No hay en la narración de Noll un orden, tampoco una estructura; el texto parece ser fruto de la improvisación. Creo que aquí al leer el lector acaba desleído, pues Noll solapa lo objetivo con lo subjetivo y lo pone en ese punto que está en entre el sueño y la vigilia y no sabremos tampoco si lo que el narrador nos cuenta son recuerdos, algo real o bien imaginado, o si lo ha soñado. Comienza la narración con dos hermanos que van a buscar a su padre al frente de batalla. La guerra es una guerra más; la marca blanca de la destrucción. Noll deja todo en el aire y le imprime a lo narrado un aire cálido de vaguedad; los críos van a buscar a su padre porque el pequeño está enfermo. Y el mayor vivirá experiencias sexuales con adultos y lo considerará un aprendizaje, como si quisiera ser uno más de los providencialistas, para los que no hay que oponer resistencia a las cosas que nos suceden porque todo forma parte de un aprendizaje; aprendizaje que también puede ser doloroso. El narrador a veces desea estar muerto, o mineralizarse o ser un objeto y otras no está nada disconforme con la vida que lleva, que tampoco sabemos muy bien cuál es. Mientras, su flujo de conciencia es espermático, luego pringoso, tal que el lector bien que puede resultar pegoteado. No hay aquí una moral levantando muros sino que todo es campo abierto, y el incesto, la pedofilia y la violación campan a sus anchas, como fruto del referido aprendizaje, y de los impulsos sexuales irrefrenables y experimentadores. El narrador comparte su cuerpo con hombres y mujeres, se refriega con su hermano, el cual también fue poseído por su padre siendo niño, y ahora ya adulto el narrador asimila un trío sexual en el que su compañera de viaje recibe por igual el semen de uno y de otro con la ilusionante idea de que los dos pueden ser padres al alimón. El otro miembro del triángulo es un joven sueco al que el narrador desflora para luego abrasarse ambos en el deseo mutuo. No hay orden y sí desconcierto en lo que Noll nos cuenta, pero ¿cómo poner en palabras el parturiento estado mental cuando todo se atropella en la cabeza y las palabras ven la luz cual coágulos o calostros? Y en su ritmo frenético, ya cuando el protagonista lo mismo está de vigía en un pañol que en un barco, confinado como esclavo sexual de un cincuentón desdentado, para finalmente recalar en Maia, este libro me recuerda, en el frenético no parar, al Cándido o el optimismo, y en su punto escatológico y transgresor a Edén, Edén, Edén. No me pilla de nuevas la lectura de este inclasificable libro de Noll, al haber leído otro suyo, Lord. Y me pregunto lo complicado que tiene que ser verter al castellano, como hace aquí Claudia Solans, la prosa de Noll.
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El arte de volar (Antonio Altarriba * Kim)
El arte de volar es el arte de desaparecer, el de dejar ir la vida cuando esta pesa demasiado. Una vida de noventa años muy cundida. Antonio Altarriba escribe la vida de su padre y Kim (Joaquim Aubert Puigarnau) la ilustra. Una vida situada a comienzos del siglo XX, en 1910, que verá pasar ante sus ojos momentos cumbres de la historia. Pensemos en las dos guerras mundiales y nuestra guerra civil.
Los comienzos a la vida son en un pueblo aragonés, Peñaflor (hoy barrio de Zaragoza), que tiene muy poco que ofrecer a Antonio, que sueña con un mundo más grande, más animado, menos duro e inhóspito que el pueblo que lo estrecha hasta ahogarlo. La huida a la ciudad de Zaragoza tampoco le mostrará su cara más amable, sino trabajos extenuantes y mal pagados. El regreso al pueblo no será el del hijo pródigo y el abrazo, sino el del reproche y el tortazo, bajo aquella férula paternal muy dada a expresar su incuestionable autoridad a través del lenguaje sordo y sangriento de la violencia. Aquellos años en los que mostrar un gesto de cariño era muestra de debilidad.
