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Gerona (Benito Pérez Galdós)

Escrita en junio de 1874, Gerona, de Benito Pérez Galdós, es el séptimo episodio nacional de la primera serie de la Guerra de la Independencia, guerra que enfrentó a España y Francia.

Como comentaba en Zaragoza, el anterior episodio nacional, Benito hablaba de las limitaciones que suponía la técnica narrativa de la autobiografía. No se puede estar en distintos lugares a la vez. De esta manera, aquí, el testigo de la narración lo cede Gabriel a Andrés Marijuán, soldado al que conoce cuando ambos se encuentran camino de Cádiz. Antes de llegar a Gadir, Andrés le referirá durante dos noches su periplo en la ciudad de Gerona, el asedio sufrido en dicha ciudad durante siete meses, de mayo a diciembre de 1809, por las tropas francesas.

Testimonio que como Gabriel nos comenta será literaturizado puliendo éste el estilo del tosco Andrés. No olvidemos que cuando Gabriel escribe estas crónicas supera ya los 80 años, y como afirma, alguna cosa habrá aprendido. Su buen hacer con la pluma es notorio.

Como es habitual en Galdós, con gran verosimilitud, nos hace sentir en Gerona, en carne propia los rigores de un asedio, trufando la narración de situaciones límite.

Se ve bien la pugna entre las exigencias del instinto de supervivencia y el tesón por mantener la dignidad y la decencia. Viéndose el circunstante en la tesitura de cruzar o no ciertos límites, que de hacerlo lo deshumanizarían y degradarían.

Cuando los franceses deciden asediar Gerona y esperan a que sea el hambre el que acabe derrotando a los españoles y haciendo que estos capitulen y a medida que escasean los víveres, dado que nadie puede entrar y salir de la ciudad, cuando no haya alimento alguno, después de haber despachado gatos, pájaros, ratones, incluso tras haber engañado al estómago cociendo cuero, friendo corcho, cuando ya no quede nada comestible que llevarse a la boca, finalmente la ciudad capitulará, tras haber caído enfermo el gobernador de la misma, el defensor de Gerona, don Mariano Álvarez, antes de lo lo cual, un médico, don Pablo Nomdedeu, desesperado ante el hambre de su hija Josefina (encamada y sin poder articular palabra, a resultas de los cañonazos y belicosidades previas), se verá impelido incluso a realizar actos de canibalismo que afortunadamente no llegarán a consumarse, librando así el pellejo tanto Siseta, con quién Andrés anda en tráfico amoroso, como sus hermanos pequeños, Manelet y Badoret, en cuyo porvenir se afana Andrés.

Al contrario de lo que sucedía en Zaragoza donde casi toda la narración se desarrollaba en las calles y primaba lo bélico, en Gerona, Benito centra su atención en lo doméstico, en las pasiones y zozobras humanas, exponiendo cómo el proceder humano se puede desbaratar en situaciones que lo superan y desbordan, como también sucedía en Trafalgar a cuenta de un naufragio.

Finalmente, una vez que Gerona capitule, Andrés y otros cuántos soldados serán detenidos y enviados a Francia, y entre ellos irá don Mariano, cuyo maltrato le permitirá a Andrés darle un repasito oral a Napoleón y a los suyos que no dejan de ser para éste más que una panda de bergantes sin escrúpulos, que incumplen los tratados, saquean los países y cuya codicia y soberbia serán su perdición, como se verá:

