Archivo de la etiqueta: Literatura Francesa

www.devaneos.com

El Horla (Guy de Maupassant)

El insoslayable ensayo de Alberto Savinio, Maupassant y “el otro”, me hizo querer leer El Horla, relato, o novela corta, que según Savinio estaba al nivel de los relatos fantásticos de Poe. Muy sustancioso es este libro editado por Cátedra que reúne El Horla (su segunda versión) y otros relatos de Maupassant, con edición y traducción de Isabel Veloso, donde ésta reivindica la figura vilipendiada de Maupassant, pues escritores como Savinio lo despachaban sin muchos miramientos, pues decía éste que la obra de Maupassant le resultaba banal y superficial, muy lejos de la obra, por ejemplo de Proust, mucho más intelectual. Maupassant, menos intelectual y más sensorial, sensitivo y voluptuoso (precursor incluso del futuro surrealismo, según Veloso), no podía competir con Zola, Flaubert, Poe o Hoffmann, y lo consideraban un segundón, lo que no le impedía ser un escritor muy leído y apreciado por el público, aunque ciertos estamentos no encajaran bien sus críticas hacia la religión, el sinsentido de las guerras, siempre devastadoras, capaces de sacar lo peor de uno mismo (en relatos como La loca o Madre Sauvage), o ciertos ramalazos antisemitas. Además Maupassant no se casaba con ninguna causa, secta, o partido político, era un espíritu libre y pendenciero, a quien su sexualidad desbocada e impetuosa le hiciera contraer la sífilis, afectando a su nervio óptico y después a su cerebro, abocándolo a la locura, de la que se liberó suicidándose, en 1893 a la edad de 43 años.

Antes de morir Maupassant experimentó la locura y la presencia en su Yo de ese Otro que lo ocupaba. El Otro toma en la novela de Maupassant el nombre del El Horla, y en un lapso de unos pocos meses vemos como un hombre que vive solo va anotando en su diario el desmoronamiento que va sufriendo, a medida que la ocurrencia de ciertos sucesos extraños, agravados por la soledad, lo angustian y atemorizan; temores de andar por casa, como no ver su reflejo en un espejo, el tallo de una flor que se rompe de cuajo sin motivo aparente, la sensación de que alguien le sigue al salir a pasear por un bosque (lo que convierte la naturaleza en algo amenazante) y algo aún más terrorífico como es el miedo a perder la razón y ser consciente de que se va perdiendo, con experiencias como el hipnotismo, donde uno puede perder el control de sí mismo, para convertirse en un títere de otro.

El narrador, al que Maupassant da su voz cuando confiesa sus temores y desvelos, tiene la sensación de que su vida se le va de las manos y que El Horla (novela hoy muy prestigiada, de alargada sombra y que se cita por ejemplo en El ala izquierda de Cartarescu) es invencible, que no hay forma de librarse de él. Sí, hay una, aquella que solucionaría su problema, resolución radical que queda flotando en el ambiente, que Maupassant consumaría seis años después de escribir esta fantástica y pavorosa novela.

IMG_20180612_214414

El amor (Marguerite Duras)

No sé qué he leído. Compré este libro de segunda mano, en una edición de Orbis Fabri (con traducción de Enrique Sordo) que no incluye sinópsis. Leí el libro sin saber de qué íba y lo acabé sin saber de qué iba.
La prosa de Duras me resulta aquí aún más extremada que en Los ojos azules pelo negro, donde de nuevo los nombres importan un bledo y basta con El, con Ella y con un viajero, en una isla: S. Thala. Leer es ir en pos de la esperanza y de la búsqueda de sentido y en tanto en cuanto Duras consiga llevar al lector hasta la aurora exterior con la que finaliza la novela habrá resultado un éxito para ella, si bien aquí más que la búsqueda de un sentido creo que se trata más bien de amorrarse al sinsentido, a la locura, a la fiebre, a una estructura con un esqueleto difícil de radiografiar, a una sintaxis que hace de la narración una carrera de 3.000 metros vallas, bien plagadito de fosos de cieno, en el que refocilarse si la lectura nos la tomamos como una experiencia sensorial.

Marguerite Duras en Devaneos | El parque, La siesta de M. Andesmas, Los ojos azules pelo negro

www.devaneos.com

La siesta de M. Andesmas (Marguerite Dumas)

Bebe rubia la cerveza pa acordarse de su pelo.

Standby (Extremoduro)

Leyendo esta fascinante -por lo que tiene de extraña y ambigua- novela de Marguerite Duras (publicada en Francia 1962 y ahora con traducción y sustancioso prólogo de Amelia Gamoneda) pensaba en esta entrevista reciente que le hicieron a Cees Nooteboom. Me venía en mientes esa casa apartada que dice tener en Alemania, rodeada de árboles, de libros, de quietud. Y quien sabe si también de espera. Una espera que podría ser la de la muerte, rondando siempre ávida en la senectud.

