Archivo de la etiqueta: Literatura Española

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El estado natural de las cosas (Alejandro Morellón)

Si en un poemario conviene dejar los mejores poemas para el final, en un libro de relatos hemos de proceder igual. Si algo me ha resultado este libro de Alejandro Morellón es descompensado, porque comienza bien, sigue mejor y se da un batacazo monumental con un relato, el último, aburrido de cojones. Y es curioso porque no he logrado empatizar con lo que le sucede al protagonista de dicho relato, a pesar de haber tenido en mi juventud un amigo, al que apodábamos Kinder, que sufrió lo suyo una temporada a consecuencia de un hydrocele.

Sin lugar a dudas lo mejor del libro con diferencia es el relato que da título al libro, El estado natural de las cosas, que por sus dimensiones es casi una nouvelle. No inventa nada Morellón, sino que más bien tira de homenaje, pues lo protagoniza un fulano que un buen día se va al techo de su casa, se invierte su perspectiva y viene a ser un personaje Kafkiano. Morellón ahí hila fino y va gestionando muy bien eso que entendemos por memoria, así que su personaje comienza a recordar, ayudado por su hermano, trayendo de vuelta a su madre; unos recuerdos filiales que no le serán hay que decirlo, de mucha ayuda, pues al pobre, convertido en un insecto humano, le deja la mujer que de paso se lleva al hijo de ambos, y ve como a su padre lo consume la enfermedad. El testimonio es demoledor, aderezado con algo de sexo, primero virtual y luego carnal. El final es muy bueno. Muy gráfico, cojonudo.

Antes de El estado natural de las cosas, hay otros relatos que parecen transitar lo fantástico, si bien lo que hay es una realidad macilenta y personajes que no saben si van o vienen porque todo es una mierda gigantesca. Me gusta el relato del señor que se amputa un brazo a cambio de dinero. Un dinero que le será de poca ayuda y le hará perder -o eso piensa este Cervantes sin Quijote- enteros ante la memoria de su mujer.

Hace un par de meses este libro ganó el IV premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. Dicho queda.
Habrá más Morellón.

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Los Muchos (Tomás Arranz Sanz)

Me pregunto si los jurados leen los libros que premian. Si los leen en su totalidad, si leen unas pocas páginas, o si no los leen en absoluto. Los Muchos, esta novela de Tomás Arranz Sanz (Valladolid, 1959) resultó finalista del Premio Nadal de Novela 2015. Más allá de su calidad literaria, que es muy discutible, tras finalizarla puedo dar fe de su lectura y también dar fe de erratas, que las hay abundantes, tantas como errores ortográficos. Pongo algunos ejemplos:

Bruna tomó mí mano; en aquel paramo; me di cuenta que; pues entonces, él que se va soy yo; esta vez, la gente ni miro; Si, aunque duela reconocerlo; no se, que todo esté limpio; explícate porqué me han bajado al piso; Será huidizo, raro, que se yo; habíamos intimando tanto; !Que si cojones!; habían enviado dias antes; ¿usted que sabe?; cachaba; ¿Que había obtenido?; Edgar Alan Poe…

¿No es también una desfachatez por parte de una editorial, aquí Ediciones Camelot, publicar o poner en el mercado un producto defectuoso? ¿Lo es un libro con más de 60 erratas o debemos tragar con todo lo que nos echen?. ¿No existen los correctores? ¿Existen pero es mejor no contar con sus servicios?. Y por la parte del autor, si Vila-Matas dice que lo importante no es escribir, sino reescribir una y cien veces, en esos lances, en esas reescrituras, ¿no toma uno consciencia de sus múltiples errores y los aborta antes de publicar su novela?. ¿Qué explicación hay? ¿Desidia? ¿Incompetencia?.

En cuento a la novela me recuerda a Lección de alemán de Lenz. Allá un alumno tenía que escribir una redacción escolar autobiográfica, y el no hacerlo y dejar el folio en blanco le acarreaba un castigo. Aquí, al protagonista de la novela le permiten quedarse en Cuba, si pone por escrito sus andanzas desde que se fue hasta, su regreso a la isla dos décadas después. Reynaldo, que así se llama este vivales, escribe la historia de su vida y no nos encontramos ante Odiseo regresando a casa en busca de su Penélope, sino a un pichanauta cuya vida es un sumatorio de experiencias sexuales de todo tipo. Reynaldo es un cogedor, un chingador, un follador nato que tumba todo lo que se le pone a tiro de piedra (o de pene) y la novela en su mayor parte pasa por explicitar las relaciones sexuales -siempre con mujeres de toda edad, físico, condición y clase social- que este mantiene en Cuba, luego en los Estados Unidos, más tarde en España, ya sea en Madrid, Vitoria o Valladolid. Un Reynaldo que solo sabe vivir de las mujeres, alguien que como él afirma se gana el pan con el sudor de su miembro. Un Reynaldo que no nos engañemos, no quiere trasteros sino traseros, no relaciones sino felaciones, no oficios sino orificios, no llamadas a medianoche sino mamadas a medianoche…pero no esperemos de la narración algo parejo a la vida de un Casanova (cubano), pues le falta la clase y la erudición de éste y así la narración deviene reiterativa y cansina en sus planteamientos, por mucho que cambie el escenario y la narración resulte al menos fluida, aunque los diálogos dejen bastante que desear (la he leído en un lapso de 24 horas, aunque ya sabemos por la publicidad que «la potencia sin control…«) pues el personaje tiene un espíritu forrado de gore tex y todas las inclemencias sentimentales que le acontecen, le resbalan, por mucho que hable de remordimientos por sus acciones hacia las mujeres que va dejando en la estacada o llegue a tatuarse el nombre de su madre ante un arrebato de melancolía filial.

