2013
Los libros del lince
205 páginas
1986. Un barco con españoles a bordo, El Omphalos, permanece retenido en Guinea Bissau, desde que hace más de 6 meses sufriera una avería y aquella mole de más de 7.000 toneladas, quedará varada a dos millas del puerto.
A bordo el Jefe de máquinas y ahora máxima autoridad del barco, Jaime Torres, más chulo que el punteras. A su lado un imbécil, Walter García, un nenazas, Ramón Ríos, un abogado, blanco de todas las burlas, Federico Báscones de Ojeda, recibido a hostias cuando viene a mediar para su liberación como comisionado del Gobierno de España, el fantasma de Julio LLanos, asesinado, y otro camino de serlo cuando quiere echar un polvo, Roberto Nozales. Estos son los buenos.
Por la parte de los malos, de los secuestradores, está Marcel Lago, militar destinado a esas latitudes contra su voluntad. Un tío que mata sin apartar la mirada. Un figura, ambicioso, refinado, autoritario y codicioso, dispuesto a medrar si le ofrecen un negocio jugoso.
La historia nos la narra Jaime Torres, que además de chulo y soberbio tiene suerte, y sobrevive y así conocemos su peripecia. Jaime es algo parecido a un Alatriste pero puesto en un barco: un tipo duro, temerario, descreído de todo, que escupe a la muerte a los ojos y se hace pis en el destino. O algo así. Pero a pesar de tener el culo pelado y las manos encallecidas de limar su soledad es capaz de dar su vida, la cual le importa un bledo, por salvar las vidas de sus hombres, porque Jaime no es como Francesco Schettino, que ve que un barco se hunde y es el primero en coger las de Villadiego, no, Jaime no es así, o eso dice, porque si sus colegas le dejan tirado entonces se llama andana y con salvar su pellejo ya tiene bastante.
Si alguien piensa que esto es algo parecido a Capitan Phillips, entonces se equivoca de libro, y sino también, porque aunque venga avalado entre otros por Savater («Tramas violentas y ambiguas, opresivas a lo Patricia Highsmith, con protagonistas paulatinamente transformados por la dureza existencial«), sí, el filósofo, no Leticia (la Superviviente), sólo tiene un pase, porque me esperaba una tormenta perfecta y me he encontrado con la calma chicha de una lámina de agua que sólo en contadas ocasiones asemeja aceite hirviendo.
La historia, de entrada se me antoja como algo sugerente, con un secuestro, un fulano en plan caporal tratando de usar su cerebro para sacar a todo el rebaño ileso, pero cuando llega un abogado caído del cielo (en lancha motora) y lo zurran a hostias, así de entrada, porque les cae a todos gordo (!qué jodido es luchar contra los prejuicios!), con su pinta de señorito, entonces se lía parda y cada cual trata de salvar el pellejo, aunque acaben perdiéndolo, hasta que al final, como en Los Inmortales solo pueda quedar uno, sí, el narrador Jaime Torres, que tras un giro en la trama, abrupto y sorprendente, la novela se convierte en algo parecido al Arca de Noé, y quien dice barca de madera, dice buque de 115 metros de eslora de puro hierro y acero.
El personaje de Jaime me resulta repelente. Si este es el objetivo de Willy Uribe (el escritor de este libro) lo consigue. El abogado actúa como un Mcguffin, pues parece que va a ser la hostia, y sí, le dan unas cuantas, pero se queda en nada, es casi un espectro, todo el día mareado, consumido, soñando con su moza con la cual se va ir a Alaska, pero no, porque la casca.
Walter le reprocha a Jaime que no se fia de él, pero ahí anda moviendo todo el tiempo el rabo como perrito faldero. Al Marcel que es más listo que el hambre, se la mete Jaime doblada con una bola que no rueda ni cuesta abajo.
Con un militar a quien Jaime le arranca un trozo de oreja a dentelladas y sin necesidad de subirse a un ring, mantiene luego un combate dialéctico acerca de lo Europeo/Africano, pero como a Jaime todo se la trae al pairo, es díficil llegar a buen puerto.
Creo que las últimas 44 páginas se pueden reducir a media docena sin acusar el resultado.
Finalizo. Me esperaba una historia de aventuras y esto es una ratonera sobre un desierto líquido, donde todos mueren, salvo el más hijo de puta de todos que sobrevive.
¿Además, si a uno no le importa nada lo que le suceda, a qué fin tanto empeño en sobrevivir?. Hay que ver lo contradictorios que somos.