Francisco Solano
Editorial Periférica
2015
115 páginas
Como lector, en esto de la lectura todo pasa por comulgar con el texto de distintas maneras: apasionamiento, seducción, interés, entrega, emoción, diversión, entusiasmo.
He puesto lo mejor de mí en la lectura de este libro, pero en esta comunión solo he recibido un par de hostias u obleazos en mi ánimo, con esta expiación que se trae entre manos Solano, con su barquito, tocado y hundido por el tedio, en la plasmación del trauma que supone perder a un padre, con tres años y luego dos décadas después a una madre, en unas páginas de dolor, de expiación, de desdoblamiento, de búsqueda, de vaciado sentimental e improbabilidad como definición existencial donde todo lo leído por obra y gracia de Solano me resulta muy ajeno, muy distante, demasiado frío, un ensayo demasiado racional e inerte, donde las palabras escritas y el ritmo de la narración son flujos paralelos.
No se debe escribir con el freno de mano echado, mirando todo el rato para atrás, ejerciendo una metaliteratura que no lleva a ninguna parte, como no sea arribar a las playas del puro aburrimiento, tras una singladura que tiene más de nadería mineral que de epopeya.
Dice Solano en una entrevista que el 80% de los libros publicados se olvidan a los diez minutos. Para mí este es uno de ellos, quizás porque Solano no es Walser, ni Vila-Matas.