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El silencio y los crujidos. Tríptico de la soledad (Jon Bilbao)
La soledad pura es la muerte, el resto son sucedáneos. El silencio y los crujidos, este tríptico de la soledad de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) tiene como hilo conductor la soledad que anhelan tres hombres en distintas épocas, los tres bajo el mismo nombre: Juan.
Soledad en toda su pureza es lo que anhelan estos Juanes, pero como vemos no alcanza a ser tal, porque allá donde haya un estilita habrá una miríada de suplicantes, de implorantes, demandando una cura, una mejoría a su salud, un milagro, lo que hará imposible su plena soledad, al tiempo que les permitirá sobrevivir, a Juan y a otro viejo estilita frente al que sitúa su Columna, satisfaciendo estos con sus visitas el sustento que en el caso de no de darse conduciría a los estilitas a la inanición y a una muerte segura.
Soledad que busca un biólogo, para quien su isla desierta será la cima de un Tepuy, al que se accede por el aire, en donde su soledad no será total, al verse acompañado por una anaconda o esa Una, que como Juan también aparece proteicamente en todos los relatos.
Soledad que espera obtener un emprendedor con el dinero que le proporcionaría un negocio que tiene entre manos, quien dará el bombazo con una aplicación informática que nos situará ante un futuro próximo y que lo convertirá en millonario y en acreedor de la ira y odio de mucha gente: los mismos que manosean con deleite su creación a diario.
Estos tres fantásticos relatos o novelas cortas que nos brinda Jon Bilbao son los tres a cual mejor (es lo que más he disfrutado del autor de lo que he leído suyo hasta la fecha y veo difícil superarlo, soy consciente de que me estoy viniendo arriba, pero no quiero sustraerme al entusiasmo que he experimentado con esta lectura, sino todo lo contrario, quiero propalarlo -en el caso de que esta blog sea algo más que una columna en el desierto-) y creo que plantean muchos interrogantes, ya sean de índole religioso, filosófico o sociológico.
El deseo humano de soledad no se sabe bien si atiende al egoísmo, la cobardía o la valentía. El desaparecer del mapa, el desprenderse de tus seres queridos (como el biólogo de su mujer, el estilita de su madre a quien reprueba) aunque sea temporalmente, siempre genera una tensión entre el egoísmo (satisfacer nuestros deseos) y el compromiso, (satisfacer los deseos y esperanzas que los demás depositan en nosotros), una forma de comprometerse, de dar el callo, de estar ahí, que a veces se resuelve dándose a la fuga, en anteponer a todo lo demás un trabajo, una dedicación, una vocación, un estar contemplativo, que como en el caso del biólogo, o del estilita, encaramados encima del tepuy, o de una columna, nos puede parecer tan absurdo como estéril.
Torre, el último relato plantea un escenario futurista pero muy posible, ante la creación de un motor de búsqueda que haga un barrido por internet buscando vídeos porno cuyos actores guarden similitudes con los rostros de las fotos que el usuario suba a la red, lo cual les permitiría a estos usuarios explayarse seminalmente frente a la pantalla, fantaseando con que la chica o el chico que ven todas las mañanas en el metro son los mismos (no lo son, pero son casi iguales) a los que protagonizan esos vídeos porno donde la imaginación se despliega en todas las direcciones como un mar sin orillas. Los mismos que critican la aplicación y desean todo el mal del mundo a su creador, son los mismos que la usan a diario, los mismos que suben fotos de sus exnovias, novias, amigas, conocidas y quien sabe si también de sus abuelas, madres, hijas. Pura hipocresía.
El escenario que plantea el autor se abre a un sinfín de interpretaciones, preguntas y reflexiones, toda vez que es un hecho que internet ha cambiado nuestra realidad, la manera de aprehenderla, nuestra forma de comportarnos, ante la necesidad de no descuidar nuestra identidad digital y que aplicaciones como la que aquí se proponen, o similares, están ya a la vuelta de la esquina y me temo que habría ahí más amenazas que oportunidades, vista la combinación nefasta que tiene el uso y abuso del porno (y su cosificación de la mujer), con la cesión voluntaria de la intimidad en toda clase de redes sociales, y una violencia cada vez más explícita, necesitada para sus actores de su registro y viralización.