A este Reynaldo no hay por dónde cogerlo y no es que me caiga bien ni mal, es que su suerte -o mal fario- me acaba resultando indiferente, lo que dice mucho sobre mi implicación en los ires y venires del sinsorgo de Reynaldo.

Si Tomás hubiera apostado por el humor en todo momento y a lo bestia la novela la hubiera disfrutado mucho más, pues sí he disfrutado algunos momentos tronchantes, Leocadia mediante. Hay en la narración una crítica al gobierno cubano, cifrado en la huelga de hambre diaria en la que vive el pueblo, así como la sangría poblacional diaria de todos aquellos jóvenes cuyo único sueño es dejar la isla. Aparece también la crisis española, apuntada de forma muy superficial.

En esencia esta lúbrica novela es un folletin, o más bien un fungible folletón en toda regla.

El rinoceronte y el poeta

El rinoceronte y el poeta (Miguel Barrero)

Kakfa o Pessoa son esa clase de escritores dispuestos a sacrificar sus vidas en el altar de las letras. Su vida es escribir y todo lo demás les importa un carajo. Su linfa es la tinta de sus escritos, su aire, el viento que remueven las hojas al pasar. Sobre la figura, ya inmortal, de Pessoa, Miguel Barrero (Oviedo, 1980) perpetra un texto, que obra como guía de viaje, de la ciudad de Lisboa, manual de historia, de Portugal y lo alimenta con ribetes fantásticos, jugueteando con la figura de Pessoa, esa «persona» anodina y gris, que bien podría haber sido una construcción, una capitalización de tantos otros talentos ajenos, algo parecido a lo que se cuenta también de Homero, cuya voz se dice que pudo ser la voz aglutinada y sedimentada de tantos otros coetáneos. Adolece la narración de un personaje, un tal Eduardo Espinosa, profesor universitario especializado en las obras de Pessoa (es evidente que a la sombra de estos grandes autores universales hay un verdín parasitario de otros muchos estudiosos que viven a costa de las obras -y milagros si los hubiera- de los primeros) que es un sosainas, un tipo insulso y gris, que acude a Lisboa a verse con su mentor, un tal Gonçalves, otro especialista en Pessoa a quien le queda poca vida y el que ha de confesarle un secreto antes de diñarla. Antes de que se lleve a cabo el encuentro, hay mucho paseo y topografía lisboeta, demasiado circunloquio, un buen número de digresiones históricas que pasan a ser casi el eje central de la novela y un final que trata de justificar lo anterior, si es que hubiera que justificar algo, porque 198 páginas para tan magro desenlace, se me antojan demasiadas páginas.

Miguel Barrero en Devaneos | Camposanto en Collioure

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La negación de la luz (Juan Antonio Masoliver Ródenas)

La negación de la luz de Juan Antonio Masoliver Ródenas (Barcelona, 1939) recoge dos poemarios, La negación de la luz y El cementerio de los dioses. El título expone lo que luego leeremos, poemas que comienzan negando la luz, la existencia, la memoria, irrigados de sangre fúnebre, donde el poeta invoca el amor, la niñez, la juventud perdida y que tratará de recuperar regresando al pasado, evocando anatómicamente senos, nalgas, el vello del pubis femenino, cifrando así el deseo que fue y ya no es, el semen en la mano de entonces, “la demencia más dulce”, palabras con las que encontrar el camino de salida del laberinto de la memoria; el poeta busca en la escritura y no se encuentra, dice, y sus palabras son palabras al viento, que caen sobre el papel, con la gravedad de un pasado pétreo, lapidario, donde suenan cascabeles de osarios y donde el no futuro es solo un presente dilatado, agostado, mustio, sin horizontes, que frente al espejo se empaña con un aliento desvaído, luctuoso, ante la muerte que ronda por la periferia de la existencia y el poeta teje la existencia de ausencias, de nada, de olvidos, entrevistos en toda su plenitud, imaginando cielos de arena, desiertos de agua, saciándose de nada, comulgando ante el sagrario del cuerpo de la amada, extinta y calcinada ya por el tiempo.
No es lo que dijiste, pero es lo que oí, dice el poeta. No es lo que está escrito pero es lo que he entendido, en el espejismo del poema; la voz que he leído, la de un poeta comprometido con su verdad.

Juan Antonio Masoliver Ródenas en Devaneos | La inocencia lesionada