Si no conoces a James Salter te recomiendo leer su Años luz porque es una maravilla. Novela que me recordaba a otra obra maestra, Herzog de Bellow, al que Salter hace mención una cuantas veces en estos ensayos, que son unas conferencias transcritas que Salter impartió frisando los noventa años, poco antes de su muerte.
Comenta Antonio Muñoz Molina, quien me puso en la pista de Salter con un artículo suyo que públicara en su día, que lo que engrandece a Salter es que al contrario que otros escritores que se vanaglorian con arrogancia de su cultura, Salter por el contrario se deleita aprendiendo con las lecturas que lleva a cabo. Estos ensayos transmiten bien el regocijo que supone el placer de la lectura.
Comienza Salter hablando de la lectura de cómo unas pocas páginas son capaces de sumirnos con toda nitidez en el escenario de la novela leída, y cita El amante de Marguerite Dumas. Habla de la búsqueda de la perfección por parte de Flaubert, siempre buscando la palabra justa, exacta, su relación con su alumno Maupassant, que le daría a leer su relato Bola de Sebo (inexcusable no leer este ensayo de Jaime Fernández). Una escritura cuyo éxito se dirime en los detalles pues como he oído decir a Juan Villoro en un entrevista «una coma puede tener un valor ético, un valor que cambie el sentido de la narrativa».
Siempre ahí la zozobra al dar el escritor en ciernes algo de leer al que puede ser nuestro primer lector, como le sucedió a Conrad.
Salter se pregunta por qué escribir (pregunta recurrente entre escritores). Él dice que pude ser quizás buscando el reconocimiento, el halago del lector, pero que al final se escribe por el placer de escribir llevando a las últimas consecuencias lo que dijera Paul Léautaud.
«No escribo para los lectores. Escribo para mí.»
Salter recomienda seguir el consejo de Paul, que decía que había que seleccionar muy bien nuestras lecturas. Sus Diarios a Salter le interesaban porque ahí el francés se entregaba a los chismorreos sexuales. Salter leer a Faulkner, a Bellow, se pregunta hasta qué punto un escritor sabe que está escribiendo una obra maestra. No cree que El guardián entre el centeno (Salinger) o Matar a un ruiseñor, nacieran con esa pretensión, al contrario, por ejemplo, que La montaña mágica.
Habla Salter de su oficio, del tesón que le supone escribir, día a día, y sobre todo la necesidad de reescribir mucho, hasta que lo escrito no resulte insulso, sino vibrante, intenso. Habla Salter del estilo, el cual va aflorando según él a medida que uno se va despojando del estilo que se copia de otro escritores al comenzar a escribir. Un estilo que hace que un escritor sea reconocible leyendo unas pocas páginas. Encarece Salter a Nabokov a Isaak Emanuílovich Bábel. En estos casos da igual el argumento de las obras, pues prevalece el estilo, el arte de narrar, o el arte de la ficción que da título al libro.
Aquí quedan expuestas unas pinceladas del libro, pero lo interesante es hacerse con un ejemplar y leerlo y disfrutarlo como se merece, pues creo que tanto el escritor como el lector encontrará aquí un buen número de reflexiones sustanciosas sobre preguntas que seguro todos nos hemos formulado alguna vez en un rol u otro.