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La guerra de los pobres (Éric Vuillard)

La guerra de los pobres de Éric Vuillard se lee de un tirón y conteniendo el aliento. El galo imprime a su narración un ritmo endiablado, la combustión y convulsión de las palabras es aquí un puro frenesí. Vuillard nos lleva a 1524 a Alemania y nos sitúa ante la obra del predicador Thomas Münzter, todo un personaje, que se la tiene jurada a los poderosos, a los ricos, a los príncipes, a los eclesiásticos parapetados tras sus prebendas y privilegios, adecuando las palabras de la Biblia (el Apocalipsis mismamente) a sus belicosos fines y le mueve el odio, la venganza, una enrarecida sed de justicia, y consigue movilizar a otros como él, los desheredados que pueblan el orbe, los desposeídos que nada tienen, y creen que es posible cambiar el orden de las cosas, ya saben, el derecho de pernada, las narices cortadas, los ojos reventados, los cuerpos quemados, apaleados, atenaceados, la servidumbre, los feudos, los diezmos, el hambre, la enfermedad, la humillación, todo eso, pero como en un sueño la cruda realidad abre los ojos para ver una cabeza rodando que luego será empalada, la de Münzter. Luego esa Reforma se convertirá en una nueva Inquisición con personajes como Calvino a la cabeza, chamuscando en la hoguera por «hereje» a figuras como Servet, pero esa ya es otra historia, pero la misma Historia.

Tusquets. 2020. Traducción de Javier Albiñana. 92 páginas.

Éric Vuillard en Devaneos

Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill
El orden del día
La batalla de Occidente
14 de julio

Tristeza de la tierra

Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill (Éric Vuillard 2015)

Éric Vuillard
Errata Naturae
140 páginas
2015

Éric Vuillard en esta novela breve saca brillo a la figura de Buffalo Bill (1846-1917) y nos ofrece otra versión de la historia de este legendario personaje, su cara menos amable, menos conocida.

Buffalo Bill, el creador del entretenimiento de masas, cuyo espectáculo el Wild West Show, fue visto por más de sesenta millones de espectadores a lo largo y ancho de todo el mundo, espectáculo donde intervenían aquellos indios que no habían sido masacrados (y a quienes tampoco se les presentaban otras oportunidades de ganarse el pan), quien fundó una ciudad que llevaría su nombre de pila, Cody, al final, a Buffalo Bill las masas le darían la espalda, la fama también, acabaría arruinado, abocado a trabajar como empleado del circo Sells Floto. La enfermedad se cebaría con él y la parca se lo llevaría, pasados los setenta, cuando Buffalo, se hacía llamar de nuevo Cody, alguien vulgar, uno más, del montón.

A Vuillard le interesa Buffalo Bill, su figura venida a menos, pero le interesa todavía más la imagen de los indios, por eso, creo, en la portada no vemos a un señor con sombrero y bigotes blancos, sino a una joven india, Zitzkala Sa, porque son los indios los protagonistas de esta historia de esta Tierra que está triste, son los indios los que son exterminados, los que son masacrados, los que son barridos de sus territorios, con esos prodigios técnicos que disparan balan y que los matan rápidamente, sin opugnar resistencia, porque había que edificar, porque el tren tenía que llegar a todas partes, porque el Progreso y la Civilización se construían sobre tierra, huesos y sangre.

Es ese relato olvidado, orillado por los vencedores, el que le interesa a Vuillard, porque Buffalo Bill fue alguien que hizo un gran negocio a costa de los indios, a quienes les ofrecía trabajo, sí, a aquellos indios que no fueron exterminados en Wounded Knee, o en cualquier otra acción criminal, en ejecuciones sumarias que la historia luego renombró como «batallas«, indios que debían revivir cada noche su drama, convertido en un espectáculo del que ellos formaban parte activa, espectáculo el que el hombre blanco, siempre ganaba o pisoteaba al indio de turno, que claramente era inferior y tenía todas las de perder.

Vuillard mantiene durante toda la narración un tono vibrante, subyugante, que se cierra con la bella historia de Wilson Bentley, y al igual que éste, uno con su cámara y el otro con su pluma, cada cual da lo mejor de sí, y la mirada de Vuillard, es consciente de que al igual que sucede con la nieve de Bentley, la Historia también se funde, y desaparece y luego viene alguien y la reescribe, y Vuillard, nos ofrece estas páginas, o yo quiero creerlo así, para que cuando veamos fotografías en las que unos indios miran a la cámara, el sentimiento de compasión hacia sus míseras y tristes existencias prime sobre otros sentimientos inoculados por la cultura del entretenimiento y el entontecimiento.

Entrevista a Éric Vuillard: