La máquina de Joseph Walser es la segunda parte -después de Un hombre: Klaus Klump– de la tetralogía de los libros negros de Gonçalo M. Tavares, con traducción de Rita da Sosa. El escenario es el mismo, una ciudad europea, a finales de siglo (posiblemente el XIX), donde estalla una guerra, que finalizará a la vez que la narración. Si en la anterior novela se vivía más la guerra, con el avance de los tanques, las violaciones, los fusilamientos, las detenciones –como la del preso Klaus- la figura de los resistentes, militares asesinados, y como telón de fondo la industria de Leo Vast, aquí vivimos la situación desde otra perspectiva, la de Joseph Walser, empleado de una fábrica de Leo Vast, a cargo de una máquina con la que forma un todo indisoluble, sin poder establecer dónde acaba uno y empieza la otra. Una máquina que es su sustento económico. Aunque como le anuncia Klober, su capataz, lejos de ser la panacea, se corre el riesgo con tanta máquina de que el futuro se convierta en algo redundante, a falta de expectativas, lucha o presentimientos:
Todo es tan estúpidamente previsible en estas máquinas que se vuelve sorprendente; es el gran asombro del siglo, la gran sorpresa: logramos hacer que ocurra exactamente lo que queremos que ocurra. Hemos convertido el futuro en algo redundante, y aquí yace el peligro.
Si la felicidad individual depende de estos mecanismos y se hace también previsible, la existencia será redundante e innecesaria: no habrá expectativas, lucha ni presentimientos. Se habla de máquinas de guerra, pero ninguna máquina es pacífica, Walser.
La guerra presente es capaz de anular al individuo, de disolverlo en una colectividad, dueña de una memoria colectiva, que nunca es tal, pues cada individuo tiene sus propias historias, sus propios recuerdos, afirma Klober.
Si un colectivo de personas tuviese exactamente los mismos recuerdos no sería un colectivo sino una única existencia. Hablar, pues, de la memoria común de un pueblo era un enorme disparate, pero, al mismo tiempo, una excelente estrategia de la patria.
Walser es un tipo gris, anodino, que sitúa en el centro de su existencia una habitación secreta en su hogar, aquella en la que deposita las piezas que colecciona y que sustrae en cualquier parte. A Walser la guerra no le afecta. No participa en ella. Los efectos de la misma a él y a su mujer le traen sin cuidado. Se pone de perfil y solo se endereza, por ejemplo, cuando al ver un cadáver tirado en la calle, busca la manera de sustraerle la hebilla del cinturón, de alimentar su mundo propio, su búnker, sin perder nunca su ce(n)tro de gravedad.
El mundo de Walser se agrieta, no con la guerra, sino con algo menos dramático –para el resto, no para él- la pérdida de un dedo en la máquina. Esa pérdida no es solo la de una falange, pues a partir de entonces se siente descolocado sobre la faz de la tierra, apartado de su máquina; la falta de un apéndice que le impide pensar como antes, que dinamita sus potencialidades y que sin tratarse del dedo sexual, cuando mantenga un affaire con otra mujer que no es su esposa, aquel dedo (la falta del mismo) vendrá –paradójicamente- a joderlo todo.
Klober dice admirarlo, ve en Walser a ese hombre que se repliega, que se esconde, que pasa tan desapercibido que consigue no ser odiado por nadie. Que sobrevive a la guerra (!Usted, merece vivir!, le dice Klober, no sabemos sin con cierta retranca), y a la falta de intensidad del período postbélico, Klober tratará de animar la cosa, poniendo un revólver sobre la mesa, unas balas, unos dados. La suerte está echada, sin que sepamos de lado de quien.
Es La máquina de Joseph Walser un libro que hay que leer lapicero en ristre. Tavares reflexiona agudamente sobre la relación entre el individuo y la colectividad, la ciencia individual y la colectiva, la tecnología que lejos de liberar al hombre lo diluye en la nada, la naturaleza de la conciencia colectiva y lo hace con rigor y con una espesura, densidad y consistencia, nada aparente.
El reino (Gonçalo M. Tavares). Seix Barral. 2018. 744 páginas. Prólogo de Enrique Vila-Matas. Traducción de Rita da Costa.
Un hombre: Klaus Klump
La máquina de Joseph Walser
Jerusalén
Aprender a rezar en la era de la técnica