Archivo de la etiqueta: Literatura Española

www.devaneos.com

La sabiduría de quebrar huesos (Pablo Matilla)

Lo llamamos leer y somos nosotros rumiando palabras, en esta guerra sin cuartel pero con sillón orejero, donde matamos el tiempo, testigos del deshielo del Iceberg, del que emergerán significados y significantes, emboscados en estos quince sugerentes relatos de Pablo Matilla (Mieres, 1986), y leemos, abiertos a las interpretaciones, y no digo conclusiones para no imaginar a Baroja removerse en su tumba, porque cerrar los ojos en La sabiduría de quebrar huesos, pudiera ser dormir o bien morir, ojos que serán arrancados de sus órbitas una vez muertos facilitando donaciones, cuencas vacías como edificios en Ruina, leemos y vemos un cuerpo infantil en el suelo, el de esa Pequeña Hereje violando las normas, entreviendo un cuadro a intervalos de Degas cuando él no le tapa la visión o somos espectadores de una casa tomada en su hora cítrica, de una relación imposible que se dirimiría a zarpazos, del miedo tan común a las arañas, miedo como hilo conductor o nudo corredero, como ese Sacrificio inútil que me recuerda a los mejores relatos de Olgoso o el Deseo de nieve entre las manos de un reo que no logra sustraerse hasta su último aliento a la férula materna, a esos apegos feroces y leemos y vemos la admiración de Matilla hacia a un autor, hacia Poe y Cortázar, y ese trajinar siempre difuso de imitaciones, apropiaciones o plagios, leemos y asistimos desde nuestro orejero a la proyección de dos relatos que abren y cierran el libro: Esfir Shub y La sala del cinematógrafo, relacionados a la inversa e impregnados ambos de una aura misteriosa, de una sustancia pegajosa y viscosa que se mastica y hiede, algo proteico y multiforme que instila todos los relatos, ya sea zumbido, escozor, rugido, arañazo, miedo, pánico, ausencia, soledad, locura, violencia, dolor e incluso luz ardiente y la promesa y esperanza fragante de unas manzanas robadas.

Témenos Edicions. 2017. 160 páginas.

escanear0013

Industrias y andanzas de Alfanhuí (Rafael Sánchez Ferlosio)

Antes de publicar El Jarama, antes de que Rafael Sánchez Ferlosio se retirara de la circulación durante quince años para dedicarse a la Gramática, repliegue al que llamó “altos estudios eclesiásticos”, a sus 23 años Ferlosio acabaría de escribir Industrias y andanzas de Alfanhuí, que ya desde su título y el nombre de los capítulos evoca el quehacer y espíritu cervantino.

Me sorprende que con 23 años Ferlosio fuera capaz de escribir tamaña y fascinante novela, no tanto por el ingenio, talento e imaginación que despliega, que es posible a cualquier edad, sino por las herramientas de las que Ferlosio se sirve, a saber: verbosidad, lenguaje rico, distintos registros, para pergeñar una novela contracorriente en su época -se publica en 1952- entreverando elementos realistas, ahí está la dura labor de los trabajos agrícolas como el de los segadores, o los carboneros, con otros elementos propios de la fábula como ese gigante, que bien pudiera ser un cíclope bueno, con el que Alfanhuí departirá, en esta novela que es sumatorio de historias y narraciones, que Alfanhuí incluso arrebata a sus propietarios a base de ardides, como hace con su abuela a la que sustrae sus recuerdos valiéndose de las propiedades evocadoras -se ve- del romero.

Ferlosio se sirve de una prosa aromática, cromática, vegetal, pictórica, que tridimensionaliza lo leído, dando cuerpo a esas estampas que parecen cuadros que asomaran por el marco.

A Alfanhuí le suceden toda clase de aventuras, pero a excepción de la muerte de su maestro, al que la incomprensión e ira ajena tildan de brujo, en su deambular todo son experiencias satisfactorias, porque si ve unos ladrones Alfanhuí va a hablar con ellos, porque se considera su amigo, igual le sucede con el gigante, con el tamborilero, con los cazadores y pescadores, con todo aquel que se cruza en su camino, que lo lleva con espíritu trashumante a Madrid, a Moraleja, a Palencia -que sitúa en su pensamiento una mirada vegetal al trabajar en una herboristería- alternando ciudades y pueblos, volviendo adonde madre y yendo a visitar a su abuela, para trabajar allá de boyero, lo que da pie para una de las historias más bonitas del libro: la muerte natural del buey Caronglo sobre el regazo de Alfanhuí, aquel de los ojos amarillos como alcaravanes, que repetirán su nombre Al-fan-huí…como le decía su maestro.

