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No-cosas

No-cosas (Byung-Chul Han)

Leo No-cosas de Byung-Chul Han y pienso en los años de mi mocedad, cuando trajinaba con el walkman, el discman, el tocadiscos, los casetes, las cintas de vídeo, los vinilos, los libros. Observaba las portadas, copiaba las letras, grababa canciones de la radio, registraba los episodios de Doctor en Alaska o de Aquellos maravillosos años en videocasetes. Llamaba desde las cabinas para conversar. No existían los audios que fragmentan y difieren la “conversación” y que deja de serlo como tal.

Aquellos objetos de mi adolescencia han sido desplazados o se han vuelto innecesarios con el streaming, con aplicaciones como Spotify, o con los libros electrónicos.

Describe muy bien todo esto Byung-Chul Han en su ensayo; cómo las cosas se convierten en no-cosas devoradas por lo virtual, porque la digitalización desmaterializa y descorporeiza el mundo.

Todos aquellos objetos eran un contenedor de nuestra experiencia y de nuestros recuerdos. Recuerdo cuándo compré los vinilos, lo que me deparó su escucha, la ilusión con la que grababa cintas de música de la radio que luego compartía con mis amigos.
Hoy se accede a ficheros, se comparten enlaces, listas de reproducción, se almacenan toneladas de datos de gigas con libros, fotos, discografías completas que van a parar a los discos duros de nuestros ordenadores y quedan ahí, presentes pero al margen, porque nada las ata a nosotros.
Son no-cosas que no sentimos porque no nos pertenecen.

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La Torre (Hugo von Hofmannsthal)

Hugo von Hofmannsthal hizo en La Torre (1927) la versión de La vida es sueño. Es una versión muy particular, y esto lo veremos claramente si leemos previamente la obra de Calderón de la Barca. Ya desde el título hay una diferencia. Aquí el objeto central de la obra es la torre, convertida en cárcel, en imposibilidad, en sueño del que es imposible despertar. El desarrollo guarda algún parecido con la obra original. El rey es Basilio, rey de Polonia. Creyendo en lo que dicen las estrellas tiene a su hijo Segismundo encerrado, evitando así que lo mate. El mundo se filtra a través de Julián y Antonio, ayo y criado. Basilio decide dar una oportunidad a su hijo, llevarlo a palacio narcotizado, y comprobar que su hijo es una bestia salvaje ¿qué esperaba, si este no ha recibido nunca amor?

Aquí no hay apenas personajes femeninos, y ni Estrella ni Rosaura. Ni objeto de deseo ni figura maternal, sino una sombra espesa, viscosa, capaz de devorarlo y devolverlo al anonimato. Las algaradas populares quieren deponer a Basilio y aupar en el trono a Segismundo, el cual no está para estas luchas intestinas.

Si en la obra de Calderón el final era un final feliz al uso, con Segismundo perdonando a su padre y encontrando esposa, aquí Hugo von Hofmannsthal, mata a Segismundo, para el cual no existe la promesa de un porvenir sino el aciago devenir de la muerte, sin haber conocido otra cosa que oscuridad y silencio. No importa que aquí la vida sea un sueño o no, porque para este Segismundo no ha habido vida, ni vivida ni soñada.

Dad testimonio de que he estado aquí, aunque nadie me ha conocido, concluye Segismundo.

La Torre
Hugo von Hofmannsthal
Ápeiron Ediciones
Traducción y edición de Roberto Vivero
Año de publicación: 2023
138 páginas

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Una conversación con Enrique Gallud Jardiel (Roberto Vivero)

No sé si me equivoco al decir que Enrique Gallud Jardiel es el autor español vivo más prolífico, con más de 300 libros publicados. En un apéndice al final del libro hay un catálogo ordenado temáticamente (filosofía y religión, filología, narrativa, teatro, cine, historia, lexicografía, autoayuda, ediciones, y traducciones) de los libros publicados por Enrique entre 1983 y 2023.
Hace casi una década que leí Historia estúpida de la literatura de Enrique y me gustó mucho.

El libro es una sustanciosa conversación entre dos escritores, Enrique Gallud y Roberto Vivero. Las preguntas son extensas, y las respuestas también. Sobre las respuestas hay nuevas preguntas o bien asintiendo o discrepando de lo afirmado por Enrique. No se trata de sentar cátedra aquí sobre ninguno de los temas tratados (que tienen que ver con el humor, la creación con palabras, la lectura, la zarzuela, o la India, entre otros muchos temas), sino de avivar nuestra pensamiento y espíritu critico.

Lo idóneo es leerse la conversación. Son 73 páginas, no obstante, a continuación reproduzco algunas palabras de Enrique que me han hecho reflexionar.

