Con Pedro Páramo, Juan Rulfo demuestra lo que se puede hacer en muy pocas páginas cuando se tiene talento, imaginación y una historia (que son muchas) que contar. Son menos de 90 páginas las que tiene la novela, las cuales una vez leídas, me dejan la sensación de haber realizado un viaje largo e intenso.
El protagonista es Juan Preciado, quien va a Comala, siguiendo los deseos de su madre recién fallecida, que le impele a que vaya a rendir cuentas a su padre, al que no conoce, un tal Pedro Páramo.
Una vez allá, Juan verá todo cuanto le rodea a través de los ojos y de las descripciones que le hizo su madre y que Juan ha interiorizado de tal manera, que hace suyas.
En su búsqueda, se topa con personajes de todo tipo: el padre Rentería, un cura que se debate entre su idealismo y la lealtad a sus principios y el servilismo al cacique local, no comulgando ni con unos ni con otros, abrazándose finalmente a un movimiento revolucionario, una pareja de hermanos incestuosos que tratan de tapar su pecado, al menos ella, buscando alguien en quien expiar su culpa. Miguel, el hijo de Pedro Páramo, tan tarambana como su padre, despiadado y mujeriego, que encuentra la muerte bajo los cascos de un caballo. Y no faltan las mujeres, las víctimas de la historia, en manos de hombres que las seducen y abandonan, que las violan, y que abusan de ellas de múltiples maneras, ya sean ellos, padres, hermanos, caciques, etc.
Pedro Páramo es un buen ejemplo del caciquismo rampante, acomodando este sus malévolas acciones a sus fines y empleando para ello la violencia de todo tipo, e incluso casamientos forzados cuando se trate de preservar su patrimonio.
Y más allá de la crítica social, que es precisa y contundente, la novela exuda una atmósfera enfermiza, plagada de voces de ultratumba, que pueblan la novela y que nos exigen un esfuerzo a fin de asociar esas voces a los distintos personajes o fantasmas e ir juntando también los terrones de información que Rulfo hábilmente nos va suministrando, a lo largo de su relato; un relato vibrante, subyugante y cuajado de humor e ironía, que debe leerse con detenimiento, a fin de apreciar todo lo que contiene, que es un mundo en miniatura, porque el error sería leer esta novela a toda velocidad como si fuera un relato más del montón que se puede despachar en un par de horas.
Así lo hice yo hace dos décadas y leído ahora de nuevo, con detenimiento, paladeándolo, he disfrutado de esta lectura, de esta maestría que muestra Rulfo en la condensación narrativa, como pocas veces he experimentado con un texto tan breve como intenso.