Los malvados en grande escala que han tenido la suerte o la desgracia de que todo un continente se envilezca arrojándose a sus pies, llegan a creer que están por encima de las leyes morales, reguladoras según su criterio, tan sólo de las menudencias de la vida. Por esta causa se atreven tranquilamente y sin que su empedernido corazón palpite con zozobra, a violar las leyes morales, ateniéndose para ello a las mil fútiles y movedizas reglas que ellos mismos dictaron llamándolas razones de estado, intereses de esta o de la otra nación; y a veces si se les deja, sobre el vano eje de su capricho o de sus pasiones hacen mover y voltear a pueblos inocentes, a millares de individuos que no quieren sino el bien. Verdad es que parte de la responsabilidad corresponde al mundo, por permitir que media docena de hombres o uno solo jueguen con él a la pelota.
Desarrollados en proporciones colosales los vicios y los crímenes, se desfiguran en tales términos que no se les conoce; el historiador se emboba engañado por la grandeza óptica de lo que en realidad es pequeño, y aplaude y admira un delito tan sólo porque es perpetrado en la extensión de todo un hemisferio. La excesiva magnitud estorba a la observación lo mismo que el achicamiento que hace perder el objeto en las nieblas de lo invisible. Digo esto, porque a mi juicio, Napoleón I y su efímero imperio, salvo el inmenso genio militar, se diferencian de los bandoleros y asesinos que han pululado por el mundo cuando faltaba policía, tan sólo en la magnitud. Invadir las naciones, saquearlas, apropiárselas, quebrantar los tratados, engañar al mundo entero, a reyes y a pueblos, no tener más ley que el capricho y sostenerse en constante rebelión contra la humanidad entera, es elevar al máximum de desarrollo el mismo sistema de nuestros famosos caballistas. Ciertas voces no tienen en ningún lenguaje la extensión que debieran, y si despojar a un viajante de su pañuelo se llama robo, para expresar la tala de una comarca, la expropiación forzosa de un pueblo entero, los idiomas tienen pérfidas voces y frases con que se llenan la boca los diplomáticos y los conquistadores, pues nadie se avergüenza de nombrar los grandiosos planes continentales, la absorción de unos pueblos por otros… etc. Para evitar esto debiera existir (no reírse) una policía de las naciones, corporación en verdad algo difícil de montar; pero entre tanto tenemos a la Providencia, que al fin y al cabo sabe poner a la sombra a los merodeadores en grande escala, devolviendo a sus dueños los objetos perdidos, y restableciendo el imperio moral, que nunca está por tierra largo tiempo.

Despachada la crónica de Andrés, la narración tornará a Gabriel, y una vez en Cádiz, curiosamente, se volverá a encontrar por aquellas cosas del destino con Amaranta quien lo pondrá otra vez a su servicio, y la cual le informará de que Inés está en Cádiz. La novela acaba en los albores de un reencuentro, entre los jóvenes enamorados, que se nos hurta. Habré pues de proseguir avanzando en la lectura de estos episodios nacionales galdosianos con la vista puesta en Cádiz, la siguiente lectura.

El mejor homenaje, si no el único, que se le puede hacer a un escritor es leerlo. Mi objetivo para el 2020 es acometer la lectura de los Episodios nacionales de Galdós. En ello ando inmerso. Siete episodios leídos, por ahora.

Benito Pérez Galdós
Episodios Nacionales
Primera Serie: La guerra de la Independencia

1- Trafalgar
2- La corte de Carlos IV
3- El 19 de marzo y el 2 de mayo
4- Bailén
5- Napoleón en Chamartín
6- Zaragoza
7- Gerona

1540-1-1

Cuentos españoles del Siglo XIX

Libro publicado por Anaya pensado para alumnos de la E.S.O y Bachillerato, (con resúmenes y notas de lectura) Cuentos españoles del siglo XIX, en edición a cargo de Juan Carlos Fernández Serrato y con ilustraciones de Beatriz Martín Vidal que recoge los 15 relatos abajo citados, de distintos escritores, algunos de los cuales aparecen por partida doble como en el caso de Emilia Pardo Bazán o Leopoldo Alas Clarín.

El café (Mariano José de Larra), El pastor Clasiquino (José de Espronceda), Pulpete y Balbeja (Serafín Estébanez Calderón), La cruz del diablo (Gustavo Adolfo Bécquer), La Hija del Sol (Fernán Caballero), La mujer alta (Pedro Antonio de Alarcón), La leva (José María de Pereda), ¡Adiós, Cordera! (Leopoldo Alas Clarín), La rosa de oro (Leopoldo Alas Clarín), En tranvía (Emilia Pardo Bazán), El contador (Emilia Pardo Bazán) , ¿Dónde está mi cabeza? (Benito Pérez Galdós), El maestro Raimundico (Juan Valera), Golpe doble (Vicente Blasco Ibáñez), La Niña Chole (Ramón María del Valle-Inclán).

