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El día señalado

El día señalado (Enrique Vila-Matas)

Enrique Vila-Matas
80 páginas
Nórdica editorial
Ilustraciones: Anuska Allepuz
2005

En este cuento breve Vila-Matas nos presenta a una mujer que se enfrenta a su destino. Es un decir. Porque el destino es un vaticinio.

A Isabelle a sus diez años una gitana le pronosticó que moriría un dos de febrero, sedienta, de pie, tal vez bailando, en un día de invierno muy lluvioso, de un año a determinar.
Ese es el quid de la cuestión, porque a todos cuando nacemos nos pueden decir lo mismo, esto es, que un día moriremos, aunque no nos digan el día de ese año indeterminado en el que la parca nos llevará con ella. Y entonces vivimos tan tranquilos.

Todo este vibrante relato es la lucha interna de Isabelle entre vivir esclava del funesto vaticinio o saltarse todo a la torera y que pase lo que tenga que pasar.

El suspense está presente en todo momento, no faltan los detalles extravagantes, absurdos, patéticos, nada raro cuando hablamos de humanos que se aferran con uñas y dientes a sus existencias aunque no sepan luego qué hacer con ellas. No es el caso de Isabelle que quiere medrar y lo logra hasta situarse en el ojo del huracán, o del tifón.

Todo queda al final abierto. Un pertinaz suspense que queda en suspenso.

El día señalado

Las ilustraciones de Anuska Allepuz casan muy bien con la atmósfera preñada de pesadilla, de miedos, brumas y angustias de una Isabelle en pugna por no ser solo un títere del destino.

La ceremonia del porno

La ceremonia del porno (Andrés Barba y Javier Montes, 2007)

Javier Montes y Andrés Barba
Editorial Anagrama
2007
208 páginas

A pesar del título, este un libro que se puede leer de principio a fin con las dos manos sobre el papel.

Lo escriben a cuatro manos, Andrés Barba y Javier Montes, y se llevó el premio Anagrama de ensayo en 2007.

A muchos, el porno os sonará, habréis visto, los más viejos, alguna película en los antiguos cines X, luego en los vídeos betas o VHS, más tarde en DVD o en Blu-Ray, y ahora en los ordenadores con conexión a internet en vuestras casas, donde las páginas web con contenidos pornográficos abundan.

El libro es de 2007 y algunos datos que aquí se vierten están desfasados. Nos dicen que si buscamos la palabra «porn«en Google aparecen 85 millones de resultados. Ahora en 2016 la búsqueda arroja 374 millones, y la cifra va al alza.

Para los autores, el porno, objeto de su estudio, es una ceremonia, a través de la cual el espectador, el consumidor de porno, vive una experiencia, la cual a menudo acaba con la masturbación, momento lúbrico cenital, tras el cual, la película toca a su fin. Ya ha cumplido ésta su cometido.

De este modo, la pornografía ofrece lo que promete, la excitación del espectador. El elemento artístico, si pensamos en el porno como un arte, se diluye, porque no interesa representar nada, donde apenas se actúa (y cuando se actúa, y los actores y actrices no están entregados al acto sexual el espectador raudo y veloz coge el mando y hace un >> ) reducido el momento de la actuación a mostrar la fisicidad de los protagonistas que hacen el acto, en posturas increíbles, a menudo inverosímiles para nosotros, donde sus atributos sexuales se nos presentan en primerísimos planos de tal manera y con tal abundancia de planos y perspectivas que ofrecen una experiencia muy diferente al sexo que uno puede practicar con su pareja en el día a día, dado que en ese momento nuestra visión quedaría limitada a lo que tenemos delante, mientras que el cine porno nos ofrece un sinfín de ángulos, perspectivas, escenarios sexuales, que enriquecerían nuestra experiencia.

