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Cuento kilómetros

Cuento kilómetros (Mario Crespo 2011)

Mario Crespo
Editorial Eutelequia
91 páginas
2011

Leer Cuenta kilómetros de Mario Crespo supone volver la vista atrás para alumbrar aquel pasado en el que tuvimos 25/30 años.

Los personajes de la novela, que son varios, pero bien podían ser uno solo, una sola voz, viajan mucho, devoran kilómetros (o los cuentan), y sus periplos viajeros se suceden por España, Francia, Noruega, Inglaterra, Italia…

Jóvenes que dejan España para aprender otros idiomas, para estudiar con becas Erasmus, para foguearse, en definitiva, en trabajos de corta duración, no siempre bien pagados, que les suponen no obstante un aprendizaje, y sobre todo acumular anécdotas, experiencias que les vendrán muy bien cuando tengan que afrontar la vida adulta, el inevitable y necesario tránsito del estadio estético al estadio ético, donde tocará ya asumir responsabilidades y compromisos, en el ámbito familiar, laboral, social, etc, dejando atrás esa época de la ceguera como la califica Mario al final de la novela.

Novela donde brilla el humor, a veces absurdo, como ese viaje a Cardiff para conocer otro país, en la que dar cuenta de peripecias existenciales donde acabar vivo, y no muerto de sed o calcinado es solo cuestión de puro azar, donde la literatura sirve para rendir tributo a la memoria de quien decide quitarse la vida cuando todo es futuro, jóvenes que siempre llegan tarde a las estaciones de tren, que se pierden por Venecia en carnaval, que experimentan momentos catárticos en latitudes nórdicas, que las lían pardas en sus pisos de alquiler, anécdotas que resultan divertidas y a menudo familiares.

El libro funciona como libro de aventuras, como un testimonio válido de lo que fue tener una edad en la que todo estaba en el aire, todo por hacer, donde nuestro mundo cabía en una mochila y la ilusión y los amigos eran monedas que nunca nos faltaban en los bolsillos.

Teruel existe, Zamora también, creo. Un poco más gracias a Mario.

Assur Francisco Narla

Assur (Francisco Narla 2012)

Buscando un libro para las vacaciones me decanté por este tocho de 932 páginas de Francisco Narla (Lugo, 1978) cuya lectura quería llevar a cabo desde hacía al menos un par de años.

Cuando llevaba unas 300 páginas leídas, me lo llevé a la piscina, y el libro habida cuenta de las altas temperaturas, presumo que estaba sediento, pues cuando abrí la bolsa de la playa, el litro de agua fresca que debía estar en la botella se había volatilizado, o mejor dicho, había ido a parar al libro. En estado crítico, lo dejé en una mesa, durante más de 10 días, hasta que pude continuar la lectura. Assur, el personaje de este épica, es un superviviente, este ejemplar, también lo es.

Hubiera preferido haberlo leído, no del tirón, porque para eso se requieren casi 24 horas sin dormir, pero sin ese parón al que me vi obligado, pues estoy seguro que así su lectura me hubiera resultado aún más intensa.

Narla es ambicioso, sino no se plantearía sacar adelante una novela de estas dimensiones, que requiere una ardua labor de investigación, a fin de que lo narrado resulte verosímil, al menos en su mayor parte, aunque haya que hacer ciertas concesiones (como explica en las notas finales) de cara a una mayor fluidez en la narración.

Novelas históricas hay muchas, y la particularidad de Assur es que si bien la historia arranca durante la reconquista, luego el personaje principal, Assur, se verá abocado al rol de esclavo en mano de los nórdicos. Luego como un Ulises en pos de su amada Penélope, vuelve como un hombre libre y acompañada de su mujer Thyre, no de Troya sino de Groenlandia, con la idea de reencontrarse con su hermana, Ilduara (en el hipotético caso de que hubiera sobrevivido), y este impulso es el motor de la narración, convertida en un fin en sí mismo.

La novela mantiene la tensión y la emoción durante casi mil páginas, lo que supone mi reconocimiento hacia el autor. He gozado de lo lindo siguiendo las andanzas del joven Assur en manos del infanzón Gutier, de sus primeros pasos con Jesse, el judío que le proporcionará su educación sentimental, atiborrándolo al mismo tiempo de conocimientos de múltiples disciplinas, la presencia del inolvidable Weland que logra hacerse justicia a sí mismo, haciendo en sus postrimerías lo correcto, y Narla narra como nadie las singladuras de Assur, describe al detalle esa geografía litoral gallega y luego nórdica que uno casi visualiza al tiempo que lee, donde nada de lo leído resulta aburrido, dado que cuando la historia va camino de agostarse, la narración muda de piel y recupera el aliento necesario para que no haga mella en nuestro interés.

Hay en Assur (entre otras muchas cosas) violencia explícita, traiciones, lealtades férreas, sexo, pasión, intrigas, desesperanza, la búsqueda de la gloria por parte de esos nórdicos náuticos buscando tierras vírgenes, la soledad que reconforta a Assur y por encima de todas estas emociones que nos mueven a los humanos, algo que le animará a Assur a no decaer, a seguir luchando e ir arrostrándose días, a no perder la ilusión, merced a una deuda filial que tiene que saldar, para poder descansar en paz.

