Vi ayer en el Teatro Bretón Retorno al hogar de Harold Pinter, adaptado y dirigido por Daniel Veronese.
Me pregunto si esta obra trata de construir algo sobre el vacío, en la más descarnada elipsis. ¿Cómo es la relación entre el padre y los dos hijos que viven con él? ¿Y con su hermano? Los vemos tirarse los trastos a la cabeza, reprocharse cosas del pasado continuamente, pero no sabemos por qué. ¿Cuál fue la relación con la esposa y madre muerta? La información se nos filtra con cuentagotas. Es muy difícil entender la psicología, la aridez y hermetismo de los personajes. Desconocemos cuál es su moral, cuál es su código de valores. Sus conversaciones abundan en los sobreentendidos: una clase de conocimiento que se hurta al espectador.
La ira, la furia ciega, todas las cuentas pendientes, las cartas puestas boca arriba cuando llegue a casa el hijo mayor, el triunfador, desaparecido hace seis años, en compañía de una mujer, su esposa, cuya conducta es ininteligible.
Los personajes se miran, se escrutan y en ese juego de miradas y silencios hemos de entender ¿qué? ¿Cuál es el sentido de las risas enlatadas? Si la función de una obra es conmover, creo que esta historia así plasmada (interpretada) no lo logra ni de lejos.
Veía la obra y pensaba (o me refugiaba) en Faulkner, en ¡Absalon, Absalon!