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Fortunata y Jacinta (Benito Pérez Galdós)

Habla Jaime Fernández en en este artículo de cada vez nos es más difícil pararnos a leer un libro de más de quinientas páginas. Incluso a los escritores se les hace más cuesta arriba emboscarse en la escritura de una novela de esas dimensiones. A no ser que uno esté hecho, creo, de la misma pasta que Stephen King, Abercrombie, etc, autores que escriben buenos tochos sin despeinarse…

A pesar de lo anterior, creo que hay esperanza. Hay críos que están leyendo con 11 años libros de Harry Potter (y similares) que superan con creces las quinientas páginas. Las trilogías arrojan un saldo de más de mil de páginas en la mayoría de las veces. Autores como Posteguillo que va sacando regularmente buenos mamotretos de más de mil páginas tiene una Legión (española) de lectores.

A fin de cuentas creo que importa más la calidad que la cantidad, aunque aquello de “lo bueno y breve dos veces bueno”, no siempre nos vale, pues si lo que leemos nos gusta mucho, cuanto más páginas tengamos a nuestra disposición, más disfrute. Y por encima de todo más del número de páginas que tenga el libro que queremos leer, lo importante es si estamos dispuesto a sacrificar parte de nuestro tiempo en el acto de leer o no, cuando hay tantas distracciones que nos pueden apartar de este propósito.

Esto creo que viene a cuento porque durante estas últimas seis semanas he estado viviendo en el Madrid del siglo XIX, allá por el año 1869, y esto ha sido posible gracias a Benito Pérez Galdós, un escritor que a muchos les sonará, y a su monumental (en toda la extensión de la palabra) obra, Fortunata y Jacinta. Obra que supera las 1.000 páginas (1072 páginas en la edición que he leído). que se nos puede antojar una barbaridad, pero entiendo las dimensiones de una obra como esta. Cuando alguien como Benito (un autor de los más fecundos de nuestras letras: autor de 77 novelas, 22 obras de teatro, y varios ensayos) tiene un mundo en la cabeza que quiere plasmar sobre el papel, no puede ceñirse a los márgenes de un relato, al horizonte de una novelita de doscientas páginas, porque esta historia de Fortunata y Jacinta cobra todo su sentido en la larga distancia y se irá agigantando a medida que vayan apareciendo los diversos personajes (D. Baldomero, Dña Bárbara, Papitos, Estupiñá, Guilermina, Lupe, Evaristo Feijoo, Mauricia «la Dura», …), todos diversos y cada uno contribuyendo notablemente al enriquecimiento y sostén de la obra; cómo olvidar ya a personajes tan reales como Jacinta y Fortunata. Jacinta a la que se conoce​ como la Delfina, acomodada,de clase bien, puritana, piadosa, estéril, atormentada por no poder tener descendencia. La otra, Fortunata, es la mujer del pueblo, impetuosa, brava, alocada, irreflexiva, sincera, ineducada, que acabará enamorándose del hombre inadecuado, que atiende al nombre de Juanito Santa Cruz, con quien tendrá un hijo, que morirá tempranamente y lo cual le acarreará fatales consecuencias como se verá, para más tarde tratar de arreglar un error, cometiendo otro más gordo, como es casarse con Maximiliano, un hombre al que ni quiere ni desea, y del que, lo sabe a ciencia cierta, nunca será capaz de enamorarse (un Maximiliano sin la fortaleza necesaria como para lidiar con tanto trajín sentimental, con tanta cornamenta, con la imposibilidad de ser amado, ni por Fortunata, ni por nadie, más allá del amor, en forma de cuidados que le brinda su tía Lupe, un desamor, que lo trastorna, perturba y aboca al desvarío y la locura, al menos temporalmente, para luego corregirse, y sanearse con una lucidez racional y pura que lo lleva a pensar en el suicidio y en el asesinato (tras superar la ira, la rabia, la locura, el arrebato mesiánico) y que me recuerda al Raskólnikov de Dostoievski (Crimen y Castigo fue escrita dos décadas antes que esta), personaje también con el que Galdós cervantea, al mostrar el pernicioso efecto que las muchas lecturas pueden deparar en algunos espíritus débiles como el de Maxi), pues ella sigue prendada del primer gacho, de Santa Cruz, el Delfín, a quien refiere cosas como estas. “Yo soy muy tonta contigo pero no lo puedo remediar. Aunque me pegaras, te querría siempre. !Qué burrada!”. Aunque si Fortunata debiera de hacer caso de Guillermina (conocida como la rata eclesiástica, la renuncia de la felicidad propia, es según está la mayor virtud, en consonancia con una abnegación purificadora, dado que el sacrificio siempre es muy bien visto por la gracia De Dios; no pierde ripia Galdós para criticar la beatería, la falsa piedad, la solidaridad revestida de soberbia y jactancia…). Y en medio de ambas mujeres, en tierra de nadie, o en tierra de ambas, se encuentra Santa Cruz, un señorito que juega con ambas, que se distrae con ambas, que va de la esposa a la amante y viceversa con regularidad, “un hombre que no hace su nido en ninguna parte”, que se deja seducir por lozanía, la impetuosidad de Fortunata y por la piedad, la caridad, la bonhomía de Jacinta. Todos ellos, títeres de sus deseos insatisfechos, de sus naturalezas soliviantadas, de su volición castrada, de las patologías del alma, sin encontrar la horma de la felicidad, unos desgraciados, elevados a santos, cuando la fatalidad se ceba en ellos.

