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Llega el rey cuando quiere (Pierre Michon)

No hace mucho que leí un fantástico libro de entrevistas (dos) al crítico literario Bernard Pivot, publicado por Trama editores con traducción de Amaya Gallego Urrutia. He experimentado el mismo gozo sin tasa de entonces leyendo las trece entrevistas que le hacen a Pierre Michon, (comprendidas entre 1989 y 2005) bajo el título, Llega el rey cuando quiere, publicado por la editorial WunderKammer con traducción de María Teresa Gallego Urrutia.

Lo curioso del tema es que yo no soy (pero me veo camino de ello) un lector asiduo de Michon, porque solo he leído dos novelas suyas, una de las cuales creo que no me gustó especialmente, El origen del mundo. Mucho más me gustaron sus Mitologías de Occidente. No he leído tampoco sus Vidas minúsculas (el atestado de un fracaso y un liberación del fracaso, un desastre que se convierte en proeza, en palabras del autor), aquella obra de un no escritor que lo convirtió en tal, y sobre el que inciden buena parte de las entrevistas, y ahí reside el único pero que le puedo poner al libro, a saber, ciertas reiteraciones, lo cual deviene inevitable, porque al contrario de un ensayo donde el escritor digamos que se hace las preguntas que desea escuchar y se las responde, aquí el escritor únicamente ofrece las respuestas, y se corre el riesgo de que muchas preguntas sean de la misma índole.

Dicho lo anterior leer un libro de entrevistas de Michon, en mi caso, podría parecer una insensatez. No lo es, porque si nos dejamos arrastrar por la predictibilidad de nuestras lecturas, dejaríamos fuera de campo lecturas que nos son muy necesarias, porque además lo que dice Michon en estas jugosas entrevistas es extrapolable a muchos otros escritores, a todo aquel que se enfrente ante una hoja en blanco, o a ese !anda ya! que le conmina a desistir.

En las entrevistas se nos refiere por ejemplo la forma que Michon tiene de escribir (cuadernos de notas, de trabajo…), la musicalidad de su prosa, la necesidad de verse rodeado de pinturas, su preferencia por las novelas cortas o relatos, con reflexiones de sumo interés sobre lo breve,(lo breve juega con la libertad absoluta, la del acto) sobre la naturaleza de la literatura (La literatura es un acto de no-saber, pero que tiene que saber), acerca del arte (El arte no es nada, pero solo tenemos el arte), el oficio del escritor (un escritor no existe y no cobra si no publica) recorriendo a su vez figuras relevantes o fundacionales como Rimbaud, Faulkner, Proust, Flaubert (lo que escribe Proust es inteligente. Es menos intenso que lo de Flaubert porque es más inteligente. Y no es que Flaubert fuera tonto, pero en Flaubert hay algo brutal, animal, que a mí me recuerda a Hugo; Algo que decía también Savinio, con palabras parecidas sobre Maupassant y Proust), Joyce, Mallarmé….
Pierre Michon

Podría entresacar unos cuantos párrafos que me han gustado mucho, pero prefiero que el lector arribe virgen a estas entrevistas, con las cuales aprenderá mucho no solo de la figura de Michon, también de la literatura y lo que es aún más importante, de la vida.

A ver si me hago con un ejemplar de Lo que dicen las mesas parlantes de Victor Hugo, para seguir disfrutando de las obras que va poniendo a nuestra disposición este Cuarto de las Maravillas.

Gérard de Nerval

Sylvie (Gérard de Nerval)

Quería leer esta nouvelle desde que hace un tiempo leyera Tras las huellas de los románticos de Richard Holmes, donde uno de los biografiados era Gérard de Nerval (1808-1855).

Para Umberto Eco, Sylvie (publicada dos años antes de la muerte de su autor) es uno de los libros más bellos jamás escritos. Una lectura, la de Sylvie que le dejó trastornado. Más tarde supo que a Proust le había sucedido lo mismo.

Lo que el narrador de esta delicada, preciosista, sinéstesica y barroca novela, tributaria del mundo clásico, manifiesta es la imposibilidad del amor, un amor que se le presenta al galán bajo el rostro de tres mujeres, dos a las que conoció en su mocedad y otra en el tiempo presente: una actriz de la que se queda prendado cuando acude en calidad de espectador a un teatro parisino.

