padre por los coches, por los Citröen en especial, o la manera en la que Judt captaba la cultura y la sociedad de un país, a través de sus trenes y de sus estaciones.

Tony Judt

Tony Judt

Ante una educación cada vez más laxa y a la baja en sus contenidos didácticos, Judt reivindica la figura de Joe Craddock, misantrópico profesor de alemán, en principio temido, que se convertirá a la larga en el mejor profesor de Judt, valorando éste a toro pasado, el haber sido bien instruido. Sigue leyendo

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Mi vida al aire libre (Miguel Delibes)

Lo que más me sorprende en esta vida o autobiografía al aire libre de Miguel Delibes (1920-2010) es que no se filtre en ningún momento nada que tenga que ver con el quehacer literario del autor. Solo en un momento Delibes cuenta que Santiago Rodríguez Santerbás, se refería a él como un cazador que escribe. Nada más. Me sorprende porque no es habitual una autobiografía en la cual un escritor sea capaz de orillar algo que es consustancial o que simplemente lo conforma como es su oficio de escritor. Aquí Delibes a sus casi 70 años echa la vista atrás para poner negro sobre blanco todas las actividades que ha llevado hasta entonces y que ha realizado al aire libre, a saber, su destreza natatoria en los baños practicados en los ríos, la piscina, el mar, sus pinitos en el futbol y el fulbito, sus tanteos con el pingpong y el tenis, sus palizas encima de una bicicleta (hubo un tiempo, antes de que existieran las redes sociales las cuales le permiten a un novio romper con su novia por guasap, en las que un enamorado como Delibes era capaz de hacerse casi cien kilómetros en bicicleta (entre Molledo-Portolín y Sedano) !por aquellas carreteras y con aquellas bicicletas! para ir a ver a su amada unos días), sus caminatas por la ciudad o por el monte en busca de las cumbres, solo o acompañado de sus perros, y algo que todos los que hemos leído a Delibes conocemos de sobra, su afición por la caza y por la pesca (Diario de un cazador, Las perdices del domingo, Con la escopeta al hombro, mis amigas las truchas), sin que según afirma Delibes no sabría por cual de las dos decantarse. La narración se entrevera con recuerdos épicos de los logros filiales, como ese hijo que en un carrera les dio sopas con ondas a un puñado de profesionales. No todo lo que se refiere son actividades deportivas, Delibes refiere también su relación con las motos, la adquisición de una Montesa, que en aquel entonces brillaba por su ausencia, la autonomía que les otorgaba, la posibilidad de hacer varios cientos de kilómetros en unas pocas horas.

Delibes fiel a su estilo maneja en estas vivencias una prosa precisa, sencilla, un lenguaje rico, que me depara una experiencia fruitiva, vivencias que permiten entender mejor cómo era nuestro país hace apenas seis décadas, y donde ya se va apreciando un cambio, a medida que el progreso lleva aparejado una mejora de la calidad de la vida, Delibes habla, referido a lo cinegético, cómo algo se reblandece, cómo esa caza dura, austera, muda allá en los años 70 en algo más llevadero, menos exigente, más confortable, tal que se madruga menos, no se come al aire libre sino a mesa puesta, se regresa antes para ver el partido en la tele, en definitiva se va enmolleciendo, algo que podría ser extensible al resto de la sociedad. Apela Delibes, en suma, a disfrutar de esas actividades que podemos realizar bajo la bóveda celeste, aunque sea a medio gas, a media ración, pues ahí está, podemos pensar, la fuente de la vida y lo afirma Delibes que cuando escribió este libro contaba casi 70 años, y que todavía viviría otros 20 años más.

Miguel Delibes en Devaneos | Señora de rojo sobre fondo gris, Los santos inocentes , El disputado voto del señor Cayo