Otro tema muy manido y sobre el que los autores reflexionan es si el consumo de ciertos productos audiovisuales suponen fomentar en la conducta del espectador aquello que vemos, o si bien actúa por el contrario como un elemento liberador (en tanto que podemos fantasear con él, e incluso masturbarnos con esa fantasía, no se requiere luego llevarla a la práctica, entendidas las fantasías como lo que son: algo en potencia), es decir, si por ver una película porno de actores acrobáticos en nuestras relaciones sexuales vamos luego a tratar de hacer el salto del tigre con tirabuzón lateral, o si por ver una película mujeres vestidas de colegialas, vamos a ir a luego a las puertas de los institutos a engatusar a alguna adolescente.

Se habla también de que los países donde son más duros con la pornografía, mayor consumo de estos productos pornográficos hay.

A fin de cuentas el porno creo que sigue siendo y seguirá siendo para el espectador algo de consumo privado, dado que más allá de que sea tabú o no su visionado, no tiene buena prensa (en un telediario, a las tres de la tarde, en horario infantil, podemos ver una ejecución, una degollación, una inmolación, cualquier truculenta y dantesca escenificación de la barbarie del Estado Islámico, por ejemplo, pero nunca una felación), aunque al mismo tiempo su consumo vaya al alza e internet haya conseguido hacer del porno una experiencia global y casi siempre placentera para sus consumidores.

Ensayo breve, donde conocer algo más de la historia del porno, su génesis y su evolución, así como su puesta en escena. Habida cuenta del premio recibido esperaba algo más enjundioso, dado que el libro se reduce a dar vueltas todo el rato a un par de conceptos, y aderezarlo con otras tantas curiosidades. Lo mejor de libros como este, es la bibliografía, cordel del que tirar, para seguir, si es nuestro deseo, seguir profundizando en la materia.

Monasterio

Monasterio (Eduardo Halfon)

Eduardo Halfon
Libros del Asteroide
2014
122 páginas

La boda de su hermana impele a Eduardo a trasladarse desde Guatemala a Israel, a Jerusalén, junto a su hermano y sus padres, para asistir a la celebración. Eduardo es judío, o al menos ha rezado las oraciones cuando era pequeño, pero no se siente judío o no sigue las tradiciones ni los ritos como lo hacen quienes sitúan la religión en el centro de sus existencias.

El viaje a Israel supone para Eduardo un viaje físico, que le permitirá experimentar lo que uno puede sentir rodeado por esos muros que separan a los judíos de los otros, del enemigo, o acudir a ritos religiosos, que a él, lejos de emocionarlo le producen indiferencia.

Pero no es el suyo sólo un viaje físico, porque ir a Israel le supone también a Eduardo bucear en su pasado, rememorar a su abuelo judío polaco, que fue enviado a Auschwitz con sus familiares (que murieron en el campo de exterminio) y que logró sobrevivir, su abuelo, quien siempre renegó de los polacos a quienes consideraba traidores, su abuelo, quien al rondarle la muerte cerca, le dará su dirección en la ciudad de Łódź para que su nieto vaya hasta allá y sepa algo de sus orígenes, para quizás fijar en su memoria algo de la tradición familiar, pues su abuelo creía que «la historia era nuestro único patrimonio«.