No faltan tampoco sentencias y reflexiones de todo tipo, como por ejemplo: “apoderarse del silencio ajeno es como quitarle a uno una moneda del bolsillo”.

A Fortunata le repugnaba la moral despótica de Doña Lupe, en la cual entrevía más soberbia que rectitud o una rectitud adaptada jesuíticamente a la soberbia.

Respecto de usted, creo que el sentimiento que tiene es la indiferencia, si es que la indiferencia se puede llamar sentimiento.

Pero tiene que haber olvido, como tiene que haber muerte. Sin olvido no habría hueco para las ideas y los sentimientos nuevos. Si no olvidáramos, no podríamos vivir, porque en el trabajo digestivo del espíritu no puede haber ingestión sin que haya también eliminación.

Un sinfín de vocablos: réspice, tarasca, bizma, zaragata, caletre, chalana… y de recursos lingüísticos que convierten la lectura en un continuo regocijo. Y unos diálogos tan divertidos como hilarantes. Mucho brilla el humor, a menudo negro, en esta obra.

Se irán sucediendo los años, entre 1869 y 1876, tejiéndose ese vívido tapiz de un Madrid que uno vive con tal intensidad y realismo que los fotogramas del Street View jamás nos podrán ofrecer. Sumamente interesante resulta la radiografía que hace de la sociedad del siglo XIX, en la que Benito establece dos sociedades por boca de uno de los personajes, Evaristo. Una sociedad aparente, que todo el mundo ve, una sociedad marcada por el decoro, las buenas formas, las apariencias, regida por el honor y por una moral sustanciada en lo religioso (Fortunata, volverá a verse inserta y aceptada en la sociedad, rehabilitando su nombre, gracias a su paso por el convento de las Micaelas, pues aquí la religión actúa como un agente químico capaz de eliminar cualquier mancha, en especial las del espíritu) y la otra sociedad sería una sociedad secreta, alejada de los focos, en la que la naturaleza humana se derrama buscando su espacio entre los intersticios de la realidad, a través del adulterio, la infidelidad, sin atender ya a los imperativos religiosos, sino obedeciendo los impulsos del corazón, del deseo, a esa cabra que tira al monte, como dice Fortunata, cuando no puede menos que atender los dictados de su corazón, de su espíritu y ser ella misma, con todas sus trágicas consecuencias.

En un soberbio y rocambolesco final, la comedia, el disparate, la tragedia sofocada, darán paso al desgarro, a la pérdida, a la naturaleza compensadora que quita peones y pone otros en su lugar.

Hay libros que uno lee y libros que uno habita. Fortunata y Jacinta, para beneficio del lector, es uno de estos últimos.