Es muy interesante ver cómo autores españoles del siglo XIX de obras como Fortunata y Jacinta, La Regenta, La araña negra, Los Pazos de Ulloa, Peñas arriba, La lámpara maravillosa, etc, se miden en las distancias cortas, con óptimos resultados, ofreciendo al lector joven y adulto un género tan heterogéneo como godible; relatos que se interesan por la cuestión social, como En tranvía de Bazán, plasmando muy bien la tensión entre las clases acomodadas del Barrio de Salamanca madrileño y las clases populares, encarnadas en una mujer sin dinero suficiente para pagar el billete, quien recurre a la limosna ajena, librando así los benefactores de su vista aquello que no quieren, en esencia, padecer ni contemplar. Relato conmovedor en el que Bazán, incide en la situación femenina, en la de la mujer maltratada y abandonada por su marido, abandonándola a su suerte (infausta) con un hijo recién nacido y además ciego; o ¡Adiós Cordera!, donde se da la voz al campesino, y a una vaca, La Cordera del título, donde la naturaleza no es algo tan bonancible como leemos en las Geórgicas Virgilianas (aquí hay caciques), y donde el progreso se filtra en el relato en forma de hilos de telégrafos, locomotoras, guerras fratricidas, un mundo desconocido y hostil, poblado de glotones que ansían devorar carne, como la de su Cordera; hay relatos exóticos, sensuales, voluptuosos como La Niña Chole de Valle-Inclán, que por su extensión bien podría ser una nouvelle y uno de los mejores relatos del libro, en mi opinión. Prima el misterio y el suspense en otros relatos, como en Golpe doble de Blasco Ibáñez, en donde vemos lo que alguien es capaz de hacer para que no le quiten el magro pan suyo de cada día, aquel que le da de comer a él y a su familia. Larra en El café fía su mirada al observador que ve, registra, especula y juzga, observaciones que operan aquí como materia prima de su escritura, la que le ofrece la realidad mostrenca circundante. Pulpete y Balbeja apuestan por el costumbrismo y se agradecen las notas al pie, habida cuenta de la jerga que manejan los protagonistas del relato. Otro tanto sucede con La leva de José María Pereda, relato del que Menéndez Pelayo afirmó «desde Cervan­tes acá no se ha hecho ni remotamente un cuadro de costumbres por el estilo». Galdós que escribió apenas 20 relatos y más de la mitad fueron fantásticos, se destapa aquí con ¿Dónde está mi cabeza?, que se cierra dejando la interpretación al albur del lector, como sucede a su vez en La mujer alta de Pedro Alarcón. En otros se abunda en el tono moralizante como La flor de oro de Clarín, donde se cree que una buena acción (aunque sea postrera y a destiempo) es capaz de redimirnos. Otros se basan en hechos reales, en la tradición oral, como La Hija del Sol de Cecilia Böhl de Faber y Larrea (escrito bajo el nombre de Fernán Caballero). Muy interesante es el otro relato de Pardo Bazán, El contador, que cifra a la perfección el “tempus fugit”, la conciencia de que todo pasa, y que no vale la pena entregarse a la desazón ni al malestar producido por unas cartas inopinadamente encontradas, cuando la carne (siempre en descomposición) va camino de la nada de la que se viene y a la que se va, sofocando así la rabia primera, en beneficio de todos ellos (aludidos e infractores).

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El Horla (Guy de Maupassant)