En un momento determinado a Nora, la protagonista del último relato, le preguntan si tiene enemigos. Si la pregunta fuera dirigida a nosotros ¿Lo sabemos? ¿Tenemos enemigos? ¿Podemos afirmarlo con seguridad? ¿Sabemos el número? ¿Podemos ponerles cara?. Las redes sociales nos proporcionan hoy datos sobre likes, retuiteos, números de seguidores, etc, pero desconocemos la otra cara, cuánto de lo que uno deja caer en estas redes sociales disgusta a los demás, si eso que decimos o expresamos nos granjea enemigos, ni en qué número, ni cuales podrían ser las consecuencias de esa enemistad sin forma ni rostro. Aspectos como este, que aparecen ahí de rondón, son los que hacen de este libro un brillante artefacto literario, escrito en estado de gracia y repleto de conquistas; un fascinante Tepuy el que pergeña Jon, que sitúa al lector por arte de magia ante literatura de alta altura.
Impedimenta. 2018. 240 páginas
Me acuerdo (George Perec)
Perec recupera aquí recuerdos comprendidos entre 1946 y 1961, de los 10 a los 25 años algunos de los cuales habían sido ya publicados en Cahiers du Chemin entre 1973 y 1977.
En total son 480 recuerdos, después de los cuales se encuentran unas cuántas páginas en blanco por si el lector quisiera hacer algo parejo a lo que hace Perec, es decir, poner por escrito algunos de sus recuerdos.
Los recuerdos se acompañan de unas cuantas notas, en esta edición de Periférica (con traducción de Mercedes Cebrián) a partir de la cita número 5 ya van descuadradas.
Los recuerdos de Perec registran los eslóganes publicitarios, los títulos de canciones, el nombre de los actores, actrices, compositores, acontecimientos bélicos, juegos infantiles, estrenos teatrales, declaraciones de guerra, Argelia, hambrunas, Biafra. Algunos recuerdos son tan breves como simples, tales como me acuerdo de Xavier Cugat, me acuerdo del bebé Cadum, me acuerdo del Andréa Doria, me acuerdo de Walkowiak. Otros tienen que ver con cosas muy cotidianas: Me acuerdo de las cajas de coco, me acuerdo de las radio-gancho, me acuerdo de la superficie útil, me acuerdo de haber ganado un torneo de canasta, me acuerdo del algodón dulce de las ferias…
Leyendo estas particulares memorias y después de haber leído un par de novelas de Perec, el cual dista mucho de ser Funes el memorioso, creo que gasta más inventiva que memoria.
Unos van en busca del tiempo perdido y regresan con siete libros bajo el brazo, o pergeñan sus memorias de ultratumba y se explayan durante casi 3000 páginas y otros como Perec van en busca del tiempo perdido y regresan con apenas 408 fragmentos de memoria, colectiva, parece ser, al menos para los franceses
La librería (Penelope Fitzgerald)
Disfruté mucho con otro libro de Penelope, La flor azul y La librería me ha parecido una notable narración. La historia cifra la imposibilidad de una mujer de sacar adelante su proyecto empresarial: una librería, en 1959, en Hardborough, un pequeño pueblo inglés costero donde todos se conocen (y detestan, donde la argamasa de la realidad son los dimes y diretes) y en donde el interés por la lectura parece ser mínimo. Florence, la librera, se empecina con la idea, un tanto peregrina, pues no parece que los lugareños estén dispuestos a pagar por leer y en todo caso ven con mejores ojos la instalación de una biblioteca, que no afectaría a sus bolsillos.
Penelope muestra de manera sucinta y precisa todas las trabas que Florence encuentra para poner en pie su librería y después para mantenerla a flote a duras penas hasta que finalmente la comunidad (ese ente maligno y devastador, sirviéndose de leyes ad hoc) se salga con la suya y Florence se tenga que ir con la música (o la literatura) a otra parte.
Hace un par de meses se estrenó la película de Isabel Coixet basada en la novela de Penelope Fitzgerald.
Impedimenta. Traducción de Ana Bustelo. 192 páginas.