Luis Landero ha escrito un libro extraordinario: Absolución. No sé como quieren vender este libro los de la editorial, pero no es el típico de auto-ayuda. Yo leo la palabra Felicidad en una solapa o en la faja publicitaria de un libro y me da mal fario. Está claro que Landero tiene las cosas muy claras como para caer tan bajo y despachar un producto de consumo masivo buscando el refugio de términos tan pomposos y hueros al mismo tiempo.
Es imposible y estéril reseñar aquí el alud de asuntos que están presentes directa o indirectamente en esta obra. Además como sucede con cualquier libro que se precie, una cosa es lo que está escrito sobre el papel, que a cada uno le podrá gustar más o menos (a mí la prosa de Landero me extasia) y otra los efectos que esa lectura causan en el lector.
Hay libros que te hacen sentir más inteligente, más fuerte, más limpio, más consciente, más contingente, más frágil, más.. Absolución es esa clase de libros.
El protagonista de la historia es Lino, un treintañero el cual toda su vida ha estado huyendo de todo. Todo le cansa y aburre. Es como el río de Heráclito que siempre es el mismo río, pero siempre diferente. El tedio forma parte de él. Así cuando parece que su corazón encontrará la paz, o el letargo, en el refugio de un inminente matrimonio, Lino fiel a sí mismo y por una causa concreta, debe poner pies en polvorosa, sin rumbo fijo. En ese vagabundeo conocerá personajes deliciosos como Olmedo o Gálvez, dando lugar a situaciones inolvidables, que le permitirán de paso al autor ahondar en temas de rabiosa actualidad como el desuso de ciertas infraestructuras ciclópeas, convertidas en ruinas en apenas pocas décadas, o ese monstruo de cemento que desbasta el territorio creando ciudades de la nada en lugares idílicos, cuyos residentes se verán obligados a interpretar su papel de ufanos residentes: una suerte de felicidad impostada, inoculada y replicada, sin iniciativa.
Además, Landero de cosas tan insignificantes como unos tomates, un huevo duro o el botón de un chaqueta es capaz de articular un discurso, de precipitar el curso de los acontecimientos. Y figuras como la madre y el padre del protagonista, o el Señor Levin, le permiten al autor hacer gala de la ironía, de un humor impecable, sin dejar tampoco fuera de campo, el poder del amor, de la pasión, de esas miradas de fuego, aunque sea imposible, a veces y por eso tan necesario, el amor.
Transcribo un párrafo de los muchos que me han deleitado de esta obra imprescindible de Landero.
«Yo pienso que la vida es algo así como un viaje en metro o en tren donde tú eres el único pasajero y donde van anunciando por los altavoces. << Próxima estación, Escuela Elemental; próxima estación, Primer Amor; próxima estación, Desengaño Amoroso...Y luego vendrán las estaciones Grupo Pascual, Matrimonio, Paternidad, Adulterio, Suicidio, Divorcio, Crimen, Exilio... y así hasta llegar, que a veces llega cuando menos lo esperas, a la estación Hospital, y luego la última de todas, el fin del trayecto, cuyo nombre todos conocemos".
Como el personaje de la deliciosa novela Paradoja del interventor, y quizá porque el mundo es contingente y azaroso, Lino también se ve arrojado al mundo exterior, con una mano delante u otra detrás, para redescubrirlo, en esa encrucijada en el que se mueve el ser humano desde el comienzo de los tiempos, entre destino y libertad, entre la realidad y el deseo, entre las necesidades de huir y el anhelo de permanecer, entre la inmortalidad y el tedio de vivir.
Reseña de Absolución (Imprescindible)
Entrevista a Luis Landero en El País (26-01-2013).