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El faro por dentro

El faro por dentro (Menchu Gutiérrez 2010)

Menchu Gutiérrez
Siruela
174 páginas
2010

Menchu Gutiérrez estuvo durante 20 años viviendo en las entrañas de un faro del norte de España. Ahora anda por Cantabria, por Rubalcaba. Es comprensible que siendo ella escritora decidiese plasmar esta experiencia vital en un libro. El faro por dentro, se compone de un relato corto del mismo título, donde la autora dice adiós al faro en su última jornada en el mismo y de un relato más extenso, Basenji.

Siempre me ha parecido que el lucernario es una pantalla de rayos X, y que los relámpagos que tantas veces se proyectan en ella son las radiografías de la tormenta. Ahora, gracias a esa conquista de la memoria, puedo diagnosticar la enfermedad del cielo y predecir su fin.

Basenji es un perro, un oximorón, un perro mudo, estático, como venido de otro mundo.

Basenji parecía una mentira, un desertor de la realidad.

En el faro vive el farero amorrado a su alambique, anestesiando ora su dolor ora su memoria, entre tragos.

El hombre y la herrumbre son en el caso del farero, casi un pleonasmo.

Había algunas piezas de fruta y de verdura echadas a perder, apretadas entre sí y enlazadas por puentes de moho: las pompas fúnebres de la podredumbre.

El farero vive enajenado en su mudo, absorto en sus experimentos, en su estática contemplación, encapsulado en un cuerpo que tiene más de ataúd de loza que de carne trémula.

Esta mañana, volví a llenar la bañera y ver mi cuerpo desnudo deformado bajo el agua. El sexo, tan reducido, el color tan blanco de la piel, las ramificaciones espirituales de las venas… un cuerpo cada vez más parecido al de un ángel. Sólo la cabeza, atormentada por el dolor y guillotinada por la superficie del agua, se mantenía ajena a esa visión de pureza.

El farero va a la ciudad y vuelve siempre al faro con el rabo entre las piernas porque no le gusta discutir. Luego en su guarida, en ese faro, que a mí siempre me ha parecido un submarino vertical y al narrador un iglesia, tiene sueños raros, pesadillas, presagios fúnebres. Observado de frente por algo que lo vigila y siempre bajo la mirada de Basenji, ese perro que aniquila, que mata con su silencio, con sus ojos escrutadores.

No sentía el tacto de la tierra, pero sí el peso de un inminente alud. Durante unos instantes, vi los haces del faro barrer el inhóspito territorio del firmamento, como brazos de compás. La idea de Dios me pareció una linterna.

Tiene que ser un coñazo vivir un faro. Tendría que ser un coñazo un libro escrito sobre alguien que vive en un faro. Pues mira no.

Leyendo a Menchu no encuentro ninguna respuesta, pero no dejo de hacerme preguntas.

Menchu Gutiérrez en devaneos | Viaje de fin de estudios | La tabla de las mareas | La mujer ensimismada | araña, cisne, caballo.

araña, cisne, caballo

araña, cisne, caballo (Menchu Gutiérrez)

Menchu Gutiérrez
2014
Ediciones Siruela
136 páginas

En Ánima Wajdi Mouawad daba la voz a los animales. En cada escena los personajes cedían la voz de la narración a cuantos animales nos podamos imaginar: caballos, perros, monos, palomas, moscas. Todos ellos dialogaban con los humanos, descifrando sus sudores, secreciones, fluidos y flujos corporales.

En araña, cisne, caballo, si nos atenemos al título del libro y a las ilustraciones de la portada (una especie de bestiario), está claro que la cosa va de animales.

Pero Menchu, al contrario que Mouawad, trasciende lo común, lo tópico, lo sensitivo, y va más allá de los códigos que todos asumimos en nuestra relación con los animales que nos rodean, lo cual era más o menos lo que me esperaba de una escritora como Menchu, de la cual el año pasado leí su libro La niebla tres veces (que agrupaba sus tres primeras novelas).

La prosa de Menchu en este libro de relatos me resulta a menudo inasible, críptica, cerrada, pero a su vez de una belleza fúnebre. Una lectura que me perturba, que me desasosiega, que me tiene en vilo, una lectura magnética, cuyos relatos tengo que leer una y otra vez, y tras varias pasadas voy asumiendo el significado (si esto llega a ser posible o es sólo una ilusión de los sentidos), apreciando su cadencia y un ritmo casi musical (un réquiem), sobre todo en los relatos cortos, como (la construcción de la telaraña) uno de mis favoritos.

Los humanos y los animales se confunden y transforman mediante la metamorfosis, donde las uñas se convierten en pezuñas, los pelos en escamas, las heridas en branquias y siempre flota en el ambiente un presagio fúnebre, algo maldito, como (los huevos de la muerte), una placenta que parece incapaz de no crear otra cosa que no sea dolor, desgarro, orfandad, donde todo sucede en el linde, en la frontera, donde la mirada otorga un significado o su contrario donde todos los arquetipos atienden a la unidad, a la de una sola voz, un solo cuerpo, un único espacio, un común final.

