Archivo de la etiqueta: Literatura alemana

Errata Naturae

Karl y Anna (Leonhard Frank)

Errata Naturae
2012
Traducción de Elena Sánchez Zwickel
109 páginas

Pongamos por caso que una mujer recién casada ve como su marido es enviado al frente de batalla durante la Primera Guerra Mundial y como poco después recibe una carta informándola de que su marido ha muerto.

Pongamos por caso que el marido no ha muerto, y que durante cuatro años sobrevive junto a un compañero en la estepa siberiana y que a fin de aliviar su soledad bajo la bóveda celeste, uno de ellos, Richard, que está casado con Anna, le cuenta a su compañero Karl los pormenores de su relación con gran detalle y prolijidad y con mucha capacidad de asimilamiento por parte de Karl. Pongamos que un mal día los separan y Karl huye, y durante cuatro meses solo tiene una idea, una Itaca en su cabeza, una Penélope en su pensamiento.

Pongamos por caso que cuando Karl se planta ante Anna y le diga que es Richard, ella sin saber porqué no lo ponga de patitas en la calle y quiera que los estragos de la soledad, la esperanza que siempre busca aflorar y los recuerdos de Karl capaz de hacerla revivir un pasado que Karl conoce de oídas, pero que para él es verdadero porque lo siente y cree como tal les lleva a compartir techo y catre y. Así una situación inverosímil va cuajando en el día a día, a medida que la dicha alimenta su presente y la felicidad es algo que pueden tocar cada mañana.

Todo esto resultaría ya demasiado bonito, demasiado empalagoso si se prolonga en el tiempo, así que pongamos por caso que Richard vuelve, y la pareja de tórtolos ya conoce de ese retorno, pues reciben una carta que será el heraldo de su infortunio y serán entonces presos de una espera que los devora. Ante el regreso de Richard se puede resolver el entuerto al estilo de Puerto Urraco o al estilo lorquiano -con bien de facas ensangrentadas- o en plan francés, dándose todos besitos y entendiendo la infidelidad como algo normal. El autor, Leonhard Frank (1882-1961), es alemán así que la novela acaba como acaba. ¿Cómo?. Descubrirlo por vosotros mismos.

Lo interesante de la novela es que plantea esto del amor como una cuestión de oportunidad, de que dos personas coincidan en el momento exacto -como ya dijo también Delibes en La sombra del ciprés es alargada-. Si el que regresa fuese Richard es muy posible que Anna también se sentiría igual de feliz. Es curioso ver cómo Anna ante los recuerdos fabricados de Karl experimenta algo que la remueve, porque aunque las palabras son solo eso, quizás sean también la llave -como se verá- para que Karl pueda acceder a los dominios carnales y espirituales de su amada.

Robert Walser
Editorial Siruela

El paseo (Robert Walser)

Robert Walser
Editorial Siruela
Traducción: Carlos Fortea
80 páginas
Año: 1996

Para mí leer a Robert Walser (1878-1956) tiene efectos balsámicos. Sus novelas siempre están llenos de personajes cargados de energía y de esperanza, siempre estoicos dispuestos a afrontar lo que les venga de buen grado. Parece que ese estado de bienestar es inmanente al autor.
Al menos, durante los años en los que pudo escribir antes de sucumbir a una enfermedad mental.

Walser define su actitud vital así:

«En el fondo lo único que da orgullo y alegría al espíritu son los esfuerzos superados con bravura y los sufrimientos soportados con paciencia»

En El Paseo, Walser se recrea en las bondades de una actividad a las que nosotros apenas daremos importancia, en el caso de practicarla, como es el acto de caminar. Sin embargo para Walser, más allá de la actividad física, andar le nutre como escritor, le proporciona ideas, reflexiones, momentos que luego podrá plasmar sobre el papel, le permite sentir el contacto con el mundo vivo, le consuela, le alegra, le recrea. Walser en estado puro. Y lo transmite con tanta energía y convicción, que sin ni siquiera ser escritor, ganas hay de dejar el libro sobre la repisa e ir por ahí a deambular.

