La herida de abril de Vincenzo Consolo (publicado en Italia en 1963) no se había traducido al castellano hasta este año, gracias a la Editorial Traspiés. Comenta el traductor Miguel A. Cuevas las dificultades que tuvo en la traducción, dada la complejidad del texto, habida cuenta de que más que de un traducción se trata de un desciframiento. Lo que se gana en claridad se pierde en hondura, nos dice en la introducción.
Vincenzo Consolo opta por la elusión, y a mí, que este tipo de novelas en las que uno debe rellenar con su imaginación las lagunas existentes, no me apasionan, hace que la lectura de La herida de abril se haya quedado en un mero arañazo, una lectura más, que no me dejará secuelas.
La historia transcurre en Sicilia, en un pueblo costero, con el Etna como una presencia ineludible, que vomita lava y lo arrasa a todo para generar vida de nuevo. El narrador tiene esa edad en la que todo es un descubrimiento, pero que resulta a su vez muy contenido, espartano, anodino, y lastrado, porque el joven ni se emborracha, ni se va de farra, ni se corre juergas con mujeres, ya que la película de su vida se proyecta en el faldón negro de los curas que les dan clase, y la religión se convierte en el pan suyo de cada día, porque todo son crucifijos y oraciones y vírgenes, y castigos y sacrificios, todo muy severo y muy rancio y muy coñazo.
El joven ha perdido a su padre y ahora su tío vive con ellos, y su madre ha recuperado así su sonrisa, y atiza fuera del hogar un calor de mil demonios, y todo está reseco, y las comidas son densas y especiadas y el sirocco hace que la gente busque un refresco refregándose en los azulejos del suelo y el país, Italia, sale de La Segunda Guerra Mundial sumida en la pobreza y abocada a la Repúbllica, de las fauces del fascismo, tan desorientados los sicilianos que hasta vieron factible convertirse en una colonia gringa cuando aparecieron por allí los americanos y los raqueros van playa arriba playa abajo buscando algo y la miseria se palpa en las páginas y los jóvenes escapan, aunque sean debajo de un hábito, para ganarse la vida como buenamente puedan en otro sitio.
Entre lo que el autor nos elude, lo que se nos cuenta (y no he pillado, aunque se agradecen las 45 notas) y lo comedido que resulta, a duras penas lograré recordar algo de este libro dentro de una semanas, aunque eso nunca se sabe, porque a menudo es más díficil olvidar algo a posta que recordar lo deseado.