En su día comenté lo deslumbrante que me pareció el debut de Javier Pérez Andujar (1965) con su novela Los príncipes valientes. Luego de haber publicado Todo lo que se llevó el diablo, en 2011 publicaría Paseos con mi madre, donde el autor retoma la historia autobiográfica donde acababa Los príncipes valientes. Quien haya leído esa obra, sabrá de la presencia del Rio Besòs, de cómo es la vida en esas zonas del extrarradio o periferia de las grandes ciudades, en este caso Barcelona.
Javier ya no es niño, ha franqueado la adolescencia, camino de la edad adulta, pero sigue buscando algo en la literatura: un refugio, un bálsamo, un arma, razones, motivos y necesita los libros como el que necesita una transfusión de sangre para seguir chutando, respirando viviendo. Y seguirá dejándose las púpilas frente a ese mundo de las letras, dejando los cómics para irse a la poesía, al siglo de Oro, para estudiar en la Universidad una filología Hispánica, para entrar luego a trabajar en Ajoblanco y poder publicar allí sus cosas, como haría luego en El País.
Esa autobiografía, que se remonta a los años de la adolescencia, años de Instituto se prolonga hasta el momento presente, y como leemos en la novela, Javier decide contarlo todo junto y a la vez, sin importar el tiempo, mezclando pasado y presente y la cosa funciona porque ese contraste permite al autor hacer juicios, jugar a las siete diferencias, y ver como han envejecido con el tiempo conceptos y organismos como Democracia, Sindicatos, Partidos políticos..
Javier deja muy claro lo difícil que es pertenecer a la Ciudad de Condal, conformada esta como una sociedad de clases, imposible para un inmigrante de padres andaluces a quien le azuzan los policías con sus preguntas acerca de qué hace este en Barcelona cuando pulula por allá, como si la ciudad perteneciese a las Fuerzas del Orden y no a quien se la patea.
A su vez Javier demuestra su anhelo por fluir por no solidficarse y pertenecer a algo en concreto, sino por dejarse abrazar antes por los libros que por las banderas, partidos o ideologías, por pertenecer a una voz más que a un idioma y del brazo de su madre vuelve cuando puede a su barrio, a las vías, a las chimeneas abandonadas, a los barrios poblados de inmigrantes extranjeros, hacinados, de esa multiculturalidad propia de la pobreza y yo leeré este libro no en un autobús o en el metro sino en un bar, tomando una caña, comiendo tortilla de patatas con pimiento verde y perrechicos y lo haré rodeado de gente, con el televisor al fondo del bar sintonizado en La Primera pero sin voz, con los parroquianos en la barra hablando de fútbol y de la crisis, con la música sonando lo suficientemente baja como para no colisionar con lo leído, mientras me empapo de literatura y me doy un baño de vida, y me emociono con la prosa de Javier Pérez Andujar, que tiene la gran virtud de remover cositas ahí dentro, bajo la piel, porque a mí también me pasa como a Javier, que yo no leo para entender lo que dicen los autores, sino para entender a través de ellos.