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La niebla tres veces

La niebla tres veces (Menchu Gutiérrez)

Menchu Gutiérrez
Siruela
2011
262 páginas

La niebla tres veces publicado en 2011 por Siruela agrupa bajo este título las tres primeras novela de Menchu Gutiérrez: Viaje de estudios (1995), La tabla de las mareas (1998) y La mujer ensimismada (2001).

Menchu Gutiérrez vivió durante 20 años en las entrañas de un faro, ejerciendo de farera. Algo (o mucho) tendrá que ver este hecho (ese apartarse del mundanal ruido) con su particular escritura, con su mirada, acostumbrada o atiborrada de horizontes azules infinitos -celestiales y húmedos-. Un territorio, un faro, proclive al silencio ensordecedor. Cuando alguien en esas circunstancias decide crear, coger la pluma y desbastar la blancura virginal de un papel con un cincel de tinta, puede pasar cualquier cosa.

La prosa de Menchu es críptica, plagada de enigmas, de resquicios, es una prosa fangosa, difuminada, brumosa, misteriosa, (o)culta, indeterminada, atemporal, sin escala, ni relieve, donde los personajes (más bien entes corpóreos) se mueven en una realidad inventada, personajes que fluyen de las experiencias, lecturas y sueños de Menchu, que usa las palabras para enmascarar y desenmascarar, mediante un juego de simetrías, pleno de símbolos, recurrente en el manejo de los colores (rojo, blanco y negro en Viajes de estudios. Blanco y negro en La tabla de las mareas), y de las simetrías: la Iglesia blanca y la Iglesia negra, el demonio y la demonia, el hombre joven y la mujer joven, el perro de dos cabezas.

Menchu Gutiérrez

En Viaje de estudios no estamos ante un relato juvenil de unos adolescentes con las hormonas a punto de reventar que se van a Benidorm a practicar balconing. No. Este Viaje de estudios es hermético como un mejillón. El viaje de estudios consiste en ir en un tren, sorteando agujeros negros que los imantan hacia su vórtice, mientras se alojan en distintos monasterios, al tiempo que recuerdan su paso por los orfanatos, y se toman su pastilla por las noches, no sé si para dormir o para dejar de pensar. Contado así parece casi hasta divertido. Si el objetivo de Menchu es llevarnos al borde del delirio, que jugueteemos con la paranoia, que nos probemos una camisa de fuerza para ver si es de nuestra talla, lo consigue, porque estas páginas le dejan a uno los ojos no dilatados, sino con dos tallas de más, porque el caso es que casi sin entender nada (o alucinado al haber entrado en otra dimensión espiritual), el libro te engancha y te dispara el pulso casi hasta la taquicardia, ante una lectura que es como ver mover alguien los labios en la distancia y estrujarte los sentidos tratando de entender algo de lo que quiere decir. Ese juego de simetrías de la autora se cierra en su final con una aleación tan perfecta como necesaria.

En La tabla de las mareas es como si nos halláramos ante un cuento de papel en el que al abrirlo brotase como por arte de magia un escenario tridimensional, con sus dos orillas, sus dos iglesias, sus hombres, mujeres, niños y demonios que andan sobre un espacio atemporal, misterioso, lúgubre, funesto, seminal, podrido, donde sin un manual de instrucciones que nos asista ni guíe nos conformemos con ir moviendo las fichas/personajes sobre el tablero maldito, a nuestra voluntad, sin rumbo ni dirección, sumidos en la perplejidad, sin razón ni esperanza, ante una pesadilla de carne.

El libro lo cierra La mujer ensimismada, el cual y tras haber leído los dos libros anteriores es casi como leer una novela decimonónica, pues aquí la prosa de Menchu ya no es tan críptica, hermética ya que deja paso a la luz, a ciertos convencionalismos que facilitan y mucho su lectura, aunque decir convencional en el caso de Menchu es como jibarizar a Casanova al rol de gigoló.