En lo referente a la dificultad de escribir algo dramático cómico, las razones se entienden bien. Lo dramático pide cercanía, empatía, Así, si cuentas que que el lector se meta en la piel del personaje. el niño cruzó la calle y el camión lo aplastó y lo mató, todo el mundo se conmueve aunque lo cuentes muy mal: aunque te repitas, aunque construyas mal las frases y elijas mal las palabras, aunque tu prosa sea infame. Y eso, porque la gente se centra en el qué y no en el cómo. De ahí el éxito de tantos escritores dramáticos que escribían de pena. Ahora bien: prueba a contar mal un chiste, a cambiar las partes de lugar, a repetirte o a no elegir bien las palabras y conseguirás que pierda toda su gracia.

Si hubiera dedicado demasiado tiempo a pensar cómo se escriben los libros, no podría haber escrito ninguno. Así es que tendré que analizar a posteriori por qué y cómo hago lo que hago.

Las escuelas de escritura no pueden enseñarte cómo escribir, sólo cómo no escribir, lo cual es imprescindible, pero nunca suficiente.

En gustos literarios, como en todo, soy especie única, que diría Unamuno. Soy individualista, porque los seres humanos debemos serlo, porque de la misma manera que los otros no puede respirar por nosotros ni hacer la digestión por nosotros, no deben pensar ni elegir por nosotros.

Cuando me consideran como escritor, decir que me parezco a otro es un insulto, aunque nadie parezca darse cuenta de ello.

Escribo para escribir, porque el proceso (pensar cómo hacer el libro, estructurarlo, tomar notas, redactarlo, corregirlo luego) me encanta per se y aparte de otras consideraciones de prestigio o crematístico.

El Estado no tiene obligación de cambiar el gusto de la gente, pero sí de conservar el patrimonio cultural del país.

En general, los actores españoles de teatro no saben pronunciar. Los de televisión y cine, menos aún. Mucha gente me confiesa que ve las series españolas poniendo los subtítulos para enterarse de algo.

Ahora, cualquiera sienta cátedra y cualquier influencer, sin hacer nada, tiene miles de seguidores. Con ello, la calidad, la meritocracia, la creatividad mueren.

Antonio Machado gusta porque es facilito, porque se le entiende sin tener que hacer esfuerzo, porque eso de esforzarse para leer no se lleva. De ahí el olvido en que está Góngora.

Queda por comentar la figura del pícaro, del gracioso, que superaba a su amo en ingenio y recursos, adquiriendo cada vez más importancia. El teatro cómico de finales del XIX y principios del xx incorporó su actualización, su modernización en el personaje del «fresco» un hombre sin recursos que salía adelante a base de simpatía, de engaños y de venderles la Giralda a los turistas ingleses. Era un carácter muy divertido que existía de veras y que reflejaba una España pobre que agudizaba el ingenio de los desposeídos. La España del bienestar, por el contrario, crea unas generaciones de conformistas de ínfimo nivel mental, completa falta de criterio y personalidad, y que realmente tienen poco que ofrecer.

Y el libro se cierra con unas palabras muy interesantes de Enrique sobre la India, un país que le ha regalado mucho a nivel intelectual, espiritual, social, cultural y personal. Asimismo explica por qué considera el sanscrito como la lengua más perfecta. Como resultado los upanishads, a las que considera las obras más importantes que se hayan escrito jamás: ni más ni menos.

El sombrero de tres picos

El sombrero de tres picos (Pedro Antonio de Alarcón)

Escrita en 1874 por Pedro Antonio de Alarcón, pero ambientada en 1800, durante el reinado de Carlos IV, en una localidad andaluza, la pareja formada por un molinero murciano y una molinera navarra, deben arrostrar una situación límite que pondrá en riesgo la virtud de ella, cuando el corregidor, uno de los muchos hombres que beben los vientos por la navarra, llamada Frasquita, quiere recibir sus favores sexuales, urdiendo para ello con ánimo mefistofélico un plan según el cual ella cedería su virtud a cambio del nombramiento de su sobrino, y la hábil narración abunda en intrigas, pues este posible comercio carnal pondrá al molinero, de nombre Lucas, en el disparadero, capaz de llevar a cabo una puertourracada, de llevarse por delante al corregidor y a Frasquita cuando después de haber sacado a Lucas de su domicilio con malas artes y lograr escapar más tarde de su cautiverio, al volver al hogar, vea el nombramiento del sobrino en la mesa, la chimenea encendida, al corregidor en su cama visto en escorzo, y con estos detalles y como los sentidos a menudo nos engañan, su mente no sea capaz de proporcionar más información que un relato que no es capaz de concebir: que Frasquita ha salido en su búsqueda, inmaculada en su virtud y que cuando en el campo se crucen no se reconozcan, como sí hacen sus burras, y al final todo quede arreglado y compuesto, sin derramamientos de sangre, en una historia que describe primorosamente a los personajes, y asimismo la época, cuestionando la moral vigente, el poder y aquello del sexo débil, que de débil como se ve nada tenía.