Lo curioso viene después, porque bajo ese manto de bienestar, de una presunta poética de la austeridad, incluso de la pobreza, vemos que Walser tampoco denostaría tener una mejor situación económica, cierto aburguesamiento, así cuando habla de su escaso éxito como escritor, dado que el interés por las letras es escaso y toda aquella crítica implacable de todo aquel que cree que puede ejercerla y cultivarla, lo sume en la precariedad, dado que sus ingresos son donativos y los apoyos que recibe de almas caritativas, no le permiten hacerse con un patrimonio.

Walser levanta la voz, increpa, se torna levantisco, y bajo las aguas aparentemente tranquilas, vemos que el autor entra en erupción y arremete contra quien maneja un auto, tala un árbol a cambio de dinero, o incluso se convierte el autor en un bandolero epistolar para poner en su sitio a un potentado local.

En suma, que Walser, quizás a sus cuarenta años, era ya presa del desengaño, y sus textos mantenían entonces ya una tensión entre esas letras que buscan hacer del mundo un lugar habitable, y otras en las que el autor no podía menos que echar pestes clamar contra la injusticia y tener que darle la razón cuando afirma:

«Contemplando la tierra, el aire y el cielo, me vino el doloroso e irremisible pensamiento de que era un pobre preso entre el cielo y la tierra, que todos los humanos éramos de este modo míseros presos, que sólo había para todos un tenebroso camino, hacia el hoyo, hacia la tierra, que no había otro camino al otro mundo más que el que pasaba por la tumba».

Stefan_Zweig_-_Mendel_el_de_los_libros

Mendel el de los libros (Stefan Zweig)

Stefan Zweig
Acantilado
Traducción: Berta Vías Mahou
57 páginas
2009

Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.

Con este párrafo finaliza esta obra breve y maestra de Stefan Zweig (1881-1942). En ella el narrador llega al café vienés Gluck. Allí algo le llama atención. Algo le viene en mente sin llegar a concretarse. Hasta que finalmente entre las brumas del pasado la figura de Mendel tome forma, y también su historia, la cual nos será referida.

Mendel, es alguien dueño de una capacidad memorística prodigiosa, un catálogo universal ambulante, a quien no se le escapa un título, su precio, el nombre del editor, el lugar de publicación y datos igual de asombrosos como inútiles sobre todos los libros que pasan ante sus ojos.

Esta acumulación de datos que logra Mendel, merced a un concentración extraordinaria, le lleva a una esterilización de la realidad, pues todo aquello que no está contenido en esa burbuja con forma de libro, a Mendel le deja indiferente, no le roza, ni le interesa.

Así, Mendel no sabrá nada del mundo que le rodea. Esta ingenuidad, mediada la primera década del siglo XX (en 1915) y con una guerra en ciernes, no puede depararle nada bueno.

El progreso económico (y el utilitarismo a ultranza), como otro régimen totalitario más, busca la uniformidad, la alienación, limando las asperezas de todo aquello que es singular, raro, diferente, extraordinario en su unicidad. Así Mendel, a resultas de la inopia en la que vive, será detenido, recluido un par de años en un campo de concentración y su mundo interior hecho añicos. Su reputación se ha perdido al volver a su café Gluck, donde ahora es un paria, un trasto inútil, donde su trayectoria, ya nada vale, ya nada le granjea, donde los nuevos propietarios le miran con hostilidad y solo quieren perderlo de vista.

La realidad le abrirá los ojos a Mendel y entonces este sólo querrá cerrarlos definitivamente.

No solo esta estupenda novela (publicada en 1929) sino toda la obra de Zweig, es un desafío a la fugacidad y al olvido. 70 después de su muerte creo que su legado, afortunadamente, sigue muy vivo.

La muerte en Venecia

La muerte en Venecia (Thomas Mann 2001)

Thomas Mann
192 páginas
Editorial Edhasa
Traducción: Juan José del Solar

Gustav Von Aschenbach, el protagonista de la novela, ha superado los cincuenta años, se desplaza, viudo y a paso firme por el territorio de la senescencia, y un buen día, tras un hecho que lo remueve y desasosiega, decide dejar la monotonía y quehacer diario en Munich, la ciudad donde vive, y mudarse unas semanas de vacaciones a Venecia.

