Hay novelas como Muerte de un silencio, Kanada o Tardía fama, por citar algunas novelas muy buenas leídas estos últimos meses, que validan a la perfección aquello de menos es más. Algo muy difícil de conseguir, pues la línea entre lo banal y lo trascendente o entre aquello que nos emociona o aburre es siempre tan fina que a la mínima pasamos de un estado a otro casi imperceptiblemente.
La narración de la joven Élisa Shua (Còrreze, 1992) es mínima, transcurre en Sokcho, un pueblo costero surcoreano muy próximo a la frontera con Corea del Norte, tanto que se refiere la anécdota fúnebre de una bañista que pasó sin darse cuenta a aguas norcoreanas y recibió un balazo letal a modo de saludo.
Es invierno y éste parece que no fuera a acabar nunca. Pocos parajes nos son tan tristes y desangelados como los lugares costeros desiertos y nevados. Allá está una joven trabajando como recepcionista en un hotel, aburrida como una ostra de 60 kilos, aherrojada a la figura materna, la única pescatera con licencia para manipular el potencialmente letal pez globo. La joven, franco-coreana, se siente interesada por la figura de un huésped, un ilustrador gráfico francés que viaja solo por el mundo, poblándolo de figuras que surgen de su mano, como esas figuras femeninas de las que la joven se siente envidiosa, por no ser ella la retratada, por no ocupar los pensamientos del artista.
Shua se vale de frases cortas, tanto que a veces parece hablar el lenguaje de los indios. Nada importante, porque Shua logra con muy pocas pinceladas retratar la vida de la joven: la relación con su madre, con su tía, con su novio (que dejará de serlo), con el ilustrador, sus masturbaciones, su hastío, su deseo de sentirse deseada, sus atracones, su viajar con la imaginación… viviendo ésta en un ambiente de pesadilla, de guerra encubierta bajo una aparente normalidad. A la espera estoy (estaba) de consumar la lectura La acusación, de Bandi.
Rocinante era una jaula de huesos porque Don Quijote le alimentaba con sueños en vez de con alfalfa. Libros como el de Shua hacen lo propio. Lo que recibimos aquí como alimento no es forraje, es otra cosa, quizás porque para decirlo con la joven de la novela, la he leído más con el corazón que con la cabeza. Ha de ser eso.
Alianza editorial. 2017. 126 páginas. Traducción de Alícia Martorell.