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El estado natural de las cosas (Alejandro Morellón)

Si en un poemario conviene dejar los mejores poemas para el final, en un libro de relatos hemos de proceder igual. Si algo me ha resultado este libro de Alejandro Morellón es descompensado, porque comienza bien, sigue mejor y se da un batacazo monumental con un relato, el último, aburrido de cojones. Y es curioso porque no he logrado empatizar con lo que le sucede al protagonista de dicho relato, a pesar de haber tenido en mi juventud un amigo, al que apodábamos Kinder, que sufrió lo suyo una temporada a consecuencia de un hydrocele.

Sin lugar a dudas lo mejor del libro con diferencia es el relato que da título al libro, El estado natural de las cosas, que por sus dimensiones es casi una nouvelle. No inventa nada Morellón, sino que más bien tira de homenaje, pues lo protagoniza un fulano que un buen día se va al techo de su casa, se invierte su perspectiva y viene a ser un personaje Kafkiano. Morellón ahí hila fino y va gestionando muy bien eso que entendemos por memoria, así que su personaje comienza a recordar, ayudado por su hermano, trayendo de vuelta a su madre; unos recuerdos filiales que no le serán hay que decirlo, de mucha ayuda, pues al pobre, convertido en un insecto humano, le deja la mujer que de paso se lleva al hijo de ambos, y ve como a su padre lo consume la enfermedad. El testimonio es demoledor, aderezado con algo de sexo, primero virtual y luego carnal. El final es muy bueno. Muy gráfico, cojonudo.

Antes de El estado natural de las cosas, hay otros relatos que parecen transitar lo fantástico, si bien lo que hay es una realidad macilenta y personajes que no saben si van o vienen porque todo es una mierda gigantesca. Me gusta el relato del señor que se amputa un brazo a cambio de dinero. Un dinero que le será de poca ayuda y le hará perder -o eso piensa este Cervantes sin Quijote- enteros ante la memoria de su mujer.

Hace un par de meses este libro ganó el IV premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. Dicho queda.
Habrá más Morellón.

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Si te comes un limón sin hacer muecas (Sergi Pàmies)

Los primeros relatos que leo de Sergi Pàmies y presumo que no serán los últimos. Veinte relatos donde Sergi toca todos los palos. Lo hace con una prosa tan de andar por casa que esto de escribir parece sencillo. En los relatos cada palabra cuenta y se corre el riesgo de que el interés del lector se dé a la fuga sin dar explicaciones tanto como que sobrevenga un encogimiento de hombros acompañado de un ¿y? que suceda al final.
Viene bien releer los relatos para exprimirlos hasta la última gota, o palabra, hasta ese final que da la victoria por K.O en unos y a los puntos en otros. Pàmies bebe de los lugares comunes para mofarse de ellos (el trinchante Brindis hará las delicias de los letraheridos), tanto como de la sociedad que nos hemos dado entre todos, y se gasta un humor entre lo paródico y lo absurdo que viene muy bien para cuestionarnos muchas de las cosas que hacemos y decimos, ya sea en el ámbito familiar, laboral…analizando con agudeza y como el que no quiere la cosa la ontología de las relaciones con los demás y con nosotros mismos.

Anagrama. 2006. 136 páginas

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El Yaciyatere (Horacio Quiroga)

Tenía ganas de leer algo de Horacio Quiroga y encontré por casa un libro suyo de relatos, este de El Yaciyatere, de los que regalaban comprando el diario El Sol. La edición es chusca así que leer y nadar en erratas es todo uno. El libro lo componen relatos bastante breves. En ellos la naturaleza se muestra hostil, pero no letal. Ya sean unos vientos horrorosos como El Simún que da título a un relato, las altas o bajas temperaturas o las crecidas del río que no hacen más que complicar la vida de los que viven a los márgenes de los mismos o en poblaciones tropicales como las de los relatos. Me resulta curiosa la manera que tiene Quiroga de narrar, porque en casi todos los relatos hay una voz que narra y su historia se ve desplazada por otras historias que le son referidas al narrador, pasando a ser estas las historias que más peso tendrán luego.
Queda bien plasmado ese ambiente natural, acechante, exuberante y asfixiante que Quiroga también conocía pues frecuentó y habitó la selva, si bien, tampoco les veo a los relatos mucha chispa, mucho recorrido, y si bien la prosa no se hace pesada, el resultado tampoco me parece nada reseñable. Había leído que Quiroga tenía a Poe por maestro, pero en estos relatos no he sentido nada especial, terrorífico, ni significativo en su lectura. Será cuestión de dar con el libro preciso. Este creo que no ha sido la mejor manera de principiarme en el universo quiroguiano.