La narración supone para el protagonista regresar al pasado, al reencuentro con Sylvie, uno de sus amores platónicos de juventud (cuando ella era joven, alocada, salvaje, andaba descalza y tenía la tez morena), abandonar la ciudad de París por unos días y dirigirse ocho leguas al norte, a pueblos como Ermenonville, Loisy, donde la vida ha cambiado poco, para demorarse en paseos entre bosques, a la vera del río Thève, disfrutando de la calidez de una vida sencilla, donde el pasado se perpetúa en forma de bailes, fiestas y tradiciones que se mantienen con el correr de los siglos, donde late el corazón del pueblo francés, escenas en las que se evidencian las desigualdades sociales entre ellos.

El narrador, a quien conocen como el parisino, dado que a éste le resulta difícil librarse de su estigma urbanita, comprueba en su regreso a la Arcadia rural que Sylvie nunca será suya, que la actriz de la que cree estar enamorado, no es más que el reflejo vago de Adrienne, aquella joven rubia de la que se enamoró por un momento en su juventud, inseminado desde entonces con la semilla amarga del desamor en el que naufragará ya por siempre.

Se hace mención en el texto a la novela de 1761 La Nueva Eloísa de Rousseau (quien residió en Ermonenville), cuando el enamorado recita de memoria pasajes del libro a Sylvie y más tarde cuando ella dice haber leído la novela y verse en la piel de Julia y a él en la de Saint-Preux. Pero al final, disipado el embrujo, él siente a Sylvie más como una hermana que como una amante y solo le resta aferrarse a sus recuerdos de juventud, cuando todo podía haber sido distinto, antes de que la vida los pusiera en caminos diferentes, siempre paralelos por mucho que se empecinen en hacerlos converger.

Acantilado. 2002. 82 páginas. Traducción de Luis María Todó.

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El miedo (Guy de Maupassant)

La obra de Guy de Maupassant está muy diseminada en distintas editoriales en España: Alianza, Valdemar, Periférica, Eneida, Alba, Nórdica, Marbot, Akal, Siruela, Cátedra, Random House, Austral, etc, que recogen tanto sus novelas como sus relatos. Artemisa ediciones bajo el título de El miedo, con traducción de Assumpta Roura, agrupa cinco relatos, uno de ellos con el mismo nombre.

El miedo opera en los mismos como su columna vertebral, miedos que consisten en temerle a la soledad y comenzar a desvariar y creer que esposándose dejará de tener miedo, como le sucede al protagonista de Él, con cierto parecido con El horla. El miedo es la crónica de una venganza anunciada y no ejecutada, siendo ese estado de espera y zozobra lo que imprime la desazón en los personajes, compartida también por el lector. En !quién sabe! objetos inanimados toman vida poniendo en juego la salud mental de su propietario, que pide ser recluido, como hiciera Maupassant ante el avance de su enfermedad. Los más curiosos me parecen Junto a un cadáver, que resulta ser el de Schopenhauer, lo que da pie para hablar de la gigantesca labor de escepticismo llevado a cabo por el filósofo, el cual ante la visita ineludible de la parca, acaba descomponiéndose y hediendo como el resto y Un caso de divorcio, donde un abogado trata de obtener el divorcio, para su defendida, alegando que su esposo no está en sus cabales, empleando como arma un diario del mismo, relato que le permite a Maupassant expresar su opinión sobre el sexo femenino y su nula confianza en el matrimonio, como hace también en su relato Él: Sigo creyendo que el matrimonio es una barbaridad y convencido de que ocho de cada diez maridos llevan cuernos. Es lo menos que se merecen por haber sido tan imbéciles encadenando sus vidas, por renunciar al amor libre, la única cosa divertida y buena que hay en el mundo, por cortar las alas a la fantasía la que nos empujan todas las mujeres, etcétera.

Poco a poco voy avanzando en los relatos de Maupassant y no creo que tarde en hincarle el diente a los cuentos completos publicados por Páginas de Espuma, que en dos volúmenes recoge los más de 300 relatos publicados por Maupassant.