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Fruta podrida

Fruta podrida (Lina Meruane)

Lina Meruane
Eterna Cadencia
208 páginas
2015

Dicen que en la casa de Descartes olía a muerto porque el padre de la filosofía moderna creía sólo en lo que veía, así que se afanaba en abrir en canal los cadáveres y hurgar en su interior.
Meruane, la autora chilena de esta novela, rehuye también lo especulativo y se ciñe a lo que ve.

Digamos que la vida es una enfermedad terminal. Digamos que la vida es una enfermedad degenerativa. Enfermedad en todo caso.

Meruane hurga en la enfermedad, en la podredumbre, vivisecciona a sus personajes, busca sus fluidos, sus humores, sus menstruaciones y nos presenta su orina, sus vómitos, su fiebre y esa angustia que consume y devora.

Dos hermanas viven juntas. Una, la Mayor trabaja en una fábrica, como responsable de los pesticidas que permiten que las frutas no se echen a perder, que muestren un aspecto magnífico aunque sea todo fachada. A su lado la pequeña, diabética, siempre al borde de la muerte, con tendencia al abandono. Y esa es, en parte, la tensión que alimenta el relato. La Mayor no quiere que la Pequeña se deje ir. Todo el empeño de la primogénita pasa por lograr que la Pequeña sobreviva, aunque sea en contra de su voluntad.

Culmina el irregular y bastante deslavazado relato con un alegato en contra de un sistema sanitario que se empeña en salvar vidas a toda costa, bajo la premisa de que la salud ajena es un bien de todos, orillando la eutanasia, el suicidio, la libertad personal en definitiva.

Glaxo

Glaxo (Hernán Ronsino)

Hernán Ronsino
Eterna Cadencia
2012
96 páginas

Glaxo (2009) es la primera novela que leo de Hernán Ronsino, que con La descomposición (2007) y Lumbre (2013) conforman su trilogía pampeana.

Glaxo es una pieza breve donde el autor desmenuza la narración en cuatro momentos temporales: 1973, 1984, 1966, 1959; jirones de los cuales ir tirando para ir conociendo algo más de la vida de los personajes y de sus relaciones.

Al final de la narración lo que hay es un crimen –el autor ahí arriesga, porque lo más previsible hubiera sido empezar con el muerto- y mucho silencio cómplice en un lugar donde se conocen todos.

Ronsino abusa de las comas, con la pretensión creo de enfriar la narración, obligándonos a leer con calma, con la atención necesaria para no dejar pasar ningún detalle por alto, dado que los datos que se nos refieren nos llegan con cuentagotas y la lectura es entonces una incesante ubicación temporal por parte del lector y un continuo contextualizar cada voz que asoma en el sucinto texto, para ir ligando la historia que se nos refiere.

No siendo argentino, creo que algunas cosas que leo se me quedan por el camino, como la figura del suboficial Folcada, uno del grupo de fusiladores de la masacre de José León Suárez, o esos “zurdos” que pudieron acabar con su vida en Luján o el levantamiento de las vías del tren allá por 1973, del que es testigo la primera voz de la novela, el peluquero Vardemann, un levantamiento que le lleva a éste a soñar con trenes que descarrilan; un mundo tal como lo conocen que va camino de desaparecer, un mundo en el que el visionado de una película en un cine era capaz de transformar luego la mirada que el espectador tenía de cuanto estaba a su alrededor.

A Ronsino el rompecabezas le sale bien y esta novela polifónica resulta fluida, sucinta y precisa.

Después de haber leído hace nada a Herbert (Un mundo infiel), leer a Ronsino es casi un paseo, pues uno se ha visto en la necesidad de recurrir al diccionario en contadas ocasiones.

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Una casa en llamas (Maximiliano Barrientos)

Maximiliano Barrientos
2015
96 páginas
Eterna Cadencia

No cuesta reconocer en estos relatos de Maximiliano Barrientos lo que ya estaba presente en sus dos anteriores novelas, Hoteles y La desaparición del paisaje, novelas en las que Maximiliano construía potentes imágenes en las que sus personajes indagaban en un pasado que reconstruían como un puzzle en el que faltaban muchas piezas y en donde el lector asistía a una recomposición, mezcla de recuerdos y ficciones, si acaso a menudo no son lo mismo.