En este libro tenemos 12 casas. En cada casa una mujer. Cada mujer ensimismada con su labor: cosiendo, cocinando, escribiendo, etc. Y una voz que ve, se desplaza, y cuenta a su manera, en un hibrido entre prosa y poesía que da frutos jugosos y momentos de lectura, ahora sí, significativa.

Después de este tour de force, después de este atracón, creo que ya no voy a leer nada más hasta mañana. Así que me quedo, de momento, en el Limbo.

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Siruela
2013

Un amigo en la ciudad (Juan Aparicio Belmonte 2013)

Juan Aparicio Belmonte
Siruela
2013
172 páginas

Juan Aparicio Belmonte ha perdido el guión de su apellido por el camino y el humor (o parte) también. Hará cosa de un año me leí su novela Mala suerte. No me disgustó, porque era un libro, divertido, alocado, surrealista, pero consistente.

Belmonte ahora se quiere poner serio y esto a veces no da buenos resultados. Para muestra esta novela.

Habrán leído por ahí maravillas acerca de este libro. La mejor del autor, dirán. La más madura. Con Mala suerte, me eché unas risotadas de aupa. Con El disparatado círculo de los pájaros borrachos un amiga me cuenta que se partió de la risa (ahora es bipolar). Con Un amigo en la ciudad, más que risas lo que he se han dibujado en mi rostro han sido muecas, o bien una sonrisa triste.

La novela transcurre por las calles de Madrid. El protagonista es Andrés, exgótico, su mujer Gretchen, también exgótica. Tienen una hija pequeña. Él tiene un trabajo dispuesto a perderlo. Tiene una mujer dispuesto a perderla, también. Andrés realiza viajes en el tiempo, que no le sirven para enriquecerse, ni nada parecido. Al menos sabrá con antelación que seremos campeones del Mundo de fútbol, lo cual, a él que no es futbolero se la trae al pairo.

Las idas y venidas en el tiempo, de sobra sabemos que sientan muy mal a cualquier persona. A nuestro pobre Andrés lo traen por el camino de la amargura, porque recibe llamadas de un mensajero del futuro, al tiempo que una vecina le arrostra la paternidad de los dos gemelos que trae en camino, así como la caídita de ésta por las escaleras del inmueble. Vamos, que el hombre no hará nada para levantar el aparato, telefónico. Ejem, ejem.

Juan Aparicio Belmonte
Juan Aparicio Belmonte

Quizá sea porque los polos iguales se repelen o por la obsolescencia programada del amor, o porque de todo se cansa uno, el caso es que su relación, la de dos exgóticos vencidos por el modernismo, está abocada al fracaso. Sí, la cosa entre Gretchel y Andrés con sus neuras no pelecha. Al contrario. Todo se va a la mierda.

Andrés viaja en el tiempo y también por las calles de Madrid, al tiempo que interpela a quien se cruza en su camino (taxistas, peluqueras, barman) con preguntas que descolocan a los interpelados, preguntas que van más allá de las convenciones relativas al tiempo o simplezas similares, pero necesarias. Estos diálogos surrealistas seguro que son muy molones, pero tienen la misma gracia que acudir a un funeral ajeno.

Como la mujer de Andrés es de origen alemán, la ilimitada imaginación del autor le llevará a endiñarle a éste un suegro de pasado nacionalsocialista. Si Andrés está en una iglesia y la gente comulga, es de cajón hablar de hostias, las que recibimos y las que damos. Chascarrillos de ese pelo nos ofrece Belmonte, quien en lugar de soltarse la melena e ir a saco con sus alucinaciones futurizas (ahí sí que tenía materia prima para hacer una novela bien interesante), se pone solemne, trascendente, al tiempo que la historia se achica, el interés se consume e incluso se deslocaliza, donde el humor es ya sólo el barniz del féretro que es esta novela, cuya alma se quedó definitivamente atrás, en algún salto al pasado.