Menchu demuestra sus dotes narrativas en el formidable relato que cierra el libro, titulado madre. Un relato que va sumando párrafos sobre los ya construidos, con ligeras variaciones, hasta llegar a la escena final, donde ese ojo que mira por el ojo de la cerradura, va exhumando el significado de su historia, a medida que desaloja la tierra.

Y ahora he dado un paso más en la telaraña, y continúo sin saber si sonrío a la araña o es la araña la que sonríe a mí.

Yo, insecto de mí, he caído en la red de Menchu Gutiérrez, en su telaraña, pegado me he quedado a la subyugante celulosa de su prosa. Inútil es pues resistirse.

La niebla tres veces

La niebla tres veces (Menchu Gutiérrez)

Menchu Gutiérrez
Siruela
2011
262 páginas

La niebla tres veces publicado en 2011 por Siruela agrupa bajo este título las tres primeras novela de Menchu Gutiérrez: Viaje de estudios (1995), La tabla de las mareas (1998) y La mujer ensimismada (2001).

Menchu Gutiérrez vivió durante 20 años en las entrañas de un faro, ejerciendo de farera. Algo (o mucho) tendrá que ver este hecho (ese apartarse del mundanal ruido) con su particular escritura, con su mirada, acostumbrada o atiborrada de horizontes azules infinitos -celestiales y húmedos-. Un territorio, un faro, proclive al silencio ensordecedor. Cuando alguien en esas circunstancias decide crear, coger la pluma y desbastar la blancura virginal de un papel con un cincel de tinta, puede pasar cualquier cosa.

La prosa de Menchu es críptica, plagada de enigmas, de resquicios, es una prosa fangosa, difuminada, brumosa, misteriosa, (o)culta, indeterminada, atemporal, sin escala, ni relieve, donde los personajes (más bien entes corpóreos) se mueven en una realidad inventada, personajes que fluyen de las experiencias, lecturas y sueños de Menchu, que usa las palabras para enmascarar y desenmascarar, mediante un juego de simetrías, pleno de símbolos, recurrente en el manejo de los colores (rojo, blanco y negro en Viajes de estudios. Blanco y negro en La tabla de las mareas), y de las simetrías: la Iglesia blanca y la Iglesia negra, el demonio y la demonia, el hombre joven y la mujer joven, el perro de dos cabezas.

Menchu Gutiérrez

En Viaje de estudios no estamos ante un relato juvenil de unos adolescentes con las hormonas a punto de reventar que se van a Benidorm a practicar balconing. No. Este Viaje de estudios es hermético como un mejillón. El viaje de estudios consiste en ir en un tren, sorteando agujeros negros que los imantan hacia su vórtice, mientras se alojan en distintos monasterios, al tiempo que recuerdan su paso por los orfanatos, y se toman su pastilla por las noches, no sé si para dormir o para dejar de pensar. Contado así parece casi hasta divertido. Si el objetivo de Menchu es llevarnos al borde del delirio, que jugueteemos con la paranoia, que nos probemos una camisa de fuerza para ver si es de nuestra talla, lo consigue, porque estas páginas le dejan a uno los ojos no dilatados, sino con dos tallas de más, porque el caso es que casi sin entender nada (o alucinado al haber entrado en otra dimensión espiritual), el libro te engancha y te dispara el pulso casi hasta la taquicardia, ante una lectura que es como ver mover alguien los labios en la distancia y estrujarte los sentidos tratando de entender algo de lo que quiere decir. Ese juego de simetrías de la autora se cierra en su final con una aleación tan perfecta como necesaria.

En La tabla de las mareas es como si nos halláramos ante un cuento de papel en el que al abrirlo brotase como por arte de magia un escenario tridimensional, con sus dos orillas, sus dos iglesias, sus hombres, mujeres, niños y demonios que andan sobre un espacio atemporal, misterioso, lúgubre, funesto, seminal, podrido, donde sin un manual de instrucciones que nos asista ni guíe nos conformemos con ir moviendo las fichas/personajes sobre el tablero maldito, a nuestra voluntad, sin rumbo ni dirección, sumidos en la perplejidad, sin razón ni esperanza, ante una pesadilla de carne.

El libro lo cierra La mujer ensimismada, el cual y tras haber leído los dos libros anteriores es casi como leer una novela decimonónica, pues aquí la prosa de Menchu ya no es tan críptica, hermética ya que deja paso a la luz, a ciertos convencionalismos que facilitan y mucho su lectura, aunque decir convencional en el caso de Menchu es como jibarizar a Casanova al rol de gigoló.

En este libro tenemos 12 casas. En cada casa una mujer. Cada mujer ensimismada con su labor: cosiendo, cocinando, escribiendo, etc. Y una voz que ve, se desplaza, y cuenta a su manera, en un hibrido entre prosa y poesía que da frutos jugosos y momentos de lectura, ahora sí, significativa.

Después de este tour de force, después de este atracón, creo que ya no voy a leer nada más hasta mañana. Así que me quedo, de momento, en el Limbo.