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Nuestra historia (Pedro Ugarte)

Diez relatos conforman Nuestra Historia por el que Pedro Ugarte (Bilbao, 1963) recibió el XIV Premio Setenil 2017. Premio literario que siempre suscita mi curiosidad, tal que hasta el momento he ido leyendo algunos de los libros premiados en ediciones anteriores: Alberto Méndez (Los girasoles ciegos), Fernando Clemot (Estancos del Chiado), Emilio Gavilanes (Historia secreta del mundo) y Daniel Sánchez Aguilar (Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino).

Estos jugosos relatos beben de lo cotidiano, de lo actual, así el primer relato, Días de mala suerte, nos habla de la crisis, de las ejecuciones hipotecarias, de los encajes de bolillos que debe hacer un pareja con dos críos pequeños para llegar a final de mes, lo cual hace que -paradójicamente- esa austeridad autoimpuesta se convierta en algo saludable para todos los miembros de la familia, que despojados de tanta morralla tecnológica, de tanta extraescolar sinsentido, pasen más tiempos juntos dedicados a actividades que no cuestan un euro pero que les satisfacen igual o más que otras que conllevan un desembolso y que las más de las veces no acarrean retorno emocional alguno. Hay ahí cierta moralina que no me acaba de convencer del todo.

Hoy que muchos de los regalos recibidos son vendidos, por indeseados, acto seguido, en webs como Wallapop, Ebay o similares, el segundo relato, Verónica y los dones plantea el modo en el que algo tan trivial como unos regalos pueden hacer mella en una pareja, cuando él siempre yerra con lo que regala, mientras que ella siempre acierta de pleno, siempre atina con los deseos de los regalados, dándoles aquello que quieren aunque no lo hayan manifestado de forma explícita, merced a su agudo sentido de la observación o a algún don oculto, a saber. Un regalo, un presente, vemos que puede devenir en un no futuro, o en un futuro distinto, ya enlodado, contaminado por el virus del orgullo parejil, por no conseguir estar a la altura.

En Vida de mi padre, me gusta comprobar cómo los padres siempre quieren lo mejor para los hijos y magnifican sus hazañas, intempestivas, al margen del correr del tiempo, una hazaña lingüistica, que siempre volverá en las reuniones familiares, pues ese niño de antaño, y sus proezas, a ojos de su progenitor nunca crecerá, petrificado en aquellos recuerdos de antaño.

En La muerte del servicio tenemos un reencuentro de tres amigos y un título que se explica la final. Sin que el desarrollo me diga nada, hay cierta atmósfera de melancolía, de vinilos que suena trayendo el pasado de vuelta, que acaba cuajando.

Enanos en el jardín, me recuerda el relato Formentera, de Paco Inclán, donde de nuevo una isla les sirve a una pareja, una vez los hijos ubicados en un campamento, disfrutar de una semana insular para ellos dos solos, para ir en busca del tiempo perdido, sustraídos a las obligaciones familiares y las responsabilidades, tiempo vacacional para tirarse a la bartola y quien sabe si a alguien más.

Mi amigo Böhm-Bawerk me parece inverosímil, pero a pesar de todo mantiene cierta coherencia `postrera que resulta hilarante.

El hombre del cartapacio me ha parecido el relato más flojo con diferencia. Muy extenso y con muy poca chicha.

En Para no ser cobarde, me las prometía muy felices viendo por ahí Ayabarrena, una aldea de mi tierra, próxima a Ezcaray, que al final es tan sólo un decorado, no sabemos si propicio o no para que un escritor pueda cumplir su objetivo de sacar adelante su novela. En estos casos siempre me viene en mente el poema de Bukowski, Aire, luz, tiempo y espacio.

Voy a hacer una llamada explica el proceder de estos facilitadores que vemos a menudo en los telediarios calentando las sillas en los juzgados frente a un juez. Gente dada a hacer favores a transformar el mundo con unas cuantas llamadas, removiendo hilos, quitando a unos para poner a otros, pues aunque no lo parezca, al final, esto es un juego de suma cero.

En Opiniones sobre la felicidad asistimos a la posibilidad o más bien imposibilidad de romper con los lazos filiales, de acabar radicalmente con todo lo que no gusta de una madre, de un hermano. Relato donde un niño de corta edad actúa de puente entre dos hermanos enemistados, enfangados en un odio recíproco, pues al final todos vienen de lo mismo, corren caminos distintos pero corren el riesgo de acabar los dos hermanos en la yunta arando su desdicha compartida, atávica, genética.

Páginas de espuma. 2016. 168 páginas.