Si hacemos caso a pies juntillas a las recomendaciones de Kafka, creo que me hubiera quedado en el camino hace ya unos cuantos años.
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El otro proceso de Kafka (Elias Canetti)
Lo primero que leo de Elias Canetti (1905-1994) es este sobresaliente ensayo sobre Kafka. De toda la producción de Kafka, Canetti se basa en las cartas que Kafka escribió a Felice y que ésta decidió guardar y luego vender.
Comenta Canetti que cuando leyó las cartas de Kafka escritas para Felice, las leyó con una emoción que desde hacía mucho tiempo no había experimentado en la lectura de una obra literaria.
Ese sentimiento es compartido, dado que los fragmentos de las mismas que se citan dan buena cuenta de los miedos, inseguridades y temores del escritor, el cual se queja de su mala salud, de su falta de peso, de su imsomnio, del ruido, de lo difícil o casi imposible que le resultaría conciliar su obra literaria -o lo que es lo mismo su vida- con tener a su lado una mujer como Felice, porque si a través de las cartas que de ella recibe él saca el alimento necesario para seguir escribiendo, sabe que si esa relación se formalizara a través del matrimonio aquello supondría su final, y también el de ella. Kafka se lamenta en alguna ocasión de que escribir tantas cartas, le impide algunos días escribir sus libros, que irá publicando, con mayor o menor éxito.
Dice Canetti respecto a La metamorfosis que es una de las pocas obras maestras y perfectas de este siglo XX. Cuando Kafka publica El fogonero y La metamorfosis, a la par, obtiene más reconocimiento de la primera, si bien, ya sabe que va por buen camino, tras haber publicado La condena que pasa desapercibida. La relación con Felice, se malogra, y Canetti establece las similitudes entre su obra El proceso, y ese otro proceso judicial en el que rompe su relación con Felice con familiares como testigos.
Afirma Kafka que el miedo es, junto con la indiferencia, su principal sentimiento frente a otras personas. Un sentimiento que se ve apaciguado cuando pasados unos meses vuelve a entablar contacto con Felice, y su compañía obra como la luz en la oscuridad. Acaba el ensayo abordando la humillación en las distintas obras de Kafka, sentimiento siempre muy presente, así como el papel que juegan los animales en su obra, como esos animales diminutos que habría que poner a la altura de nuestros ojos para poder verlos, y apreciarlos bien.
El final, nos deja a un Kafka enfermo, ya en las últimas, despidiéndose del mundo y de sus amistades.
Carta al padre (Frank Kafka)
Kakfa escribe esta carta a su padre, que éste nunca leyó, en 16 días, del mes de noviembre del año 1919. En la edición que he leído de Debolsillo son 75 páginas (sin contar el prólogo y las notas), que he leído compulsivamente. Es interesante saber lo que pasó con la carta, porque parece ser que Kakfa no tenía intención de que se hiciera pública y que al final, como ha sucedido -en beneficio nuestro- cualquier fulano de cualquier parte del mundo y de cualquier época, posterior al deceso de Kafka pudiese conocer de primera mano cuales eran los sentimientos de Kafka hacia su padre.
Dicen que este carta es el documento autobiográfico más completo, más sincero, y de mayor recorrido temporal de cuantos legó Kafka a la posteridad.
Sincero sí que resulta, porque Kafka deja su alma en cueros, y dirige hacia su padre unas palabras en los que éste se erige como un tirano, que siempre desaprueba lo que sus hijos dicen y hacen, sus sueños e inquietudes, sus amistades y compañías. De este modo, día a día, la férula paterna va haciendo mella en Kafka, depositando en su interior un sentimiento de culpa y una falta de autoestima que le acompañarán por siempre, así como miedo y temor hacia figura paterna, la cual nunca reflexiona sobre lo que hace o dice, sin darse cuenta por tanto del daño que genera a su alrededor, y que a Kafka no deja de lacerarlo en todo momento. De niño Kafka echa de menos en falta a un padre más comprensivo, un pecho en el que llorar, alguien con quien hablar, y luego cuando consigue sortear los estudios primarios y de bachillerato, hace derecho y consigue un puesto de funcionario que sabe que no le aportará ninguna satisfacción, pero al que parece verse abocado. En el terreno amoroso tampoco le irá bien, no acaba de ver la luz con ninguna de sus pretendientes, y la potencial emancipación que conllevaría el enlace matrimonial, se queda en agua de borrajas.
Lo original de la epístola es que después de lamentarse de todo lo que hace su padre, durante toda la carta, le da a éste un turno de réplica -poniéndose en su lugar-, en la que Kafka reflexiona en qué medida, la influencia de un padre puede condicionar la existencia de un hijo, y llegar a desbaratarla. Y en qué medida la forma de ser del hijo hace que sea más permeable a la influencia paterna.
La carta resulta prolija, certera, precisa, meditada y los sentimientos del Kafka niño son explícitos en el afecto que no recibe, en la violencia paterna que no es física, pero que hiere igual o más que esta, en el desprecio paterno ora latente, ora patente, en la educación basada en la fuerza, el ruido y la ira (demoledora la escena de la galería), el uso de la ironía paterna, el ser reñido en tercera persona; todo ese caldo de cultivo en donde ciertas existencias se diluyen, así Kafka.
Debolsillo. 118 páginas. 2012. Traducción de Joan Parra
El fogonero (Franz Kafka 2013)
Franz Kafka
Nórdica libros
80 páginas
2013
A mí me sucede lo mismo que a Antonio Muñoz Molina con Thomas Bernhard. Tengo desde mi último cumpleaños la obra completa de Kafka en una estantería y aunque todos esos volúmenes me lanzan el anzuelo a diario, siempre hay otros libros que atropellan mi intención de meterles mano. Leí hace muchos años la Metamorfosis, y no volví a Kafka. Constato que cada vez que algún escritor famoso cita a sus maestros, no sé si por pereza o por convicción, allá está Kafka en todas las salsas.
Finalmente al ver pasar ayer ante mis ojos El fogonero (editado por Nórdica este año, si bien el relato se publicó hace ahora 100 años), una obrita de apenas 80 páginas, no pude negarme, y me lo llevé a mi guarida.
A menudo, muchos autores necesitan cientos de páginas y muchos libros para demostrarnos al resto, que no tienen nada interesante que decir. A Kafka le basta juntar unas pocas cuartillas (ilustradas para la ocasión por Max) para poner todo nuestro mundo (o nuestro cerebro a trabajar a toda máquina) patas arriba. Porque en esta historia menor -la que lleva a cabo Karl, un joven que debe huir de su país, Alemania, por un lío de faldas que permitirá preservar la dignidad de sus progenitores- apenas tardaremos en sentir la angustia que supone dejar el terruño, reemplazarlo, al menos físicamente por otro, en este caso los Estados Unidos, reconocible desde el barco por la estatua de la Libertad, convertida en un ángel custodio, espada en ristre. Y algo tan banal como la pérdida de un paraguas le obligará a Karl a ingresar en las entrañas del barco, toparse con una figura humana, un fogonero, afectarse por su problemática y tratar de defenderlo, de hacer(se) justicia, a través de la palabra, enfrentado contra esa muro de carne representado por las distintas jerarquías, que juzgan el mundo desde su estatus.
Algo totalmente inopinado cambiará el curso de los acontecimientos, pero no la forma de pensar de Karl, o eso al menos cree él.
Un relato sucinto y profundo, que angustia, emociona y divierte a partes iguales.