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La muerte de Iván Ilich

La muerte: un selfie con la nada

Me resulta imposible no tocar la muerte sin recurrir al ensayo Filosofar es aprender a morir (Libro I, Capítulo XX) de Montaigne, que acaba así: Dichosa muerte aquella que no deja tiempo para preparar semejante aparato. El aparato va referido a la cabecera de la cama asediada por médicos y predicadores.
Mucho de esto le sucede a Iván Ilich, protagonista de la novela de Lev Tolstói al que no le faltó una vida acomodada de esplendor y riquezas materiales, que sufrió los sinsabores del matrimonio y gozó de los claroscuros de su progenie. Somos testigos de su auge y de su caída, de cómo mediada la cuarentena la enfermedad lo merma, socava, aniquila y borra, mientras debe lidiar durante unos cuantos meses con un final inmutable que lo pondrá en contra del mundo, al tiempo que se siente tan deseoso como temeroso de quitarse del medio, en la creencia de que su existencia -enferma y doliente- es una carga para sus familiares.

Lo que Iván experimenta, su miedo a morir, en mayor o menor medida, antes o después, es un sentimiento que todos experimentamos con un nudo en la garganta y cierta angustia.
Antes de expirar Iván piensa que “la muerte ya no existe” y así es, porque la muerte no llegamos a experimentarla, a vivirla, llegamos hasta la meta sí, a veces en condiciones calamitosas que acrecientan nuestro miedo o las ganas de partir, pero la muerte la experimentaríamos si pudiéramos volver de ella, cruzar la meta, volver la vista atrás y vernos ir.

No es el caso.

Nórdica libros, 2013, 160 páginas, traducción de Víctor Gallego Ballestero

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Atlas de islas remotas (Judith Schalansky)

Las islas siempre se nos presentan como algo mágico y misterioso, como confesaba Jordi Esteva en la atracción que sintió desde pequeño hacia Socotra, la isla de los genios. Si bien, como indica la autora de libro, Judith Schalansky, en el prefacio, el Paraíso es una isla, el Infierno también. Judith no viaja a ninguna de las cincuenta islas remotas que aquí se dan cita, sino que el suyo es un trabajo de documentación, donde plasmará con mapas y en menos de una página por isla, y con un tamaño de letra muy reducido, datos pintorescos e históricos que nos den cuenta de los distintos usos y fines a los que han sido destinados estas islas, muchas de ellas diminutas, de pocos kilómetros cuadrados de extensión, algunas poco más que un simple atolón, finas líneas de arena sobre el borde del mar y a riesgo inminente de desaparecer. Islas que han servido como centros penitenciarios, como estaciones meteorológicas, como bases militares y que han conocido ensayos nucleares y lo peorcito de la naturaleza humana, en forma de violaciones, asesinatos, reyertas, infanticidios, etc.

Judith llega a la conclusión de que todo está ya descubierto, desvelado, a pesar de que muchas de estas islas que aquí aparecen diseminadas por los océanos están ahora abandonadas, dado que la vida en ellas resulta imposible. El relato, viene a ser un ameno puñado de anécdotas, algunas muy interesantes como la historia de la Isla de la Decepción, cuyo nombre denota el estado de ánimo de unos navegantes, Magallanes y los suyos, que en esa isla de la Polinesia francesa no pudieron paliar ni el hambre ni la sed que acarreaban, y en su estado lo que experimentaron fue una decepción del tamaño de una isla, o bien el de la Isla Howland y la historia de Amelia Earhart, la segunda persona que cruzó volando el atlántico y que desapareció sobrevolando esta isla -mientras intentaba ser la primera en dar la vuelta al mundo en avión, siguiendo la línea del ecuador- sin poder aterrizar, al no poder divisarla desde las alturas, y ya sin combustible fue junto a Fred Noonan rumbo a la nada. Un texto que rompe con la imagen romántica de la isla paradisíaca, pues si a menudo aquello de pueblo pequeño infierno grande resulta a menudo cierto, en una isla de unos pocos kilómetros de largo y ancho, la convivencia puede devenir inhumana.

Alexandre Postel

La ascendencia (Alexandre Postel)

Primera novela que leo de Alexandre Postel (Colombes, 1982). Tiene otra, Un hombre al margen, que le valió el premio Goncourt a la mejor primera novela.

Postel, en La ascendencia, que así se titula la novela, se las apaña para en algo menos de 150 páginas, referirnos por boca de un joven, una historia tan rocambolesca, como absurda, pero al mismo tiempo verosímil, pues siempre encontraremos miles de excusas para no hacer lo correcto. Para contar su historia Postel mezcla suspense, humor negro, un crimen -o varios- algo de sentimentalismo a baja temperatura merced a las relaciones afectivas y efectivas entre un padre extinto y un hijo, y así, sin ningún esfuerzo, te ves leyendo el final.

La prosa de Postel me parece simplona -lo cual le garantizará el éxito-, la historia, curiosa y moderna, si por moderna entendemos, por ejemplo, que el protagonista si quiere saber cómo deshacerse de un cuerpo sin salir de casa, haga una búsqueda en internet.
El estilo de Postel, no sé cual es porque brilla por su ausencia, quizás a resultas de su glacialidad.

Me pregunto qué hubieran hecho Kafka o Poe con unos mimbres similares.

Nórdica libros. 2016. 146 páginas. Traducción de Delfín G. Marcos

Lev Tolstói

¿Cuánta tierra necesita un hombre? (Lev Tolstói)

Nórdica
Traducción de Víctor Gallego
Ilustraciones de Elena Odriozola
2011
66 páginas

Dijo Joyce que este era el mejor relato -escrito por Tolstói en 1886- que había leído nunca (aunque he leído también que para Joyce era el mejor de Tolstói, no el mejor de todos, así que a saber). Exagerando Joyce o no -creo que sí exagera- el relato es espléndido.

Necesita muy pocas palabras Lev Tolstói -en su vis más moralista- para cifrar los anhelos humanos, nuestra codicia, el afán de riquezas, expresado en algo tan terrenal, como el deseo de ser dueño y señor -precisamente- de unas tierras.

Elena Odriozola

Pahom, que ha trabajado duramente toda la vida, no tiene tierras en propiedad, hasta que un día se le presenta la ocasión de hacerse propietario, luego terrateniente. ¿Cuándo parar? ¿Cuánto terreno es suficiente? ¿Dónde acaba la ambición, si es que hay freno?

El relato mantiene y acrecienta la tensión hasta un final memorable y por otra parte esperado.