Luego se cruza la guerra civil y Antonio, como hace el capitán Alegría en uno de los relatos de Los girasoles ciegos, decide cambiar de bando, cesar en el bando de los vencedores (no lo son todavía) y pasar al de los vencidos (no lo son todavía), pues aún quedan tres años de guerra por delante para matarse entre hermanos. La guerra pondrá al lado de Antonio a compañeros valientes y aguerridos, renacidos como él, con los que descubrirá el valor de la camaradería y los ideales de justicia, igualdad y libertad; su fraternidad será sellada con una alianza, un improvisado anillo, la alianza de plomo, los mosqueteros del anarquismo. Verá Antonio cómo en las izquierdas las aguas andan revueltas sin que resulte nada fácil mantener unidas las fuerzas republicanas, anarquistas y comunistas que tratan de luchar codo con codo contra los nacionales. Antonio y sus camaradas son partidarios del Ni Dios, ni Patria, ni amo.
El fin de la guerra supondrá encaminarse hacia el exilio y sufrir las penurias, el frío, el hambre, la muerte ajena en un campo de internamiento francés, junto al mar, en Saint-Cyprien Plage. La vida no obstante lo sostiene y allá, en un pueblo del interior, en una granja, conocerá a una familia francesa, los Boyer, que lo tratará bien y lo querrá; logrará Antonio disfrutar del sexo con Madeleine, de la vida despreocupada. Pero solo será un breve paréntesis, porque hay que seguir huyendo y buscándose la vida, ahora en Marsella, en el mercado negro, acarreando carbón, y poco a poco verá cómo los ideales se van debilitando y el sálvese quien puede será un canto de sirena cuya voz resultará demasiado seductora para muchos.
Regresará Antonio a España y creerá encontrar el buen camino al lado de una mujer que lo quiere y le dará un hijo, pero verá también cómo el peso de la religión es otra losa, cómo el objeto más preciado para su esposa será el crucifijo, cómo el sexo será remplazado por el rezo, cómo aquello no puede durar, pero no hay divorcio todavía en España, y el matrimonio durará, no obstante, demasiado. Y Antonio se irá desmoronando. Antonio habla de suicidio ideológico, porque lo ve y lo sufre cada día: el cambiar de chaqueta para sobrevivir, para medrar, cómo los ideales cada vez valen menos y el desengaño es una mancha negra y grasienta que no deja de impregnarlo.
La puntilla serán los chanchullos de un amigo que supondrá la bancarrota en la fábrica galletera en la que trabaja Antonio y a los sesenta se verá como a los veinte, en la precariedad más absoluta, en el centro del desamparo, con una mujer a la que no quiere y un hijo que ya vuela libre.
El siguiente paso, los últimos quince años, lo conducirá a una residencia de personas mayores, en Lardero, pueblo próximo a Logroño. Hará amistades, pero poco a poco el círculo se irá estrechando y ahí será cuando Antonio, en 2021 vuele finalmente libre, cuando decida suicidarse y logre llevarlo a cabo. Al comienzo del libro leo Mi padre tardó noventa años en caer de la cuarta planta.
Cuando un ser querido muere sentimos la ausencia y pensamos si pudimos hacer más. En el caso de un suicidio ese sentimiento es aún más fuerte. Así lo confiesa el autor al final de la novela, en donde nos habla de la génesis del libro, de la decisión de optar por el cómic (por la novela gráfica), en vez de por una novela, y cómo contó con el compromiso de Kim, el ilustrador.
El resultado del cómic es espléndido. Fue galardonado con el Premio Nacional de Cómic 2010. La novela es una de esas que te las bebes, no puedes dejar de avanzar (son casi doscientas páginas y mucho texto) porque lo que lees y ves es muy interesante, porque es historia viva, porque lo que está ahí plasmado es lo que vivió mi padre y mi abuelo: el campo, la marcha a la ciudad, la guerra, el exilio, el retorno, el franquismo; temas que comparecían en mi primera novela, Muerto de risa, en el personaje de Marcial, un trasunto de mi abuelo Paco.
Manual de inquisidores (António Lobo Antunes)
Manual de inquisidores es la segunda novela que leo de António Lobo Antunes. La primera fue El orden natural de las cosas. El traductor es el mismo en ambas novelas: Mario Merlino. Manual de inquisidores la escribió Antunes en 1987 y fue traducida al castellano en 1996.
La novela se estructura en cinco relatos, seguidos de su correspondiente comentario.
