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Balada de gamberros (Francisco Umbral)

La censura dijo de ella que era esta una novela soez. No me lo parece leída hoy en día. Es la primera novela de Francisco Umbral, que vio la luz gracias a Cela, en 1965, según nos cuenta en el prólogo el propio autor. En ella se recogen las andanzas de Umbral, cuando este es un adolescente, a finales de los años cuarenta y su horizonte vital queda enmarcado por los cuerpos femeninos que ansía ver desnudos, sobar y magrear, los pinitos laborales, las pillerías que comprenden actos delictivos, y el descubrimiento de las pasiones musicales como el rock, al tiempo que tratan de ser los dueños de las calles y del río, en una almidonada ciudad de provincias, que pudiera ser Valladolid.

Cuando se reedita esta obra, Umbral se refiere a ella, a la manera juanramoniana, como un «borrador silvestre«. La novela es un cúmulo de anécdotas que no presentan mucho desarrollo, pero que permiten acercarnos aunque sea de forma epidérmica a esa España que hacía una década que había finalizado la guerra civil, donde regía la censura, y la estrecha moral, que Umbral y sus amigos, esa panda de gamberros tratan de sortear o sustrarse a ella en su día a día, desafiando la autoridad, que se refiere a ellos como delincuencia juvenil, derivada de “la crisis de la sociedad y de la moral, la desunión de las familias, la educación equivocada”…

La edita Menoscuarto ediciones y he advertido que en la contraportada figura que Umbral nació en 1935, cuando lo hizo en 1932.

Francisco Umbral en Devaneos

Mortal y rosa

Francisco Umbral

Mortal y rosa (Francisco Umbral)

Se escribe desde el agradecimiento o desde el rencor

Andrés Neuman

Pensaba poner aquí algunos párrafos -ir espigando el texto- que de una manera u otra me han tocado la fibra, que han acariciado o incluso rastrillado mi alma, pero seguramente hacer esto sería tanto como deshojar el libro, rest(reg)arle su belleza, mermarlo, e incluso ultrajarlo, cuando precisamente este libro de Umbral es -entre un sinfín de cosas más- magma, torrente, herida abierta, habitación con vistas y oreada, semilla y fruto, faro y subsuelo, leche materna y café frío, manantial de ojos para el lector, caligrafía indómita que no admite, ni necesita, el cerco de una reseña.

Puedo hablar del argumento, decir que es una mezcla de muchas cosas: poesía, prosa, ensayo, autobiografía, diario, suma de sentencias y máximas. Puedo decir esto y más cosas, hablar de una prosa inflamada y preci(o)sa de un lirismo arrebatador, de palabras que te elevan, mecen y anegan; un decir, que es tanto como no decir nada.

Como el torero que recibe al toro que puede matarlo a puerta gayola, o el niño que en la playa espera anhelante, sobre la arena, la llegada de los caballos de mar espumosos, así el lector, yo, me enfrento a estas páginas -sin prejuicios, ni censuras, ni rémoras audiovisuales- y dejo que la prosa de Umbral me traspase. Pero no, no me traspasa, sino que me amasa, porque veo entrar en mí las palabras y ahí quedan entonces, haciendo su trabajo, fluyendo por el cuerpo, hacia el cerebro y hacia el corazón, desatando la madeja de los sentimientos, de los recuerdos, de las emociones, porque en ese momento, el estilo -que es estilete- del autor, su verdad, ya ha tomado posesión de mí y entonces solo resta “dejarse llevar” –y sí, suena demasiado bien- y dejarse zarandear, arrastrar, y ser títere emocionado, vibrátil, tremolante y acompañar en nuestro leer al autor en su despojamiento y su desnudez, en su búsqueda de la inocencia primera e infantil, ante la oportunidad que la llegada de un niño –centro del cielo y de la tierra– brinda al adulto, la ocasión de recuperar la propia infancia,“Él es el trozo que me faltaba de mi vida«, que es aquí un renacimiento trágico, «Un niño enfermo es un blasfemia que profiere la vida«, una luz hospitalaria blanca y postrera, que le hacen al autor decir cosas como esta. «En la cripta que es un niño sólo se entra por la celosía de su risa«. Umbral sabe, sufre, se duele, se quiere anónimo, aunque se sabe famoso y popular y tras perder a su hijo se abandona a la vida, en el rodeo que es vivir sin esperanza.

Hablamos de cimas narrativas. Esta lo es, pero más bien es una sima, por lo que tiene de descenso, de inmersión, de llegar a zonas donde no se hace pie.

Dejo el libro en la estantería del salón, con pesar y con alivio, entre los diálogos de Platón y un tocho de Nietzsche y sé que Umbral se tomaría su ubicación con filosofía.