Contábamos con que a comienzos de julio brillara el sol, pero camino del León Dormido, escupía lluvia y a medida que ascendíamos hacia La Población nos veíamos en el vientre de la ballena.
Una vez en el alto de La Aldea, a 1000 metros, no se veía abajo Logroño, a consecuencia de la niebla. Es en ese momento cuando eché de menos unos guantes, a medida que el frío iba haciendo su efecto. En la bajada hacia Bernedo la niebla era consistente, pero una vez en el llano, la niebla se iba disipando, pero no la lluvia; un pertinaz sirimiri seguía trabajando nuestros cuerpos en movimiento.
Para ir de Oyón, donde comenzamos la ruta, a Yécora, cogimos un camino. No vimos que los viñedos eran un barrizal, a tal punto que la rueda dejó de ofrecer la esfericidad negra de la cubierta para mostrar otro aspecto: un color chocolate con leche, que horas después tendría la consistencia del barro seco, con el que en otros lugares incluso hacen ladrillos y casas.
En Lagrán está el Centro de interpretación de la GR-38, La ruta del vino y del pescado, que estaba cerrado. No nos importó pues teníamos (o eso creíamos erróneamente) la ruta memorizada en el cerebro. Tomamos un café bien caliente para entrar en calor, en el restaurante La Traviesa, ubicado justo en frente.