Aschenbach es un artista, un escritor afamado, cuyas obras incluso son leídas en las escuelas.

Aschenbach entiende el arte como un corcel impetuoso, a quien solo la disciplina y una actitud ascética y de renuncia es capaz de domeñar, espíritus como el suyo, como el de los poetas, siempre abocados al abismo.

“¿Quién podría descifrar la naturaleza y esencia del temperamento artístico? ¿Quién podría comprender la profunda e instintiva síntesis de disciplina y desenfreno que le sirve de base?.

La llegada a Venecia la hace en barco, pues según Aschenbach “llegar a Venecia por tierra, desde la estación, era como entrar en un palacio por la puerta de servicio.”

Venecia que aúna belleza y podredumbre, se nos presenta como una ciudad inverosímil, de belleza arrebatadora, y también como una ciénaga, pródiga en olores, asaeteada por vientos cálidos como el siroco, febril, por la peste que la asola y despuebla, y ante la cual Aschenbach decide mantenerse impertérrito, en una decisión arriesgada, incluso suicida, como se comprobará, porque sí -la muerte en Venecia- es la suya.

No tarda mucho Aschenbach en querer dejar Venecia, al poco de llegar, pues algo atroz flota en el ambiente que lo crispa y perturba, dejándolo en un estado emocional próximo al desquicie. Si bien, todo cambiará, cuando en el hotel donde se aloja, vea por primera vez a un joven, del que luego sabrá su nombre, Tadzio.

La narración es entonces un diálogo, o mejor, un monólogo, el que mantiene Aschenbach consigo mismo, acerca de la turbamulta emocional que siente crecer en su interior, ante la devastadora presencia del mancebo de quien se ha quedado prendado, ya sin remisión, del adolescente Tadzio.

A partir de ese momento, es la presencia de ese mancebo, esa joven divinidad, de belleza arrebatadora para Aschenbach, quien marcará el compás del dictado del corazón de este. En un juego de miradas, de un buscarse sin encontrarse, con el que “va surgiendo una curiosidad sobrexcitada e inquieta”.

Aschenbach se enamora hasta el paroxismo de una idea, del ideal de la belleza sin mácula, de la juventud sin menoscabo, de lo desconocido, que uno siempre presume como perfecto, corrigiendo cualquier imperfección que se nos presente a nuestros sentidos como tal.

“Pues el hombre ama y respeta al hombre mientras no se halle en condiciones de juzgarlo, y el deseo vehemente es el resultado de un conocimiento imperfecto.”

Aschenbach, racional y reflexivo como es, trata de poner orden y concierto en sus sentimientos, que como lava incandescente, van dejando sus reticencias y principios morales reducidos a cenizas, y para ello recurre al mundo clásico y decide ponerse entonces Aschenbach los ropajes de Sócrates, hablándole a Fedro acerca de la belleza, del amor, de la naturaleza del amado y del amante y empleando la filosofía como ese cepillo capaz de purificar cualquier deseo, que Aschenbach entiende como insano o impropio de alguien como él.

Un deseo, el suyo, reprimido, que aflora, cuando Aschenbach busca la puerta de su amado, como si arrimando su oreja a la puerta de su habitación, lograse así lograr una comunión, figurada antes como imposible, donde la atmósfera mefítica de Venecia, asolada por la peste, hubiera tomado posesión de Aschenbach, y éste se concediera un último deseo, sabiendo que su fin está próximo.

La muerte en Venecia escrita en 1912 es un clásico por méritos propios. Thomas Mann nos ofrece una prosa suntuosa, alambicada, preciosista, de corte clásico, donde lleva hasta lo excelso, esa combinación, tan difícil de conseguir de forma y fondo. En La muerte en Venecia, lo que se cuenta es tan valioso, como el “cómo se cuenta”.

En suma, un placer, un deleite.