El insoslayable ensayo de Alberto Savinio, Maupassant y “el otro”, me hizo querer leer El Horla, relato, o novela corta, que según Savinio estaba al nivel de los relatos fantásticos de Poe. Muy sustancioso es este libro editado por Cátedra que reúne El Horla (su segunda versión) y otros relatos de Maupassant, con edición y traducción de Isabel Veloso, donde ésta reivindica la figura vilipendiada de Maupassant, pues escritores como Savinio lo despachaban sin muchos miramientos, pues decía éste que la obra de Maupassant le resultaba banal y superficial, muy lejos de la obra, por ejemplo de Proust, mucho más intelectual. Maupassant, menos intelectual y más sensorial, sensitivo y voluptuoso (precursor incluso del futuro surrealismo, según Veloso), no podía competir con Zola, Flaubert, Poe o Hoffmann, y lo consideraban un segundón, lo que no le impedía ser un escritor muy leído y apreciado por el público, aunque ciertos estamentos no encajaran bien sus críticas hacia la religión, el sinsentido de las guerras, siempre devastadoras, capaces de sacar lo peor de uno mismo (en relatos como La loca o Madre Sauvage), o ciertos ramalazos antisemitas. Además Maupassant no se casaba con ninguna causa, secta, o partido político, era un espíritu libre y pendenciero, a quien su sexualidad desbocada e impetuosa le hiciera contraer la sífilis, afectando a su nervio óptico y después a su cerebro, abocándolo a la locura, de la que se liberó suicidándose, en 1893 a la edad de 43 años.

Antes de morir Maupassant experimentó la locura y la presencia en su Yo de ese Otro que lo ocupaba. El Otro toma en la novela de Maupassant el nombre del El Horla, y en un lapso de unos pocos meses vemos como un hombre que vive solo va anotando en su diario el desmoronamiento que va sufriendo, a medida que la ocurrencia de ciertos sucesos extraños, agravados por la soledad, lo angustian y atemorizan; temores de andar por casa, como no ver su reflejo en un espejo, el tallo de una flor que se rompe de cuajo sin motivo aparente, la sensación de que alguien le sigue al salir a pasear por un bosque (lo que convierte la naturaleza en algo amenazante) y algo aún más terrorífico como es el miedo a perder la razón y ser consciente de que se va perdiendo, con experiencias como el hipnotismo, donde uno puede perder el control de sí mismo, para convertirse en un títere de otro.

El narrador, al que Maupassant da su voz cuando confiesa sus temores y desvelos, tiene la sensación de que su vida se le va de las manos y que El Horla (novela hoy muy prestigiada, de alargada sombra y que se cita por ejemplo en El ala izquierda de Cartarescu) es invencible, que no hay forma de librarse de él. Sí, hay una, aquella que solucionaría su problema, resolución radical que queda flotando en el ambiente, que Maupassant consumaría seis años después de escribir esta fantástica y pavorosa novela.

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Las ilusiones perdidas (Honoré de Balzac)

Esta novela de Honoré de Balzac (1799-1850), que llevaba tiempo deseando leer, me ha causado muy buena impresión.

Las ilusiones perdidas, que agrupa tres novelas escritas entre 1835 y 1843 y forman parte de la Comedia Humana (compuesta por 87 novelas) -en el apartado de Escenas de la vida en provincias– es mucho más que un folletin de manual.

Lucien, su personaje principal, es una creación memorable. Balzac muestra con todo lujo de detalles lo que le supone a un poeta de provincias trasladarse de Angulema a París, la ciudad que puede encumbrar al poeta o bien destrozarlo de un día para otro. Allí irá Lucien, detrás de Louise de Nègrepelisse, mujer casada, a la que quiere conquistar, embebido en sus cantos de sirena. Su historia de amor le sale rana a las primeras de cambio, pues su amante tiene sus propios planes. La ciudad de París de la segunda década del siglo XIX se conforma como un tablero de juego, donde todos los allí presentes, ya sean políticos, editores, escritores, empresarios teatrales, nobles, aristócratas, periodistas, juegan sus cartas, y donde se suceden toda clase de engaños, fracasos, envidias, traiciones, lealtades, deslealtades, odios, rencillas, conspiraciones, artimañas, donde cada acción atiende a un fin, lucrativo siempre. La moral reversible como divisa.

El cándido y ambicioso Lucien, con alma de poeta quiere triunfar, y poco a poco todos cuantos le rodean, ya sean escritores, periodistas, editores, le irán abriendo los los ojos, fogueándolo, maleándolo, deshaciendo las veladuras de su mirada. Lucien, se deja hacer, renuncia a sus ideales, a escribir poesías o novelas, y se gana la vida como periodista (Balzac habla de los periódicos como de prostíbulos del pensamiento) tras dar el pelotazo con un artículo, se entrega luego a la indolencia, a la voluptuosidad, al lujo, al exceso, al derroche, a las infaustas servidumbres del juego, sin importarle mucho cambiar de bando político, ora con los liberales, ahora con los monárquicos.

