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Vidas a la intemperie

Vidas a la intemperie. Nostalgias y prejuicios sobre el mundo campesino (Marc Badal)

Cuando seas mayor busca un trabajo donde no te mojes, le decía a Manuel Rivas su madre cuando éste era pequeño. Podemos distinguir dos oficios: aquellos en los que te mojas y en los que no. O las vidas de aquellos que transcurren a la intemperie y las que lo hacen a buen recaudo.

Marc Badal en este ameno ensayo que invita a la reflexión, editado por Pepitas de calabaza y cambalache afronta las vidas a la intemperie del campesinado y afirma que si hoy preguntamos por la calle a la gente por los acontecimientos más significativos del siglo XX, nadie mencionará la desaparición del campesinado.

Ese podría ser el punto de partida de este ensayo, el poner cara al campesinado, ya casi extinto. Para ello Marc recurre a buen número de citas de escritores, filósofos, etnógrafos, historiadores que han ido dando forma a la idea de campesinado que ha quedado grabado en nuestro imaginario colectivo. Personas catalogadas, entre otros muchos términos despetivos como palurdos, catetos, cotillas, egoístas, zoquetes, insolidarios… y como afirmaba George Sand «Nada hay más pobre y triste en el mundo que este campesino, que no sabe hacer otra cosa que rezar, cantar y trabajar, y que nunca piensa«.

Tratar de definir al campesinado hoy, o a través de la historia parece una cuestión imposible. Podemos hacer igual que cuando clasificamos a las personas como burguesas o proletarias y sacamos de ahí unas características generales. Me pregunto qué tiene que ver un agricultor iraní con uno del baztán, o dentro de un mismo país, un agricultor catalán con uno andaluz. Dentro de cada comunidad autónoma también hay diferencias sociales, económicas, culturales que afectarían a su vez al campesinado e incluso dentro de un mismo pueblo por pequeño que fuese, unos tendrían cuatro ovejas y otro tendría una explotación agrícola. Hablar por tanto grosso modo de campesinado es hacer un ejercicio de abstracción imposible.
Marc lo sabe y por tanto apunta hacia cuestiones históricas objetivas, centrado parte del libro en el campesinado ruso de Aleksandr Vasílievich Chayánov, que podría ser Víktor Pávlovich Shtrum, el personaje de la portentosa novela de Vasili Grossman Vida y destino, y el devenir de dicho campesinado ante el afianzamiento de un capitalismo en las sociedades occidentales que lo acabaría arrollando. Una vida rural que como afirma Adolfo García Martínez en Alabanza de aldea «es dura porque se ha desprestigiado, porque el trabajo del agricultor y el ganadero están mal pagados y porque no tienen compensaciones por la labor de conservación del patrimonio cultural y natural«.

Hoy el pueblo, lo rural, el campo, dice Marc que es entendido por los urbanitas como un decorado, que esto se ve bien en aquello que se denomina turismo rural, el cual transforma el paisaje pero no al turista. Esto que dice Marc lo comparto. Pernocté en un camping asturiano en el que encontré en la globosfera algunos comentarios negativos del mismo, porque «olía a mierda de vaca«. El camping estaba próximo a una pequeña explotación ganadera, pero este olor se entendía como algo negativo, lógico, cuando uno quiere encontrar en el campo lo mismo que en la ciudad, con mejores vistas y sin nada que afecte a su olfato o vista.
De igual manera muchos de los peregrinos del camino de Santiago leía el otro día que a la hora de elegir un albergue se decantan por el que tiene wifi. Esa desconexión, la búsqueda interior y ensimismamiento que parece que debe acompañar al peregrino en su caminar, no siempre es tal, pues hay quien le falta tiempo para llegar al albergue y compartir en cualquier red social, su caminar diario, compartiendo así su solitaria experiencia, alimentada de selfies.

La naturaleza como comenta Marc siempre ha sido objeto de la literatura ya sea a través de la oda bucólica pastoril, donde el campo no pasaba de ser un decorado arcádico, o bien con algo más de profundidad, como tuve ocasión de comprobar recientemente con la lectura de Las Geórgicas de Virgilio, donde el poeta latino además de loar la naturaleza, agradecía con sus poesías, en estas «campesinadas«, a los agricultores y ganaderos que permitían al resto de los ciudadanos disfrutar del vino, del aceite de oliva, del pan, de las frutas, legumbres y verduras que se les ofrecían a diario como viandas. Esto era posible porque había alguien que se encarga de ello, si bien estos campesinos casi siempre pasaban desapercibidos, hasta extinguirse sin hacer ruido.
Sin irnos tan atrás en el tiempo, otros escritores contemporáneos como Abel Hernández en El canto del cuco. Llanto por un pueblo y jóvenes como Hasier Larretxea, también nos sitúan a través de la prosa o la poesía en plena naturaleza, como he tenido ocasión de comprobar leyendo meridianos de tierra, donde la escritura sirve para reconocer y sacar lustre a la vida rural y a sus gentes, donde el campo ya no es un decorado, sino un continente lleno de contenido y de significado.

Habla Marc aquí de etnocidio y podemos sumar esto a su consecuencia, la demotanasia de la que hablaba Paco Cerdà, en Los últimos, voces la Laponia española, dando testimonio de esa España rural que se vacía a marchas forzadas y sin remisión.

La vuelta al campo, a pesar de que haya quien la ha hecho como Badal, que leo que vive por ahí en un caserío escondido del pirineo navarro, u otros casos como los que recogía Cerdà, parece que son una muy pequeña minoría, porque creo que hemos superado un punto de no retorno. En El disputado voto del señor Cayo de Delibes, ambientada en las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, unos políticos en busca de votos iban a un pueblo y allá descubrían a un aldeano, aparentemente tosco, inculto, lento, si bien al poco comprobaban estos jóvenes que aquel anciano era testimonio vivo de una cultura ancestral, de una sabiduría que no estaba en los libros, fruto de un empirismo enriquecido a lo largo de muchas décadas de existencia. Para estos jóvenes aquello suponía un descubrimiento, un fogonazo, pero pasajero, sin efectos prácticos, porque el veneno de la ciudad ya iba impreso en su ADN. Y de esto hace ya 40 años, así que hoy en día…

Pepitas de calabaza & cambalache. 2017. 216 páginas.