En La casa en llamas, publicado por Eterna Cadencia, Maximiliano reúne seis relatos y hay un hilo conductor, una especie de mal fario, que no solo flota en el ambiente, sino que cala en los personajes, a los que parece que la soledad, la tristeza, la desesperanza, el dolor y los recuerdos trágicos, los acorralan y los dejan a la intemperie, al albur de un presente tan líquido como precario.

En No hay música en el mundo tenemos a un boxeador en el ocaso de su carrera a quien la derrota sobre el ring se unirá la mofa por parte de unos cazadores, donde las ganas de descansar del boxeador, quizás de reinventarse, se verá reemplazadas fatalmente por el sueño eterno.

En Algo allá fuera, en la lluvia, mientras al protagonista le comen la verga, éste no se quita a su padre de la cabeza. Una familia rota, el pasado hecho añicos, la cabeza maltrecha, esos procesos químicos que conducen a hacer cosas arbitrarias, ante las que un por qué, produce un eco mudo.

En Sara, una mujer, Sara, se cobra su particular venganza secuestrando temporalmente al hijo del hombre que en su día permitió que la violaran. Una mujer que constata que una parte suya ha muerto cuando ve en un bar a otras mujeres más jóvenes, más joviales, mujeres en las que ya no se reconoce, mientras su pasado traumático, no acaba de pasar, ni de pesarle.

En La memoria de Tomás Jordán un joven celebrará cada año con la mujer de su hermano asesinado en un atraco, la muerte de éste, una rememoración macabra, donde el pasado, convertido en presente continuo es una herida que mana, que nunca cicatriza porque el protagonista así lo quiere, como si ese recuerdo trágico, pero recuerdo al fin y al cabo, fuera la única manera de sentir a su hermano muerto, de resucitarlo y de sentirse él a su vez vivo también.

En Fuego tenemos a una pareja que se une y desune, donde no faltan las infidelidades, el amor trágico, un aborto. Una relación durante un lustro. Una relación que se malogra con la locura de ella. Una imposibilidad más.

El relato que cierra el libro, el más largo, de título Gringo, es el más salvaje de todos. Un extranjero, el Gringo, el tío del narrador, pasa al primer plano con unas fotos antiguas en las que se le ve haciendo cosas horribles. Ante esas fotos, surge la duda de qué hacer. Esa duda ante la que el narrador ejercerá de juez, para cambiar, no unos actos pretéritos, sino para evitar las consecuencias que los mismos pueden tener. Lo que nos llevaría a pensar acerca de en qué medida la verdad a secas, opera como una liberación o bien como una condena. En qué medida, saber, nos ayuda o nos esclaviza al pasado.

Creo que la mejor novela de Maximiliano todavía está por venir, dado que ya hay una voz, un estilo y cosas que contar.

La habitación del Presidente

La habitación del Presidente (Ricardo Romero)

Ricardo Romero
Eterna Cadencia
98 páginas
2015

Ricardo Romero nos ofrece una historia que se presume misteriosa.
En un barrio todas las casas disponen de una habitación destinada al uso del Presidente, quien puede ocuparla cuando le plazca. El protagonista es un niño, que anhela ver al Presidente y que un día verá cumplido su sueño. El Presidente, llega, se sienta, bebe, y deja la casa. El niño, primero es un niño en espera. Si el relato ya era mortecino, después de la visita del Presidente, lo que resta es casi una agonía, pues el resto de las visitas se suceden sin aportar nada nuevo al relato.

Es malo cuando una historia de suspense no ofrece suspense, o es de tan baja intensidad; cuando no hay misterio, o este apenas da de sí, cuando el niño, más que un personaje parece un holograma, cuando la casa no da el más mínimo miedo, cuando el Presidente es tan gris y anodino como otros Presidentes que tan bien conocemos.

Quizás todo este relato fantástico sea metáfora de algo y quizás ese sea el misterio de este cuento, quizás.