Vale mucho la pena leer este artículo de Miguel Delibes sobre la figura y obra de Rafael Sánchez Ferlosio.

www.devaneos.com

Balada de gamberros (Francisco Umbral)

La censura dijo de ella que era esta una novela soez. No me lo parece leída hoy en día. Es la primera novela de Francisco Umbral, que vio la luz gracias a Cela, en 1965, según nos cuenta en el prólogo el propio autor. En ella se recogen las andanzas de Umbral, cuando este es un adolescente, a finales de los años cuarenta y su horizonte vital queda enmarcado por los cuerpos femeninos que ansía ver desnudos, sobar y magrear, los pinitos laborales, las pillerías que comprenden actos delictivos, y el descubrimiento de las pasiones musicales como el rock, al tiempo que tratan de ser los dueños de las calles y del río, en una almidonada ciudad de provincias, que pudiera ser Valladolid.

Cuando se reedita esta obra, Umbral se refiere a ella, a la manera juanramoniana, como un «borrador silvestre«. La novela es un cúmulo de anécdotas que no presentan mucho desarrollo, pero que permiten acercarnos aunque sea de forma epidérmica a esa España que hacía una década que había finalizado la guerra civil, donde regía la censura, y la estrecha moral, que Umbral y sus amigos, esa panda de gamberros tratan de sortear o sustrarse a ella en su día a día, desafiando la autoridad, que se refiere a ellos como delincuencia juvenil, derivada de “la crisis de la sociedad y de la moral, la desunión de las familias, la educación equivocada”…

La edita Menoscuarto ediciones y he advertido que en la contraportada figura que Umbral nació en 1935, cuando lo hizo en 1932.

Francisco Umbral en Devaneos

Mortal y rosa

www.devaneos.com

Pabellón de reposo (Camilo José Cela)

A sus 26 primaveras, en 1943, Camilo José Cela (CJC) escribió esta novela otoñal, Pabellón de reposo, donde unos enfermos de tuberculosis, constatan cómo los esputos de sangre que salen por sus bocas vienen a ser como el heraldo de la muerte, el fruto de su desdicha y consecuente infelicidad.

Pabellón de reposo que es un pabellón del responso, pues el ruido de fondo es un oración fúnebre, la de aquellos que esperan su final, pues el pabellón es para la inmensa mayoría un punto de no retorno, un campo de exterminio donde la parca se aplica con eficacia y eficiencia, pues son muy pocos los que de allí salen vivos.

El pabellón viene a ser un corredor de la muerte, donde los reclusos, que allí dejan ya de tener oficios, inquietudes, sueños, para ser simple y llanamente enfermos, apuran sus últimos meses, horas, minutos. Los enfermos, presos en su soledad (la cual acarrea negros pensamientos) y desamparo se identifican con un número: el 52, el 40, el 11, el 103, el 37, el 11; sus cartas las firman con iniciales. Da igual, la muerte los alcanza por igual a todos, aunque se oculten detrás de un guarismo, de un carácter. El amor es una promesa magra, una suerte de cuidados paliativos. Los días de estos moribundos pendulean entre la la rutina y la ruina.
Mejor que el manido «venirse abajo» me suena «me noto muellemente en declive«.

CJC que escribió esta novela por entregas, que se iban publicando en un periódico, recibe una carta de un médico pidiéndole que deje su novela, que no escriba más, que su lectura perjudica a sus enfermos tuberculosos. La ficción atemoriza, vemos, a la realidad. Los personajes innominados, numéricos, afectan a los lectores que tienen el mismo mal, que correrán la misma suerte (desdicha).

Afuera del pabellón la naturaleza sigue con sus ciclos, los pájaros vienen y ver, el campo florece y se agosta, las estaciones se suceden y los de dentro, los enfermos, van muriendo sin remisión, y hay siempre una queja hacia Dios, que los abandona a su suerte, que no les impide morir, que no alivia su sufrimiento, pues se van al otro barrio descompuestos, destrozados de dolor, un dolor que les lleva a desear ser cualquier otro ser vivo distinto del homo sapiens, pues vivir aquí es un sinvivir, una desdicha, un porvenir que no vendrá, una esperanza muerta por inanición y todo esto nos lo cuenta CJC sin arabescos sensibleros, con mano firme, con naturalidad, pues a fin de cuentas, y como canta (o susurra) El Rulo: Se nace y se muere sólo, y en mitad de ese camino, quiero un rato divertido), pero estos pobres desgraciados, que lo son, todos ellos, ni siquiera tienen ese momento divertido, porque sus cuerpos fueron casas tomadas por la Parca, que poco a poco los va desahuciando, dejando a sus legítimos herederos en la puta calle, en la puta nada.

Novelas tan lúcidas como estas deben servir para que apreciemos más la vida dichosa y saludable.

Lectura guiada de Pabellón de reposo vía El infierno de Barbusse

Lecturas afines: El aliento (Thomas Bernard)

Camilo José Cela en Devaneos
La colmena
Mazurca para dos muertos
La familia de Pascual Duarte
Cuaderno del Guadarrama