Andrés Ibáñez
Editorial Galaxia Gutenberg
2014
759 páginas
Que esta novela esté inspirada en la serie Perdidos, atraerá a algunos y repelerá a muchos otros. Eso de entrada.
Perdidos me gustó mucho al principio, aunque al final no acabase de verla.
Leyendo las primeras cien páginas, el libro se ciñe mucho a la serie. Un avión que sobrevuela el Pacífico cae al océano, al lado de una isla. Unos mueren, otros sobreviven. Los que sobreviven, esperan ser rescatados. Eso al principio. Luego ven que por allí no pasa nadie a socorrerlos y toca sobrevivir. Los náufragos no están solos. Ya vive gente allí, en la isla, si bien no se sabe muy bien lo que son. Si son fantasmas, espíritus, animales, personas de carne y hueso.
La isla tiene elementos que pueden parecer sobrenaturales: columnas de humo negro, nubes blancas que parecen ovnis, electromagnetismo, ruidos extraños, construcciones abandonadas, bunkers. Todo ello muy misterioso e intrigante. Hasta ahí, durante las cien primeras páginas, me dedico más a buscar similitudes entre el libro y la serie que ha disfrutar de la lectura, y el devenir de los náufragos.
La voz cantante la lleva Juan Barbarín, quien descubre que en el avión viajan muchos de sus amigos de juventud.
A medida que la historia avanza, la serie sigue estando ahí presente (no podemos, por ejemplo, seguir las andanzas de Wade sin pensar en Locke), pero la narración se va ramificando. Cuando los náufragos entienden que quizás nunca salgan de allá, sus perspectivas cambian, sus conductas también.
Poco a poco vamos conociendo las historias de algunos de ellos. Así sin apenas darnos cuenta, y este es uno de los grandes logros del libro, y aquello que evita que esta narración de casi 800 páginas se desmorone, conoceremos la vida de la mexicana Xóchitl, del hikikomori Noburu, de Wade (donde Salinger y Pynchon surgen como personajes, deparando unas páginas tan hilarantes como surrealistas), de Roberto B. (homenaje a Bolaño), del músico Bruckner, de Cristina, etc.
Surgen también las normas que permitan la convivencia, mediante la Ley de Kunze. Niñas y mujeres serán secuestradas. Los hombres buscarán una salida, recorrerán la isla, caerán en manos de unos guerrilleros, que nos deparán páginas de humor explosivo y corrosivo, guerrilleros empeñados en educar políticamente a sus presos y para quienes por ejemplo ¡dormir, es de capitalistas¡
Poco a poco Juan Barbarín, o John Barbarín pasará a convertirse en el personaje central, o lo era desde el principio, convirtiéndose en la isla, en el mundo, en una voz, en una historia que es la Historia, en busca de esa energía o amor que la anime a continuar, a explorar, a no desfallecer, por mucho que todo se le ponga en contra. A esas alturas del relato Barbarín ha perdido ya una pierna y es la ruina que camina, pero es capaz, a pesar de todo, de encaramarse al cráter de un volcán cual cabra montesa y seguir peleando.
Todo el relato es una gigantesca aventura. Todas las historias van de lo mismo, de seres que buscan amor y encuentran dolor, violaciones, vejaciones, mutilaciones, rechazo, deslealtad, incomprensión, abandono, vacío, soledad.
Por mucho que Andrés revista su historia de esoterismo, de reencarnaciones, de musicalidad, de cosas inexplicables y fantásticas, lo que tenemos sobre el papel son seres de carne hueso dolientes, que encuentran el sentido a sus vidas (si acaso existe), o algo parecido al consuelo, en el amor ajeno, en el prójimo.
Leer este libro es toda una aventura, literal. Cuesta entrar, aclimatarse, pero toda vez que entiendes que no hay escapatoria, solo queda seguir leyendo, disfrutando, aprendiendo, asombrarse y deleitarse con lo que Andrés es capaz de fabular para nosotros, sintiéndonos, a ratos, como marionetas, al igual que los personajes dentro de la isla -testigos pasivos de las performances que la Isla pone a su disposición-, obligándonos a disfrutar de la musicalidad de una prosa ingeniosa, fecunda, hilarante, muy potente y pródiga en hallazgos, a detenerme a consultar a menudo la wikipedia, porque este libro quiere ser El Libro, como si todo la humanidad cupiera en el mismo.
Empeño colosal, titánico, !Babarínico! el de Andrés.
No faltan tampoco en el relato paredes verticales, capítulos de difícil acceso, más farragosos, más tediosos, como los dedicados, entre otros, a la categorización, ya sea de las 30 amantes de Barbarín en Oakland (que me recuerda a Coños, de Juan Manuel de Prada), al compendio de toda clase de juegos imaginables, descritos por el Conde Camamarano, o las enseñanzas de la Universidad Blanca.
Pocos escritores (no solo españoles) son capaces de pensar un libro así, muchos menos aún de llevarlo a la práctica. Esta novela obtuvo (muy merecidamente) el año pasado, el Premio nacional de la Crítica.
Quizás dentro de cien años todavía se recuerde este libro, y el mar del Edén siga brillando. Yo de momento ya he metido unos pétalos blancos y rojos de amapola en mi ejemplar, para el futuro.
Hay libros que uno, en términos Borgianos, se enorgullece de haber leído. Este es uno de ellos.