Editorial Caballo de Troya
2013
112 páginas
En la portada de esta muy buena novela del lucense José González (1981) vemos a una niña, buscando conchas en una playa. Es una portada luminosa, esperanzadora. El libro también lo es, aunque su argumento verse sobre los que están acabados, sobre los que se van.
El narrador es un joven que los fines de semana vuelve a su casa, a la habitación de su adolescencia, para pasar esas 48 horas con sus padres.
La familia no es algo enriquecido o reconstituido, tipo Los Serrano, donde reina la algarabía, la alegría y la soplapollez, no, la familia es otra cosa. Lo sabemos, porque todos tenemos (o soñamos) con una.
La familia en sí mismo no es nada, más allá de una convención. El joven tiene un padre con sus peculiaridades y una madre que lo adora, y ambos progenitores que lo miman y protegen son rectas paralelas, que no se tocan, si no se buscan, y hay una hermana poco presente, y una abuela camino del más allá y un abuelo que quedará viudo, afincado en la soledad y hay dolor y desgarro y residencias y fármacos y mucho vacío y silencio y perros ovillados y árboles petrificados en su silencio y gaviotas desespinando las nubes y barro en los caminos, viento y lluvia y podría ir encadenando párrafos e ir líandome entre palabras, sin transmitir lo que quiero, que es, que La visita de José González me ha gustado un montón, que su lirismo me ha calado, que su historia me ha interesado, que sea o no lo que leemos, la vida de José González o una ficción, me ha llegado al alma, me ha emocionado; lo que este lucense ha logrado en poco más de cien páginas es tan luminoso, vívido, sólido e intenso como real.
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