2012
Editorial Sexto Piso
288 páginas
Antes de leerme Jota Erre de William Gaddis quería leer algo suyo más ligero. Esto, es un decir, porque sus 288 páginas, son cualquier cosa, menos ligeras. Ahora ya le tengo puesta la mirada a otra obra del autor, la palindrómica Ágape se paga, publicada también al igual que Jota Erre, por la editorial Sexto Piso.
La historia de esta novela transcurre dentro de una casa, la de la portada del libro, en esa casa de madera que imita a un palacete, de estilo gótico carpintero. Allí mora el matrimonio formado por Paul y Liz. Como Paul no puede tener relaciones sexuales, se la pasan todo el rato hablando, y nosotros como lectores registramos esas conversaciones entrecortadas, aceleradas, que conformarán un puzzle, donde poco a poco, vamos poniendo las piezas que faltan, para obtener finalmante una visión panorámica y comprensiva.
En un momento determinado Liz nombra a Faulkner. Hace poco comencé El ruido y la furia, y lo dejé cuando llevaba algo más de 150 páginas. La prosa de Gaddis me recuerda a esa novela de Faulkner, porque aquí hay mucho ruido de fondo, muchísimo. Nos quejamos ahora de la omnipresencia de las redes sociales, de la tabarra a la que nos someten los whatsapp, pero antes de esto que conocemos ahora, existía el teléfono fijo, y en este libro no deja de sonar machaconamente. Será a través de esas, casi interrumpidas, llamadas de teléfono, mediante las visitas del hermano de Liz y del hombre que les ha alquilado la casa, de lo que se servirá Gaddis, a través de este microscosmos, de esta condensación del plano espacial y temporal, para darnos su particular visión del mundo, mediante una galería de personajes de lo más variopinto, turbios y siniestros, que hablan de todo y todo el tiempo, y que le permiten al autor sacar a colación asuntos como el imperialismo americano, el colonialismo, la esquilmación de África por Occidente, los medios de prensa vendidos al poder, las organizaciones como la CIA O FBI que viven y actúan al margen de la ley, la codicia desmedida, la deriva del dejar hacer, la banalidad de los clases pudientes, la religión católica, sus cruces de fuego y su cálices de sangre, la infidelidad como superación de la insatisfación sexual, entre otros muchos temas.
Leer a Gaddis es como ponerte un orinal en la cabeza y golpearte luego la testa con un martillo de caucho.
Gaddis impregna su prosa de un sutil sentido del humor, de mucha ironía, y pergeña una crítica rotunda, contra los males de una sociedad codiciosa y podrida desde sus raíces, con un ritmo acelerado, angustiante, como si el tiempo se acabará y hubiera que arreglar el mundo en unas pocas horas, como si en lugar de elegir entre cortar el cable rojo o el cable azul, uno solo tuviera un puñado de hojas y un par de bolígrafos con lo que tratar de arreglar este desaguisado. Y vale tanto para los años 70 y 80 como para el momento presente.
Seguiré leyendo a Gaddis.