Avanzada la novela vemos cómo las distintas personas que hablan dirigen sus testimonios o peroratas o confesiones o flujos de conciencia, lo que quiera que en definitiva sea, a un tercero, un entrevistador, o arqueólogo histórico, que irá recogiendo estas migajas para que el lector vaya desgranando el período histórico de la dictadura de Salazar, porque el núcleo de la novela es Francisco, ministro de Salazar, ostentador por tanto de un gran poder, capaz de hacer y deshacer, y de someter a sus empleados y a los desafectos al régimen (no faltan pues los calabozos, las torturas, los exilios) el cual recibía en su quinta la visita de Salazar y de su séquito, una quinta que cuando comienza la novela tiene la piscina vacía, las estatuas del jardín rotas, la hierba campando a sus anchas, rompiendo los arriates.
La novela es un continuo vaivén entre el presente y el pasado, que gracias a la habilidad y minuciosidad de Antunes nos permite conocer mejor a todos aquellos que rodearon al ministro: la mujer, el hijo, la amante, la madre de la amante, el chófer… y así mientras unos quieren preservar el poder dejando la moral guardada en la caja fuerte, los que los rodean tratan de servirse del poder y de su impunidad para medrar, como Milá y su madre, para dejar su barrio mísero y ocupar un apartamento en un barrio acomodado con portero, personajes que le sirven a Antunes para hablarnos de la naturaleza humana con todas sus luces y sus sombras, con todas sus convicciones y mezquindades; la manera en la que se gestionan los afectos y desafectos, las pasiones y las rupturas; el modo en el que el paso del tiempo deja a las personas, como el ministro, arrumbadas en una residencia, frente al espejo roto del pasado, con la determinación de decir la verdad, en un momento en el que a la misma le cuesta abrirse paso en la mente ofuscada, en la materia cangrenada, en el cuerpo corrupto.
La prosa de Antunes siempre vívida y rica en detalles y matices se sirve con la potencia acostumbrada, con una sintaxis que leída te subsume en su traqueteo, en las continuas reiteraciones, en el balanceo de la poesía que no eleva sino hunde para ponerte de rodillas y obligarte a prestar atención porque solo hay una bala en la recámara, y cuando lees a Antunes esa bala siempre es para ti.
Sinopse de amor e guerra (Afonso Cruz)
Resulta curioso que la palabra sinopsis figure en el título de un libro y no en la contraportada. Va acompañada de “amor e guerra”. La guerra es la tragedia, el amor es la felicidad. El título sirve para situarnos. Estamos en Berlín, cuando se erige el muro, dejando a cada uno de sus lados a los dos amantes: Theobald y Bluma. Él en la parte occidental y ella en la oriental. La historia se origina mucho tiempo atrás. Ambos se conocen desde niños. De hecho, como una invocación al destino en común, la primera palabra que pronuncie Theobald será Bluma. Luego, según vaya pasando la infancia y la adolescencia, Theobald se irá acercando y distanciando como la órbita de un planeta alrededor del sol (Bluma). Ella es dos años mayor y madura antes, inicia otras relaciones.
Podemos decir que lo que han unido los libros no lo separará la Historia. Porque Theobald, en su mocedad, lee los libros que le gustan a Bluma. Memoriza los poemas que ella lee. Recorrer las lecturas de la mujer amada es para Theobald la manera que tiene de estar lo más cerca posible de ella.
En 1961 la erección del muro los separará. Pero será solo un paréntesis. Theobald iniciará otra relación con Johanna, aunque será solo la sombra desvaída, el tibio reflejo de su verdadero e inaplazable amor.
El contexto histórico determina la historia, pero sin sustanciarse en la narración o romance. Aunque sí se filtra de una manera que parece consustancial a la escritura de Afonso y su amor por los libros (evidente al leer O vício dos livros o Los libros que devoraron a mi padre). A través de la bella historia que nos ofrece, en la que dos combatientes, uno del SPD y otro del KPD: Schneider y Weber, quedan atrapados en un edificio, separados por un muro de libros. Comienzan a hablar, a leer, a intercambiar lecturas y a comentarlas. Se hacen amigos y acaban abriendo tiempo después una librería que llevará el nombre de ambos. La librería pasará más tarde a manos de Walden Thomas, el padre de Theobald, que para el hijo es la figura noble y sabia, pródiga en frases quintaesenciadas que cifran la experiencia acumulada sobre la vida, el amor, la guerra y la enfermedad.
La novela creo que evidencia la buena mano de Afonso para tejer historias vibrantes y bien hiladas, en donde los libros y la literatura tienen una notoria relevancia.
No desvelo el postrero golpe de efecto final, que parece, no obstante, consecuente con todo lo anterior.