Y ahora toca volver a siglo XXI. Y si lo hiciéramos a través de una puerta que nos depositara en la Gran Vía madrileña, no encontraríamos las nieves ni las lluvias de antaño, pero es muy posible que saliera a nuestro encuentro una clase de mendigo escénico y mutilado que buscaría excitar nuestra compasión. Aquello que Benito retrató tan bien hace ya 150 años.

Si leer no es lo tuyo, puedes ver la serie completa en RTVE

Novelas magistrales | La Regenta

Benito Pérez Galdós

Fortunata y Jacinta

El mundo tangible y gustable le seducía más que los incompletos conocimientos de vida que se vislumbran en el fugaz resplandor de las ideas sacadas a la fuerza, chispas obtenidas en nuestro cerebro por la percusión de la voluntad, que es lo que constituye el estudio. Juanito acabó por declararse a sí mismo que más sabe el que vive sin querer saber que el que quiere saber sin vivir, o sea aprendiendo en los libros y en las aulas. Vivir es relacionarse, gozar y padecer, desear, aborrecer y amar. La lectura es vida artificial y prestada, el usufructo, mediante una función cerebral, de las ideas y sensaciones ajenas, la adquisición de los tesoros de la verdad humana por compra o por estafa, no por el trabajo.

Feliz Semana Santa de Pasión Lectora

De vuelta de Italia

De vuelta de Italia (Benito Pérez Galdós)

Benito Pérez Galdós
Gadir Editorial
122 páginas
2013

Al igual que sucede con los diarios, las crónicas de viaje son otra manera de conocer a los escritores, más allá de su novelas de ficción. Benito Pérez Galdós recorrió Italia en 1888 y estas páginas dan testimonio de ese viaje. Benito es humilde, sabe que el camino que él recorre, ya lo han hollado otros muchos antes, otros que han escrito mucho sobre sus periplos, así que él a lo más que aspira es a dar su particular punto de vista sobre lo que ve.

Benito visita Roma, Verona, Venecia, Florencia, Padua, Bolonia, Nápoles y Pompeya. La erudición del autor, se plasma en sus reflexiones sobre el arte, ya sea pictórico o escultórico (y en este aspecto Italia es el paraíso del arte), y también sobre la literatura, con páginas impagables como sus reflexiones sobre esos personajes de ficción como Romeo y Julieta o Don Quijote que llegan a superar incluso a los reales, o lo expuesto por Benito sobre La Divina Comedia de Dante.

Antes de Tripadvisor, Booking y similares, los viajeros se desplazaban bien solos, o en los viajes organizados por Thomas Cook, siguiendo las recomendaciones recogidas en la guía Baedeker, de la que Benito, como hacía Julio Camba en sus Crónicas de Viaje, habla de maravillas, por su rigor, imparcialidad y buen hacer, al proporcionar información de gran utilidad al viajero.

Me hace gracia leer lo que dice Benito de Venecia, poco menos que un oásis de tranquilidad y sosiego, cuando pocos años después, a comienzos del siglo XX, Jean Lorrain aborrecía las multitudes que asolaban la laguna veneciana, en su novela Salvad Venecia.

Hay que contextualizar lo leído pues el Nápoles de 1888 no es el de ahora (al turista no le asaltan miles de personas ofreciéndoles todo tipo de servicios y no parece que más allá de la bondad del clima y de la feracidad del suelo y a pesar de que sus aspiraciones no vayan más allá del pan de cada día como afirma del autor, la pobreza no asome en las degradadas calles del Quartieri Spagnoli), ni tampoco la Italia actual se parece mucho a aquella recientemente unificada.
Esas páginas obran como un documento histórico de gran valor, merced a la sagaz mirada de Benito, que concilia su sabiduría con lo que sus ojos registran (muy potente es la narración de su visita al Vesubio), tal que sus escritos o cartas (publicadas en el diario argentino, La prensa), como las denomina, son amenas, sin caer en lo superficial, superan el tópico, y no abundan en los lugares comunes, lo cual nos permite viajar (gratis) sin movernos del sofá, y disfrutar al tiempo de un periplo corto, fugaz, pero provechoso.