Leopoldo Alas «Clarín»
Orbis Fabri
732 páginas
1994
No sé si sabra Vd. que yo también me he metido a escribir una novela […] Creo que empieza demasiada gente a escribir novelas, y al pensar, de repente, que yo también voy a prevaricar me dan escalofríos. […] No me reconozco más condiciones que un poco de juicio y alguna observación para cierta clase de fenómenos sociales y psicológicos, algún que otro rasgo pasable en lo cómico, un poco de escrúpulo en la gramática…y nada más. Me veo pesado, frío, desabrido…y en fin, ha sido una tontería meterme a escribir novelas. ¿Con qué cara voy a insultar en adelante a los demás?.
Así refería Leopoldo Alas «Clarín» a su amigo Benito Pérez Galdós en 1884, los pormenores de su obra en curso.
Es posible que lo de Clarín sea falsa modestia, pero de lo referido por Clarín a Benito no me creo nada, ya que la novela es una obra maestra, una «tontería» genial.
En esta obra ambientada en Vestuta (trasunto de Oviedo) a finales del siglo XIX, Clarín, con escasos mimbres, con una historia propia del folletín, donde Ana, una joven casada con un hombre mayor quien está más pendiente de la caza que de satisfacer a su esposa, se ve pretendida por un Don Juan (para quien la conquista de su amada adopta las trazas épicas de quién ambiciona doblegar una ciudad, tal que Ana sería nada menos que una Troya de carne y hueso) y por un canónigo, El Magistral (bajo la férula materna), y ella, la pobre Ana Ozores, sufre lo indecible, al debatirse su corazón en un mar de dudas y turbulencias que la propulsionan al misticismo, luego al desencanto, a la soledad, a la tristeza insaciable, al florecimiento y finalmente a la resurrección, propia de un cuento.
En esta historia, decía, Clarín demuestra un conocimiento exacto y preciso de las pulsiones humanas, ya sean la ira, la envidia, la lujuria, la piedad, el encono, la amistad, todo aquello que nos caracteriza y nos alimenta, aquello que nos hace humanos, aquello que es nuestra cara y a menudo nuestra cruz, porque el libro, en sus más de 700 páginas no es mas que un ejercicio de introspección, de desmadejar el alma humana, de ir tirando de distintos cordeles, de darle muchas vueltas a lo mismo (con una capacidad de sugerir y de evocar sobresaliente, en donde lo pornográfico (tan en boga hoy) da paso a lo sensual, a lo oculto y velado, de tal modo, que la potencia erótica de la novela se cifra y quintaesencia en algo tan casto como los pies desnudos de una mujer en procesión), como el cuadro que precisa varias capas para alcanzar la perfección y así obra Clarín con su personaje primordial, con Ana Ozores, un personaje memorable, donde es imposible no comulgar con su exaltación, sus desvelos, sus apetitos, su sed, su desconsuelo, su injusticia, su adulterio (en una sociedad que como leo En Los pazos de Ulloa, obra contemporánea a esta (se publicó un año después que La Regenta), entendía el honor conyugal a la manera calderoniana, española neta, indulgentísima para el esposo e implacable para la esposa), su infelicidad. Un personaje, Ana Ozores, tan inolvidable, si no más que el flaubertiano Madame Bovary.
Algunas novelas parecen infinitas, no porque lo sean, sino porque las queremos pensar así. Algunas novelas las leemos, otras las habitamos y algo nuestro se queda en ellas, y quizás así llegan a ser inmortales, y pasan los siglos y siguen siendo modernas, y si no encontramos las respuestas, sí encontramos en ellas las mismas preguntas que el ser humano se viene formulando desde que tuvo uso de razón, esas preguntas que tienen que ver con aquello que nos impele, que nos nutre: el amor. Un amor tormentoso, imposible, arduo, ilegal, proscrito, en el caso de la Regenta. Un anhelo, un deseo, de amar y de vivir. Un empeño necesario.
Decía Gombrowicz que su aspiración no era otra que la voluntad de ser uno mismo, a pesar del conocimiento de que eran los demás quienes nos crean. Y en el caso de La Regenta quienes nos destruyen, porque son los otros quienes como constata brutalmente Ana, nos alegran, entristecen, colman de infelicidad o desbaratan nuestras existencias, ante la imposibilidad de ser una isla, de ser uno mismo, para acabar triturada su alma en la tolva que es Vetusta y sus gentes.
Son a su vez muy interesantes las reflexiones que Clarín se hace sobre la realidad y la ficción en lo que concierne a Víctor, el marido de Ana, quien rehuye, una vez enterado de los devaneos de su mujer, ser como los personajes de las obras teatrales (de Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Lope de Vega) que devora, como si lo leído en esas obras fuera para él ficción, fantasía y la vida fuera otra cosa, cuando a su vez, Víctor Quintanar no deja de ser otro personaje, otra creación.
Una novela, esta de «Clarín», Magistral, donde las palabras aquí vertidas son poco más que un apunte. Todo aquel que esté dispuesto a dedicar algo de su tiempo a lectura debe pasar por La Regenta y obtendrá su recompensa.
Si accedéis a leer la novela, como colofón, os recomiendo leer el enjundioso prólogo que Javier Pastor escribió para la edición de Mondadori, del cual es la cita inicial.