Balzac nos ofrece unas páginas impagables sobre los entresijos y engranajes de la viscosa vida literaria y de su ejercicio crítico, sobre cómo crear un éxito, sobre cómo vender una novela, sirviéndose de críticos con muy pocos escrúpulos, capaces de defender una cosa y su contraria, de loar y denostar una obra literaria, sin importar la calidad intrínseca de la misma, sino como una manera más de ganar un dinero, unos palcos en el Teatro, o bien los favores de los escritores y editores. Páginas que serán valiosas también para todo aquel que ambicione ser algo en el universo de las letras o quiera conocer de qué materia y cuál es la naturaleza del mismo.

«Se verá mezclado forzosamente en luchas horribles, de obra contra obra, de hombre contra hombre, de partido contra partido, en las que hay batirse sistemáticamente para no verse uno abandonado por los suyos. Estos innobles combates desencantan el alma, depravan el corazón y producen un cansancio sin provecho alguno; pues a menudo nuestros esfuerzos sirven para hacer coronar a un hombre al que se detesta, un talento de segundo orden, presentado a pesar nuestro, como un genio».

«El escritor de moda es más insolente y duro con los que empiezan de lo que pueda hacerlo el más brutal de los editores. Allí donde el editor no ve más que perdidas, el escritor teme a un rival: de uno recibe y el otro le aplasta. Para escribir grandes obras, mi pobre amigo, sacará de su corazón, untando generosamente su pluma de tinta«.

Otras muchas páginas Balzac las dedica a hablar al detalle del mundo de la imprenta, pues uno de los personajes principales, David, el amigo del alma de Lucien es impresor, casado con Ève, la hermana de este. Más que impresor, él es inventor, afanado en inventar un tipo de papel nuevo, ante la gran demanda que se avecina. Un trabajo, el suyo el de inventor, que tiene que ver mucho con el de Lucien, el de escritor, pues ambos son creadores, cuyo esfuerzo, empeño, dedicación, puede ser en balde, si no les sonríe la Gloria y hasta que aquello suceda, todo son castillos en el aire.

En otras páginas Balzac pormenoriza todo aquello que tiene que ver con los descuentos de las letras de cambio y toda esa industria legal que enriquece a abogados, procuradores, banqueros y usureros, algo que apenas ha cambiado en estos dos últimos siglos.

No faltan tampoco las páginas epistolares, así como los duelos a pistola.

El círculo ha de cerrarse. Lucien se va de su pueblo como regresa un año y medio después, con una mano delante (su capital se lo presta David) y otra detrás. Su fatalidad es un nudo corredizo sobre su gaznate. Solo le quedan dos opciones o suicidarse o huir. La presencia del particular canónigo Carlos Herrera, facilitará su salida de escena. Sus andanzas posteriores las podemos seguir leyendo en Escenas de la vida parisiense.

Las ilusiones perdidas ofrece unas cuantas páginas magistrales, y otras en las cuales creo que hubiera sido necesaria una poda, en especial en aquellas en las cuales Balzac pormenoriza los aspectos legales, y jurídicos que me resultan un tanto tediosos. Lo que creo que es indiscutible, es la viveza de la prosa (con algunas sentencias o aforismos que son alfilerazos: la resignación es un suicidio diario) la capacidad que Balzac tiene para crear personajes consistentes (¡que gran personaje es el avaro padre de David¡), sus diálogos chispeantes, el detalle, ya sea en el atavío de los personajes o demás aspectos estéticos, o bien al recorrer con su pluma un teclado donde los sentimientos humanos vibran vigorosos.

«Considero el arrepentimiento periódico una gran hipocresía, el arrepentimiento en tales casos no es sino un premio concedido a las malas acciones. El arrepentimiento es una virginidad que nuestra alma debe ofrecer a Dios: un hombre que se arrepiente dos veces es, pues, un despreciable sicofante. Mucho me temo que sea solamente una forma de descargo de conciencia».

Debolsillo. 737 páginas. 2013. Traducción de José Ramón Monreal.