Anatole Broyard
Editorial La Uña Rota
211 páginas
Traducción de Catalina Martínez Muñoz
Cuando Anatole Broyard cayó enfermo en 1988 aparcó estas memorias que ya nunca retomaría. Queda así inconcluso este libro, pero a cambio tenemos Ebrio de enfermedad (editado también por La Uña Rota) testimonio subyugante sobre lo que implica ser borrado del mapa por una enfermedad.
En este breve texto inconcluso Broyard divide estas memorias en dos partes. Sheri y después de Sheri. Sheri es la mujer con la que Anatole comparte un período de su vida, estar con ella es como trabajar a jornada completa. Entregarse a una causa, extenuante, del que Broyard cuando finalmente la deja, se libera, se siente al mismo tiempo desempleado y vacío.
Broyard ha vuelto de la guerra y encuentra en el barrio neoyorquino de Greenwich Village, un mundo en ebullición, un mundo por hacer, allá por 1946
«una guerra es como una enfermedad y cuando pasa, el enfermo, piensa que nunca se ha sentido mejor»
Broyard plasma ese sentimiento de euforia, de energía desbordante, de apogeo. Broyard ya escribía entonces e incluso le publicaban algunos artículos en revistas, y se codeaba con escritores que eran o serían famosos, tiempos en el que todos los escritores o quienes soñaban o creían serlo salían a la calle con sus cuadernos y sus lapiceros afilados, donde apuntar lo que las musas tuvieran a bien ofrecerles en el día a día.
Broyard toma clases en la New School, maravillado ante las clases magistrales de figuras como Meyer Shapiro, para quien el arte era la verdad de la vida, y la vida en sí. Un tiempo en el que la cultura era algo sagrado, el arte moderno una religión.
La parte del libro que me resulta más amena, además de la anécdota de Broyard con Carmen, es lo referido a la educación sexual de mediados de los cuarenta, donde el aborto no era legal, ni existía la píldora, donde mostrar un pezón era un delito, donde las mujeres al desnudarse se sorprendían de verse sus propios pechos.
Dice Broyard que lo único que era capaz de quitar de la cabeza de los hombres el sexo era la literatura. Esto lo dice Broyard, para quien todo lo que le sucedía era transformado en literatura. Para el resto de los mortales, el sexo (antes y ahora) seguía siendo lo único.
Años, los cuarenta, en los que según Broyard, existía el cortejo, la seducción, la espera, el esfuerzo de la conquista, y donde la mujer tenía un rol expectante, pasivo, sumiso.
«Las chicas habían sido educadas para escuchar. Esperaban a que la historia les diera permiso para expresarse. Su vida era una continua espera: a que los hombres las invitaran a salir, a tener un orgasmo, a casarse o a que las dejaran. Su silencio era otra forma de virginidad».
Acaba el libro con un retrato de los hipster. Donde advierto a los curiosos de que no se dice nada de las barbas. Unos hipster que eran transgresores, desubicados, fieros, antisistema y acabaron siendo devorados, comprados, laureados, etc… Lo de siempre.
Cuando Kafka hacía furor me ha resultado una novela divertida, interesante, mordaz, hilarante… Un fidedigno testimonio de los años posteriores a la II Guerra Mundial.