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El viaje de invierno & sus continuaciones (Georges Perec & Oulipo)

Leí en su día el relato El viaje de invierno de Georges Perec. En el mismo se nos contaba la historia de un profesor de literatura que descubría un libro subyugante titulado El viaje de invierno, de un autor desconocido, un tal Hugo Vernier. Lo curioso es que en ese libro se contenían poemas que luego emplearían otros: todos ellos unos plagiarios; Baudelaire, Rimbaud, Laforgue, Mallarmé

Como el relato tenía miga, varios miembros del Oulipo decidieron darle continuidad. Dando lugar a relatos, veintiuno en total, como El viaje de ayer, El viaje de Hitler, Hinterreise, El viaje de Hoover, El viaje de Arvers, Un viaje divergente, El viaje del gusano, El viaje del verso, El viaje de los vasos, etcétera.

Hablamos por tanto de una novela colectiva. Cada autor que escribe un relato ha leído a los anteriores. Aunque esto puede suponer un condicionamiento excesivo, se demuestra que no es tal coma cuando los autores manejan una imaginación portentosa, tanto como multitud de recursos literarios.

La novela así leída, cronológicamente resulta muy interesante, divertida, hilarante a ratos. La traducción corre a cargo de Eduardo Berti, también oulipiano. El que no aparece es nuestro oulipiano patrio, Pablo Martín Sánchez.

Eterna Cadencia

Historias encontradas (Eduardo Berti)

En este libro Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) seleccciona algo más de cien textos de escritores en su mayoría ya clásicos como Dostoievski, Camus, Kipling, Svevo, Balzac, Conan Doyle, Dickens, Thomas Mann, Cicerón, Chéjov, y un largo etcétera. No se me antoja una labor fácil seleccionar unos textos y no otros, espigar de novelas, cuentos o ensayos aquellos párrafos, algunos breves y otros más largos -algunos de varias páginas- que resulten autónomos, de tal manera que al leerlos uno no tenga la sensación de que lo leído resulta trunco, sin sustancia, como un pan sin sal.
En algunos sí he tenido esta sensación, no porque no fueran autónomos, sino porque creo que no tenían la chispa necesaria. A su vez he leído por primera vez a escritores que desconocía: Ribeyro, Tanizaki, Di Benedetto, Bergsson… y a otros que conocía pero que nunca había leído y que ahora me apetece leer: Maurois, Gide, Pushkin, Svevo, Theodor Fontane…

El incoveniente que puede tener un libro así puede ser depositar mucha confianza en la selección, de tal manera que si alguno de los textos de algún autor no nos guste esto nos de pie para no leer más cosas del mismo, lo cual creo que sería un error grave.

Eterna Cadencia. 2009. 198 páginas. Selección y prólogo de Eduardo Berti.

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Un padre extranjero (Eduardo Berti)

Eduardo Berti
Impedimenta
2016
348 páginas

¿Qué tiene la literatura para que un lector y escritor -Eduardo Berti- acuda al lugar donde vivió otro escritor, Jósef (Conrad), con la devoción de quién visita los Santos Lugares?, ¿Qué le lleva al padre de Berti a escribir una novela en su últimos años de vida, que puede tratarse tanto de una confesión como de un exorcismo?, ¿En qué medida una lengua no materna, pasa a ser la nuestra, cuando hablamos y escribimos en ella, y en qué medida esa nueva lengua conquistada, nos permite pensarnos como no extranjeros?, ¿Qué sabemos realmente de una persona -de un padre, por ejemplo-, si éste es algo parecido a un iceberg, donde lo que vemos son los flecos del presente, y el pasado es un enigma, cuyo código somos incapaces de descifrar?, ¿Qué capacidad tiene la literatura para transformar la realidad y convertir a un marinero, un tal Meen, en un asesino potencial, toda vez que se vea reconocido en las páginas de una novela de Jósef?, ¿Qué es la literatura sino una enfermedad, tal que cuando Jósef se pone a escribir en su hogar -en Pent Farm-, escribe a su mujer -que convive con él- para agradecerle que siempre esté ahí, un escribir que paradójicamente mientras a Jósef le lleva a crear mundos, realidades y personajes, a su vez, le obliga a levantar un muro, a alimentar una ausencia, a pone al escritor fuera del alcance de su mujer mientras éste escribe; una mujer que se lamenta, y que prefiera que su marido, sufra de la gota, antes que de la escritura, pues así al menos puede estar a su vera, mientras que la escritura es una fiebre que se libra en soledad: la del escritor ante la cuartilla en blanco?, ¿En qué medida uno no quiere ceder al olvido que seremos, o que serán los que se van, y por tanto Berti, no quiere acabar de leer los cuadernos que contienen la obra de su padre, como si su no lectura, lo mantuviera vivo, unido a él, a través de esas hilachas de palabras no leídas?, ¿En qué medida cambiar de apellido o de fecha de nacimiento -como hace el padre rumano de Berti-, no es reinventarse, ocultar un pasado o transformarlo, no es sino darse otra oportunidad, hacer de demiurgo de uno mismo, y soñar con ser otro y conseguirlo, aunque sea a ratos?, ¿En qué medida nuestra lengua materna, cuando deja de serlo -si deja de serlo alguna vez- no pasa a ser un miembro fantasma más, que de vez en cuando, aunque sea en sueños, trata de hacerse sitio, tomar la voz, aunque sea momentáneamente?, ¿En qué medida la existencia no es más que un cúmulo de coincidencias, resonancias, réplicas, azares, explícitos o no?.

Esta novela de Eduardo Berti la leo como una suma de interrogantes, porque dado que todo está velado, y en la medida en la que uno descubre que es más lo que desconocemos que lo que sabemos con certeza, la narración no deja de ser una continua reflexión, sobre lo que somos, sobre el concepto de identidad y de extranjería, sobre el acto de escribir, sobre todo lo que entra en un papel y lo que queda fuera, sobre cómo armonizar un texto para que resulte interesante, y esta novela de Berti, donde confluyen la autobiografía, la ficción, el ensayo, y el diario de viaje, lo es y mucho, porque toca teclas, fibras, que están ahí, quien sabe si también ocultas, y que sólo la literatura es posible activar, porque toda buena narración que se precie, como todo mito, esconde un significado oculto, un sentir freático, que es el que nos engancha, el que nos conecta con la literatura y con la vida, si acaso no vienen a ser lo mismo y nos permite entrar -o soñar que entramos- en contacto con nosotros mismos.

Eduardo Berti en Devaneos | El país imaginado