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La playa de los ahogados (Domingo Villar)

Acabo de leer la segunda novela de Domingo Villar, tras Ojos de agua. Ésta se titula La playa de los ahogados. La historia transcurre de nuevo en Galicia, en Vigo y sus alrededores. Leo Caldasy su ayudante aragonés Estévez deben resolver un caso en el que un marinero aparece ahogado en la arena de una playa con las manos atadas con una brida. Todo apunta a que se trata de un suicidio, si bien poco tarda en aparecer en escena la sombra de un fantasma, el capitán Sousa, quien murió en un naufragio, en el barco que gobernaba junto al ahogado y otros dos marineros.

En esta entrega, con el doble de páginas que la anterior, Villar da algo más información sobre Caldas. Sabemos de él que gusta del vino blanco, de la música de jazz, que vive solo, que tuvo una relación con un mujer llamada Alba, con la cual se habla pero con quien no convive. Conocemos también al padre de Caldas y al hermano de este, que está enfermo. Así lo dramático está presente a lo largo de todo el libro. Villar abre así distintos frentes que entiendo irá desarrollando en sucesivas entregas.

La relación de Caldas y Estévez sigue dando mucho juego pues el aragonés sigue sorprendiéndose con la forma de ser de los gallegos, y sus reflexiones las suelta a bocajarro, de forma franca y directa, logrando a menudo granjearse nuestras sonrisas.

Villar es eficaz en los diálogos. Estos hacen avanzar la trama al tiempo que bien el mundo que rodea a los personajes, así se nos comenta desde la forma de preparar unos percebes, hasta la forma de capturarlos, sin olvidar a esas manadas de turistas que llegan a Vigo en transatlánticos o los desmanes cometidos en las zonas costeras en cuanto a la construcción de inmuebles se refiere, haciendo mención a lo lluvioso que es Vigo. Caldas a su vez sigue colaborando en la radio, convertido en el Patrullero de las Ondas.

La historia tiene jugo y cuando uno parece ver las cosas claras, siempre aparecen en escena nuevos personajes o historias que hacen que el curso de la investigación tome un nuevo rumbo. Tras haber leído las dos obras publicadas por Villar, ahora espero con ansiedad su nueva novela.

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Ojos de agua (Domingo Villar)

Dejando de lado las lecturas de novela nórdica que abundan en las librerías me he decantado por una novela negra española ambientada en Vigo, escrita por Domingo Villar, siendo esta su primera novela, publicada en 2006. Seguimos las andanzas del inspector Leo Caldas y su compañero Rafael Estévez, recién trasladado de Zaragoza, envueltos en un caso de asesinato en donde un saxofonista ha sido hallado muerto en su apartamento. Un macabro asesinato de, a priori, índole sexual que permitirá a los agentes devanarse los sesos en pos de la resolución del caso. Es Ojos de agua una novelita corta que no llega a las doscientas páginas, alimentada con bastantes diálogos, los provenientes de Estévez, marcados estos por la socarronería. En esta primera novela se nos presentan los personajes que luego iremos conociendo mejor en sucesivas entregas.

De momento Villar ya ha publicado, con bastante éxito en cuanto a ventas, su segunda novela, La playa de los ahogados. Leo Caldas sabemos que vive solo, tuvo una relación con Alba, una relación que parece ya extinguida, que tiene un padre dedicado al mundo del vino con el que a veces coincide, que su participación en un programa radiofónico hace que todo el mundo le conozca, facilitándole a menudo las cosas. De Estévez sabemos que es un gigantón de dos metros de altura y más de cien kilos de peso que tiene sus prontos, mal carácter, pero suponemos que buen fondo, que el hecho de venir de Zaragoza y recalar en Galicia, le hace juzgar todo cuanto ve, y ese contraste da mucho juego, porque pone en evidencia algo del carácter gallego que el autor tan bien conoce pues lo es, por ejemplo ese contestar una pregunta con otra pregunta.

El autor no se complica la vida en exceso con la trama, y una vez presentados los personajes, hay que poner rostro al asesino, reservándose un as en la manga, para que no todo resulte tan evidente como podría parecer a primera vista. La he leído con agrado, una lectura aderezada también con unas cuentas risotadas.

Una pareja, la formada por Leo y Rafa, a la que pienso seguir la pista.