Las grandes fortunas pueden dedicar parte de su capital a financiar un régimen totalitario, como sucedió durante la segunda guerra mundial, cuando los industriales alemanes pusieron a disposición de Hitler cantidades exorbitantes, como bien recoge Éric Vuillard en su reciente novela El orden del día o dedicar este capital a obras sociales, como la educación.
Aquí el acaudalado es Francisco Sierra-Pambley (cuya fortuna, su herencia material, le viene de la mano de su orfandad) quien en noviembre de 1885 se reúne con Francisco Giner de los Ríos, Manuel B. Cossío y Gumersindo de Azcárate, para crear una Fundación a través de la cual crear escuelas de enseñanza gratuita dentro del marco de la Institución Libre de Enseñanza.
Luis Mateo Díez recrea en su relato sucintamente este encuentro, desde el penoso viaje que les supone a Francisco, Manuel y Gumersindo la llegada al Valle, a Villablino (León), con las nieves acechando en las cumbres y un medio de transporte que aquel entonces era el carro, agravado por la circunstancia de tener al frente a un cochero inexperto, si bien, no todo son penalidades pues al llegar a la posta de Cabrillanes, al lar de un buen fuego y mejores caldos y viandas, Gumersindo siente que en el orden de las satisfacciones sencillas se asentaba el orden de las mejores cosas de la vida, las que ocupan un espacio pequeño y un tiempo doméstico y venial.
Francisco Giner de los Ríos apuesta por otra pedagogía para superar aquello de que la letra con sangre entra o el memorismo, optando más por el naturalismo que por el racionalismo. Manuel cree que el niño debe aprender jugando (lo que me trae en mientes el libro Desenterrando el silencio. Antoni Benaiges el profesor que prometió el mar y el método pedagógico Freinet) a través de un método activo y heurístico, determinado por el esfuerzo y el trabajo personal, para que la memoria deje de ser el único instrumento de la enseñanza. !Fijémonos que esto lo dicen en 1885!
Veo a los niños rescatados de la oscuridad de la ignorancia, elevados a la libre motivación, al trabajo personal, a la recta orientación de su conducta. Los veo cuidando de su cuerpo y de su espíritu, afirma Francisco Sierra.
Me conmueve hoy oír esto, y querer y lograr llevarlo a la práctica en 1885 para que pocas décadas después el poder quedara en manos de personajes capaces de gritar aquello de «Muera la inteligencia» (que ahora parece que habría que reemplazar por Muera la intelectualidad traidora) y por ende, el regreso a la oscuridad de las cavernas durante décadas.
Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Fundación Sierra-Pambley. Fundación Francisco Giner de los Ríos. 112 páginas. 2012.