Recuerdo que en un curso de PNL nos tocó una práctica que consistía principalmente en mostrar nuestros sentimientos, recurriendo a algún momento decisivo que nos hubiera marcado. Algo parecido a la experiencia dramática que da título a esta novela. El caso es que en esa situación, uno podía optar por ser sincero, o bien por plegarse a cualquier situación dramática e interpretar el papel. Nadie sabría si lo referido era cierto o no, pues lo importante era el sentimiento, la verdad escénica.
Sobre estos elementos reflexiona Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), quien plantea una novela sin argumento, o con un argumento mínimo que grosso modo pasa por ver como un hombre y una mujer quedan semanalmente para juntarse en cafeterías o caminar por las calles de una ciudad, en la que él es un extranjero. Ella está casada y es actriz y está en un taller en el que debe representar la experiencia dramática arriba referida y le cuenta a él, cosas de su marido. Él no está casado pero le hace ver a ella que sí lo está, para hermanarse ambos en su presunta insatisfacción y compadreo.
Así la pareja anda y dialoga, pero todo es apariencia, porque la personalidad ajena es un baluarte, donde se puede apreciar la calidad de la piedra y poco más; y nada de lo que hay detrás, porque el diálogo es convención, que no conocimiento, porque el tiempo y el espacio es casi un lugar común, y quien se pone el traje cada mañana se inviste también del personaje en que se recrea a diario.
La narración corre el riesgo de resultar insustancial, trivial, pero hay elementos que la inclinan hacia el otro lado, hacia el apunte significativo e introspectivo:
«Cuando se activa el contestador siente vergüenza de su propia voz. No recuerda el año en que puso el saludo, pero sí los ensayos y pruebas a los que se sometió, todos fallidos, hasta dejarlo como estaba por cansancio o pasividad, sin estar convencido, no tanto de lo que dice, porque al fin y al cabo lo que se dice no es importante, sino de su convicción, siempre sintió que su saludo telefónico no convencía a nadie, y en este sentido era revelador de su personalidad más profunda»
Es en esa tensión en la que discurre o deambula la novela, durante 170 páginas, en un paseo que parece físico y lo es, pero que es sobre todo interior, un viaje hacia nosotros, hacia nuestro ser, hacia el centro de nuestras experiencias, recuerdos y existencias; hacia aquello que somos o aparentamos ser, o creemos ser o creen que somos.
Editorial Candaya. 2013. 174 páginas