Y sobre este razonamiento es sobre el que la narración (¿autobiográfica?) de Halfon va creciendo y ganando enteros, pues si parece claro que la historia es un patrimonio, a veces, la misma historia familiar es una maldición, para algunos, como en el caso de Primo Levi, quien tras sobrevivir a los campos de exterminio y trabajar luego como químico y escribir obras maestras sobre sus vivencias en los campos de concentración, al final, quiso que sobre su lápida figurase el número que le dieron en el campo, un número que reducía al ser humano, a un objeto, a un número, que no es nada, poco más que un abstracción, seres humanos deshumanizados por sus ejecutores que los tratarían como objetos, como una «carga» que debía ser procesada, como explica bien Daša Drndić, en su libro Trieste, un número, para Levi, ineludible, algo marcado en su piel y ya de forma definitiva también en su espíritu, hasta su trágico final, su suicidio.
Otros, cuando van camino de los campos de concentración o bien ya están en ellos, deciden mudar de piel, escapar a su destino, sortear la muerte como pueden, de la forma menos dolorosa, y se camuflan bajo otras identidades, bajo otros nombres, bajo otras religiones, todo vale para librar la piel, el pellejo, para «salvarse» porque el instinto de supervivencia lo anteponen a cualquier religión, a cualquier sentimiento de comunidad, y ahí, la anécdota de la «niña» de la portada, da lo mejor de Halfon, y Eduardo me recuerda al médico judío que aparecía en la novela Madre Noche de Vonnegut, que de niño había estado en un campo de concentración con su madre, y los dos habían sobrevivido y cuando un vecino nazi le pide que lo lleve ante la justicia para demostrar su inocencia, el médico responde que él no quiere saber nada de todo aquello, que el no es judío, sino médico. Es las dos cosas, pero quiere vivir conforme a lo segundo, porque para él esa tradición familiar, su religión, le resulta más una condena que otra cosa.

Me resulta esta novela de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) un testimonio valioso sobre aquello que entendemos por identidad, sobre qué es aquello que nos hace ser nosotros, en qué medida la religión es un sentimiento natural o una imposición, y hasta que punto los demás pueden o tienen derecho a forzarnos a sentir la religión de una manera única, unidireccional, ajena a todo debate, a toda reflexión. En este terreno, Monasterio, es una obra necesaria, brillante y muy potente.

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La virtud de Checchina (Matilde Serao 2015)

Matilde Serao
92 páginas
Editorial Ardicia
Traducción: Pepa Linares
2015

Matilde Serao escribe esta pieza breve en 1883, casi 30 años después de la publicación de Madame Bovary por Flaubert, con la que guarda ciertas similitudes.

La protagonista, Checchina, vive en Roma junto a su marido, médico, del que desprecia su orondez, sus toscas maneras, su tacañería, su capacidad para dormitar en cualquier parte, los olores que éste se trae a casa, propios de su oficio como médico y del trato con personas de toda condición, etc.

Un buen día un Marqués, es invitado a comer a casa de la pareja, y el marqués, sólo como está, y conquistador como parece, le tira los tejos a Checchina, animándola a tener con él una aventura.

Checchina, deslumbrada, descolocada por ser ella el objeto del deseo de un Marqués (entendido más como una condición social que como una singularidad especial), decide dar ese paso hacia el adulterio y cometer una infidelidad, pero la realidad no se le pondrá nada fácil.

Checchina, más que desesperarse por la grisura o monotonía de su existencia, cifra su desesperación cotidiana en cosas materiales, en todo aquello que su burguesía ramplona no le permite tener, a saber: abrigos de pieles, perfumes caros, prendas de vestir elegantes. Así, la opción de ir a visitar al Marqués se le antoja como una aventura, como un acto más pueril que adulto, pues da la sensación que podría ser una aventura con un Marqués, o un viaje al extranjero, o tomarse un café en un bulevar engalanada con las mejores pieles, aquello que a Checchina la haría feliz, más que el hecho de buscar el amor, o la felicidad, en el regazo ajeno.

Si Bovary llevaba su apasionamiento febril y su despecho delirante hasta el punto de poner fin a su existencia, Checchina va en sentido contrario, pues cualquier pormenor, ya sea la lluvia, o su falta de espíritu, arrojo o simpleza, será aquello que la conducirá finalmente de nuevo a la placenta del hogar, a la nada cotidiana de la que se fue y a la que regresará y que podemos entender como otro drama (que la autora reviste de un patetismo cómico), como un suicidio en vida, al sufrir Checchina la imposición de tener que vivir una vida con desgana, sin apasionamiento, sin horizonte, ni ilusiones, una vida más, en definitiva, doméstica, banal y trivial.

Recomiendo leer el posfacio de Natalia Ginzburg, que obra como reseña y da las claves de esta obra, no tan menor, como su extensión pudiera hacernos presuponer.