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El último barco (Domingo Villar)

188, 448, 703… ante esta progresión la siguiente novela de Domingo Villar, que de tratarse de una precuela bien podría titularse El penúltimo barco, se podría ir perfectamente hasta las mil páginas.

En la novela de Domingo Villar, de quien hace 8 años leí la que por entonces era su última novela (la segunda que había escrito, titulada La playa de los ahogados (que ha dado lugar una ruta literaria por Vigo y alrededores); la primera fue Ojos de agua), me siento como el burro que va sin aliento detrás de la zanahoria, siguiendo los pasos de Leo Caldas y Estévez (con muy poca entidad en la novela) por Vigo y alrededores, en Tirán (Moaña) a la búsqueda de Mónica, una mujer desaparecida -hija de un célebre cirujano en activo- al poco de clarear la novela. Van apareciendo pistas en el hogar de la desaparecida, surgiendo personajes, casi todos ellos posibles sospechosos en la desaparicion de Mónica: un ceramista, un luthier, un alumno, un joven que viste de naranja, un pescador…, abundan los diálogos que demuestran el buen oído de Villar, hay momentos curiosos como los que ofrecen el mendicante latinista o el hacedor de instrumentos antiguos, pero camino de la página trescientas tengo la poderosa sensación de que con este trantrán podría seguir mil páginas más o toda una vida, como aquel va va sentado, amodorrado en un vagón mirando a través del ventanal demorándose en la contemplación del paisaje, fundiéndose o absorbido por el mismo.

Una sensación que me acompaña hasta la página quinientas, pues Domingo parece empeñado en demostrarse a sí mismo que sabe narrar, si bien lo leído me resulta romo, plano, a ratos simplón, obsesivo (al final uno lee Elvira y solo ve hoyuelos, lee Camilo y lo ve: adelante y atrás…) y en muchas ocasiones reiterativo como cuando Leo cuenta a la jueza cosas que el lector ya sabe, y que se ve obligado a leer de nuevo, o las continuas digresiones -que parecen ser la marca de agua, o estilo de Domingo-, como los momentos familiares padre hijo que resultaran todo lo entrañables que queramos pero que clavan una punzón, con peligro de muerte, en el corazón del interés de la novela, interés que se avivará en las últimas doscientas páginas, en las que Domingo se ciñe a la investigación, donde todo se precipita, aunque tenga la sensación, que prontamente deviene certeza, de que toda la resolución del caso -a pesar de que Domingo haya estado diez años dándole vueltas a la novela- va muy cogidita con pinzas, sin que pase a abundar en detalles, a fin de no reventarle la sorpresa al que se meta entre pecho y espalda las setecientas páginas de la novela -y no convertirme de paso en El Destripador– a la que le hubiera venido de maravilla una buena poda, a fin de resultar mucho más vigorosa e intensa.

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La playa de los ahogados (Domingo Villar)

Acabo de leer la segunda novela de Domingo Villar, tras Ojos de agua. Ésta se titula La playa de los ahogados. La historia transcurre de nuevo en Galicia, en Vigo y sus alrededores. Leo Caldasy su ayudante aragonés Estévez deben resolver un caso en el que un marinero aparece ahogado en la arena de una playa con las manos atadas con una brida. Todo apunta a que se trata de un suicidio, si bien poco tarda en aparecer en escena la sombra de un fantasma, el capitán Sousa, quien murió en un naufragio, en el barco que gobernaba junto al ahogado y otros dos marineros.

En esta entrega, con el doble de páginas que la anterior, Villar da algo más información sobre Caldas. Sabemos de él que gusta del vino blanco, de la música de jazz, que vive solo, que tuvo una relación con un mujer llamada Alba, con la cual se habla pero con quien no convive. Conocemos también al padre de Caldas y al hermano de este, que está enfermo. Así lo dramático está presente a lo largo de todo el libro. Villar abre así distintos frentes que entiendo irá desarrollando en sucesivas entregas.

La relación de Caldas y Estévez sigue dando mucho juego pues el aragonés sigue sorprendiéndose con la forma de ser de los gallegos, y sus reflexiones las suelta a bocajarro, de forma franca y directa, logrando a menudo granjearse nuestras sonrisas.

Villar es eficaz en los diálogos. Estos hacen avanzar la trama al tiempo que bien el mundo que rodea a los personajes, así se nos comenta desde la forma de preparar unos percebes, hasta la forma de capturarlos, sin olvidar a esas manadas de turistas que llegan a Vigo en transatlánticos o los desmanes cometidos en las zonas costeras en cuanto a la construcción de inmuebles se refiere, haciendo mención a lo lluvioso que es Vigo. Caldas a su vez sigue colaborando en la radio, convertido en el Patrullero de las Ondas.

La historia tiene jugo y cuando uno parece ver las cosas claras, siempre aparecen en escena nuevos personajes o historias que hacen que el curso de la investigación tome un nuevo rumbo. Tras haber leído las dos obras publicadas por Villar, ahora espero con ansiedad su nueva novela.

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Ojos de agua (Domingo Villar)

Dejando de lado las lecturas de novela nórdica que abundan en las librerías me he decantado por una novela negra española ambientada en Vigo, escrita por Domingo Villar, siendo esta su primera novela, publicada en 2006. Seguimos las andanzas del inspector Leo Caldas y su compañero Rafael Estévez, recién trasladado de Zaragoza, envueltos en un caso de asesinato en donde un saxofonista ha sido hallado muerto en su apartamento. Un macabro asesinato de, a priori, índole sexual que permitirá a los agentes devanarse los sesos en pos de la resolución del caso. Es Ojos de agua una novelita corta que no llega a las doscientas páginas, alimentada con bastantes diálogos, los provenientes de Estévez, marcados estos por la socarronería. En esta primera novela se nos presentan los personajes que luego iremos conociendo mejor en sucesivas entregas.

De momento Villar ya ha publicado, con bastante éxito en cuanto a ventas, su segunda novela, La playa de los ahogados. Leo Caldas sabemos que vive solo, tuvo una relación con Alba, una relación que parece ya extinguida, que tiene un padre dedicado al mundo del vino con el que a veces coincide, que su participación en un programa radiofónico hace que todo el mundo le conozca, facilitándole a menudo las cosas. De Estévez sabemos que es un gigantón de dos metros de altura y más de cien kilos de peso que tiene sus prontos, mal carácter, pero suponemos que buen fondo, que el hecho de venir de Zaragoza y recalar en Galicia, le hace juzgar todo cuanto ve, y ese contraste da mucho juego, porque pone en evidencia algo del carácter gallego que el autor tan bien conoce pues lo es, por ejemplo ese contestar una pregunta con otra pregunta.

El autor no se complica la vida en exceso con la trama, y una vez presentados los personajes, hay que poner rostro al asesino, reservándose un as en la manga, para que no todo resulte tan evidente como podría parecer a primera vista. La he leído con agrado, una lectura aderezada también con unas cuentas risotadas.

Una pareja, la formada por Leo y Rafa, a la que pienso seguir la pista.