Confío en no tener que esperar hasta las vacaciones del año próximo para leerme Ronin. Otro novelón (al menos en extensión) de Narla.

Distancia de rescate

Distancia de rescate (Samanta Schweblin 2015)

Samanta Schweblin
Mondadori
2015
124 páginas

Esta novela de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) es tan terrorífica como potente.

Háganse un favor. Apaguen la televisión después de cenar. Siéntense en un sofá orejero, déjense iluminar por la luz que derrama la bombilla, cojan esta novela y durante dos horas no hagan otra cosa que leer/sufrir/padecer/gozar.

Apenas media docena de páginas permiten ya ir leyendo entre jadeos, cuando leemos que un niño deja de reconocerse como tal, como si lo hubieran cambiado, que es lo que sucede, cuando gravemente enfermo sus padres a la desesperada y con el único objetivo de salvarle la vida, la mujer de la casa de verde lo transmigrará, lo sacará de sí mismo, y así vencerá el mal, aunque las consecuencias luego sean irreparables.

El niño se llama David, su madre Carla y ésta se desespera al no reconocer a su retoño en esa figura infantil.
Arranca la novela con Amanda en un hospital, agonizando, a su lado David, preguntándola, de modo inquisitivo, y así Amanda se ve relatando los acontecimientos previos a su llegada al hospital, mientras David, va fiscalizando la narración, evitando que ésta se desvíe, actuando como una voz que le dice a la autora de la novela, qué es lo importante, aquellos detalles que no debe dejar pasar por alto, lo que sintió y experimentó en cada momento, y el recurso funciona porque cada que vez que David habla, lo visualizamos, y la saliva se atraganta, y el ambiente que crea la autora es tan asfixiante, tan sórdido y demencial que una vez que el lector se imagina caminando por este particular «campo del terror», cualquier cosa lo horripilará, ya sean presencias nocturnas, la sola mención de la curandera, la soja que se mueve mecida por el viento, sin animales a la vista, o el deambular de la hija de Amanda, Nina, que en todo momento parece que vaya a correr el mismo infortunio que David a medida que ésta aparece y desaparece de plano.

Samanta aterroriza al lector, lo envenena, lo narcotiza, y se da la paradoja de que uno quiere que acabe ya la novela comprobar si de una vez se rompe ese hilo que materializa la distancia de rescate (aquel vínculo que una a una madre con sus hijos), pero al mismo tiempo que se siga dilatando hasta que la novela implosione de una vez por todas.

Lo dicho. Dejen dos horas para leer esta novela, y luego me dicen si ha valido la pena o no el esfuerzo (en mi caso, deleite)

Quiero seguir leyendo a Samanta. Creo que lo haré con Pájaros en la boca (2009)

El Anticuerpo

El Anticuerpo (Julio José Ordovás 2014)

Julio José Ordovás
Editorial Anagrama
2014
133 páginas

Los que nacimos en los 70 podríamos reconocernos bien en el espacio geográfico y emocional en el que Julio José Ordovás ambienta esta breve novela.

Son los años 80 y el narrador es un joven en edad de (a)prenderlo todo. Un joven que vive con su padre y su madre, hasta que ésta desaparece, y luego con su tía, que lo cuida como una madre.

El protagonista tiene hermanos, y así se citan en alguna parte del libro, pero quedan reducidas a meras presencias episódicas que nada aportan a la trama.

El niño, camino de la adolescencia no ve con malos ojos la compañía de alguien mayor, en este caso un punk yonki llamado Josu que resulta tan desdibujado como «el después de un colocón«.

Presentes están también los curas, los que se van, los que vienen y tenemos a nuestro protagonista ejerciendo de monaguillo, en un pueblo donde los jóvenes con las hormonas a flor de piel y con el acné como bandera persiguen a las chicas como animales en celo, liberando estos su deseo con la siempre gratificante labor de la masturbación o iniciándose en manos de putas tristes, viejas y gordas.

No faltan tampoco las noches de farra, los locales sórdidos, los vómitos que preceden al alba, las jeringuillas, los locales de moda, y dos gemelas gogós amigas del protagonista que enardecen al personal con su cimbrear, los cines que emitían películas del oeste y que serían reconvertidos en salas X y tenemos durante todo el relato a nuestro protagonista en un tira y afloja con su progenitor, del que obtiene cualquier cosa menos cariño.

Si otros libros que he leído abordan el pasado infantil o adolescente desde el humor como en Naturaleza Infiel, desde la arcadia infantil como Los príncipes valientes, o desde la filosofía de la pérdida entre culebras y extraños, en El anticuerpo, Julio José Ordovás (Zaragoza, 1976) opta por el lirismo desencantado y gris, lastrada la historia por su inconsistencia, por su falta de músculo, agravado el relato por unos personajes que apenas cogen entidad, cercenados por su carácter episódico, donde tras tanta pincelada, solo veo brumas, ahogado el relato por páginas farragosas como los dibujos de Cristo (que parecen un homenaje a Isaac Rosa) o el capítulo 28, digresiones que lejos de rematar la faena, la apuntillan e impiden que el libro sea mucho mejor de lo que es.

Posiblemente en su siguiente novela Ordovás vaya más. Si es el caso, daremos cuenta de ella.