Aquí el que espera no es Drogo (a un enemigo imaginario), sino un hombre rico, jubilado, mayor, que cediendo al antojo de su joven hija (procreada en su climaterio), al borde ésta de los 18 años, ha comprado una casa en un colina, rodeada de árboles, desde la que vislumbra el pueblo a lo lejos, el mar. Espera la visita de un hombre, que le dará presupuesto para un terraza. El señor, Andesmas, espera y desespera, le sobra todo el tiempo del mundo, pero esto no disminuye su ansiedad. La espera la va trasegando con inopinadas visitas, ya sea un perro anaranjado, una niña, la madre de la niña. Llegan todos menos las dos personas a las que espera: el constructor y su hija.
Las conversaciones le traen recuerdos que luego se le escurren, cierra los ojos, dormita, cada siesta es como un eterno retorno, que a su vez es un círculo que se achicaría hasta devenir un punto, final.

Duras maneja con maestría el curso del relato, dosificando la información con cuentagotas, y lo leído resulta sugerente, extraño, inasible, impregnada la narración de esa desazón y zozobra que a veces nos asalta sin saber muy bien por qué, esos sentimientos entreverados de recuerdos que pueblan una memoria fangosa, que nos zarandean y nos llevan de la alegría a la tristeza en un segundo, porque Andesmas quisiera descansar, dormir, morir sin daño. No sabemos si esto le es posible ahora que su hija en flor es víctima del deseo ajeno, y ante ese alarido de la carne Andesmas solo puede oponer un silencio vegetal.

Demipage. 2011. 115 páginas. Traducción y prólogo de Amelia Gamoneda

www.devaneos.com

El parque (Marguerite Duras)

Lo prometido es deuda. Sigo leyendo a Duras tras Los ojos azules pelo negro. Leo El parque (publicado en 1968 con el título de Le Square y recuperado ahora por Menoscuarto con la traducción que en su día hiciera Carlos Barral), que guarda ciertas similitudes con la anterior. En aquella había también una pareja, encerrada ésta en una habitación la mayor parte del tiempo, que lloraba y hablaban de la muerte, de la imposibilidad de entrar el uno en el otro, de conocerse. Aquí el escenario cambia. Estamos en un parque de París. Una joven de 20 años cuida de un niño que no es suyo. Un viajante alivia su soledad sentado en un banco buscando conversación. La encuentra. Los destinos de ambos convergen. Si los bares, los estadios, las iglesias, las terrazas, los parques están llenos, quizás sea por esa necesidad que tenemos de estar rodeados de gente, de tener a alguien cerca, de ser escuchados.

Lo que Duras plantea muy sagazmente es precisamente esa necesidad, no tanto de hablar por hablar, sino de que te escuchen, de que te hagan caso, de que incluso te comprendan, que viene a ser una muestra de cortesía, educación, afecto. Se lamenta la joven cuando afirma que después de dejar de hablar con el viajante irá a la casa en la que trabaja como empleada del hogar y ya nadie le dirigirá la palabra hasta el día siguiente. Una situación incómoda de la que quiere salir a las bravas, desposándose con algún hombre que la pretenda y ofrezca matrimonio. Ese silencio impuesto es una cruz para ella y para él, que viste el traje de la soledad y del abandono, que mendiga palabras, magro alimento con el que ir tirando, al tiempo que recuerda un viaje que lo hizo feliz durante unos días, un lugar pleno de luz, sol, enmarcado por el mar. Un recuerdo ya idealizado, que regurgitar para darse ánimos, para hacer reverdecer la esperanza. Al contrario de lo que nos dijo Freire, los dos son seres de adaptación, no de transformación, pues a fin de cuentas se conforman con lo que tienen, se han acomodado a su situación, y si viene un cambio radical vendrá de fuera, sin que medie su intervención.

Lo que depara este tête à tête es aquello que no sucede en las redes sociales. Se manejan lenguajes diferentes. Aquí los dos hablan y se corrigen sobre la marcha, van rectificando, apostillan, matizan, se retroalimentan, emplean aquello de «es un decir» “es una manera de hablar”. Aquí no hay likes, retuiteos, emoticones, sino emociones, aquí hay dos seres solitarios que encuentran alivio en la conversación, en la mutua comprensión, cuando las palabras no caen en saco roto. No olvidemos que el lenguaje nos constituye y conforma, diálogo, λóγος, que opera como fuente de autoconocimiento, como una suerte de bálsamo de Fierabrás.

Nos cuenta aquí Vila-Matas cómo fue acogida en su día esta novela cuando se publicó: muy mal. Cuenta que solo Maurice Blanchot la elogió: “Duras, mediante la extrema delicadeza de su atención, ha buscado y tal vez captado el momento en que los hombres se vuelven capaces de dialogar”.

Dijo Gadamer que leer es dialogar. Por eso el libro, como un buen amigo invisible siempre estará ahí para echarnos un cable cuando queramos hablar con alguien, aunque siempre será mejor ir al parque que tengamos más próximo al hogar y esperar a que vengan las palomas, los niños, los jubilados, las mucamas a pegar la hebra y buscar consuelo y amparo episódico en nosotros y viceversa.